¿Te atreves a soñar?

domingo, 4 de diciembre de 2011

Atracción


En trance.
El zumbido quemado de la música.
Sonrisas consumidas por las risas.
El alcohol.
Doscientos cuerpos sacudiéndose la adrenalina en la pista. Las luces llevan media noche marcando los ritmos.
Azul.
Amarillo.
Rojo.
Flashes.
La barra está salpicada de gotas de sudor. El camarero sirve casi al tiempo que cobra. Los clientes apuran el contenido, sedientos. Luego se alejan zarandeando la cabeza, con vasos de cristal que probablemente acabarán en el suelo.
Una multitud que se vacía de problemas en cada salto.
Cruce de miradas.
Dos amigas gritan con los brazos levantados.
Cautivo.
Pau no puede dejar de mirarlas.
Camina. Cada paso parecería torpe en aquellas baldosas pegajosas si no fuera porque nadie presta atención.
Le gusta su vestido negro.
Calor.
Trastabilla cuando le empujan sus amigos, que gritan en su oído en un intento de que les oiga. Pau se agarra a una mesa alta sin dejar de sonreír. Las notas se le clavaban en los oídos. A su alrededor ha empezado una danza frenética, casi robótica. Hace una mueca y la mira. Tiene el pelo rizado.
Empuja para abrirse camino y se precipita en la corriente de cuerpos.
Desde algún lado del techo caen papelitos brillantes y la gente levanta los brazos como si quisieran atraparlos. La música continúa  machacando los miedos.
Al límite.
Ella se estremece con la risa y salta la mirada hasta encontrarle a él.
Le queman las mejillas. Sonríe.
Es difícil avanzar, pero sólo quedan unos poco metros.
Pau se esfuerza en extender el brazo.
Las luces parpadean y una nube de humo empieza a ascender desde las rendijas del suelo. Aún puede ver sus caderas marcando los pasos. Luego se disipan, se sumergen antes que su rostro perlado por el sudor. Sus labios parecen estallar de júbilo.
Pau se revuelve y trata de apartar la cortina gris que los ha separado.
Azul.
Amarillo.
Rojo.
Flashes.
Atracción.
Prepara su sonrisa seductora para cuando amaine la humareda.
Se disipa, con una oleada de carcajadas, y se prepara.
Piensa en su melena enredada. Piensa en ella.
Azul.
Amarillo.
Rojo.
Flashes.
Sonríe.
Estrella su mirada contra la columna.
¿Y ella?
¿Dónde está ella?


sábado, 26 de noviembre de 2011

He parado el mundo


He parado el mundo. Cuando todos corrían y consumían las horas delante del ordenador, yo detuve el universo. Antes o después iba a estallar, si no lo hacía. La rutina llevaba días mancillándome el ánimo y el tiempo me mordía la chaqueta. Ahora me doy cuenta: estuve a punto de quebrarme en pedazos.
Al principio creí que no iba a ser capaz de hacerlo. No es fácil congelar la gravitación. Siempre hay una fuerza mayor que te empuja, aun cuando estás cansado. Es como si “algo”, una presencia invisible, te precipitase hacia la órbita de la vida donde los seres humanos somos soldaditos desarmados.
Una vez traté de alistarme en el ejército. A partir de entonces, me he arrepentido muchas veces de no haberlo hecho. ¡Acumulo tantos anhelos frustrados! También me propuse viajar a Estados Unidos para aprender inglés... ahora, después de treinta años de aquella intención, chapurreo el idioma en su nivel más elemental. O Teresa, aquella muchachita que tanto amaba... nunca me atreví a pedirle matrimonio. Cada vez que surgía la oportunidad, la dejaba pasar. Y cuando ella me anunció que Daniel le había pedido que fuera su esposa, yo le dije con absoluta indiferencia: “Ya era hora, pensé que te ibas a morir soltera”.
Soy un hombre herido por mis propias decisiones, es cierto. A veces me duele tanto lo que no hice, que pienso que ese “algo” que nos empuja trata de despeñarme en algún agujero negro. O lo pensaba... ahora sé que eso no es posible: ayer detuve el mundo.
Me planté en mitad de la calle que más transeúntes acumula y dejé que las prisas me embotasen. Recibí codazos y disculpas, gestos malhumorados, miradas inquisitivas. Recibí muchas impresiones, hasta que todo dejó de impresionarme. Me acordé del traje militar que nunca vestí, del baile de fin de carrera en el que abandoné a Teresa en mitad de la pista, de los besos que murieron cuando me anunció su compromiso y del abrazo que le negué a mi madre cuando ingresaron a su mejor amiga en el hospital.
Durante algunos instantes creí que me ahogaría, pero luego mitigó esa sensación y me caí al pavimento. Aunque me miraron, nadie se acercó a ayudarme. Sentía los latidos de mi corazón en la garganta y el frío de noviembre me erizaba el vello de los brazos. Cogí la bocanada de aire más grande que recuerdo.
Aquella noche la pasé en casa de mis padres. Hablamos del ejército, de Estados Unidos y de Teresa. Antes de marcharme, abracé con infinito agradecimiento a mi madre. Ella se acurrucó entre mis brazos robustos y se le humedecieron los ojos.
He parado el mundo. Cuando todos corrían y consumían las horas delante del ordenador, yo detuve el universo. Antes o después iba a estallar, si no lo hacía. La rutina llevaba días mancillándome el ánimo y el tiempo me mordía la chaqueta. Ahora me doy cuenta: estuve a punto de quebrarme en pedazos.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Tal y como eres

Llevaba toda la tarde pensando en él.
Seguramente, el motivo era la lluvia. Si hubiese hecho buen tiempo habría salido a pasear, o a tomar el sol en uno de los bancos del parque. Pero llovía. Llevaba lloviendo desde que se despertó.
Apoyó la frente en el cristal de la terraza.
Paraguas de todos los colores bailaban bajo el gris de la tormenta, y el agua, desbordada, circulaba por el asfalto. De vez en cuando, un relámpago fotografiaba la ciudad. Era una estampa desoladora.
Suspiró y apretó las manos contra la taza caliente de chocolate. Había tenido suerte. Al menos, los plomos saltaron cuando ya había preparado la merienda. Dio un sorbo y cerró los ojos, le gustaba sentir cómo aquel calor le recorría la garganta. De reojo, buscó el teléfono móvil. No había ningún mensaje nuevo.
Claire de lune, de Debussy, empezó a sonar en el reproductor. No recordaba haber incluido esa canción en el repertorio. La entristecía y, sin embargo, no se molestó en cambiarla: le recordaba a él. Nunca la habían escuchado juntos, ni siquiera la habían comentado, pero él se colaba entre las notas y le sonreía, inundado por ese chorro de luna que el músico había logrado inmortalizar.
Estaba cansada de soñar, de recordar aquel beso robado, de creer que regresaría alguna vez. Se envolvió con la manta y se hundió entre los cojines. Cansada, infinitamente cansada.
Vació la taza. Su reflejo en el cristal húmedo la hizo reír. ¿Qué hacía con esa expresión tan triste? Ella no era así. Se puso de pie y se enfrentó a su imagen. Por supuesto que ella no era así.
El disco saltó a una nueva canción. ¿De verdad llevaba toda la tarde pensando en él? Recogió la cartulina rosa en la que había apuntado los nombres de la grabación y sonrió: “Just the way you are”. Le gustaba la voz serena del cantante. Empezó a moverse por la habitación e imaginó que la abrazaba y le susurraba todo aquello en el oído. ¿Por qué no?
Girl, you're amazing... just the way you are.
Dejó caer la manta amarilla y dio algunas vueltas sobre sí misma.
And when you smile, the whole world stops and stares for awhile.
Realmente no podía dejar de sonreír. De golpe, se encendieron todas las lámparas; había vuelto la luz. Se rió, parecía una explosión de alegría. La energía del chocolate caliente se revolvía con la adrenalina contenida. Se subió al sofá y empezó a saltar. Era un impulso infantil, pero la hacía sentirse mejor.
'Cause you're amazing...
Se dejó caer sobre los cojines y se echó a reír. ¡Claro que sí! Ella era asombrosa.

jueves, 17 de noviembre de 2011

"La belleza crea belleza"


“Lo malo de las cosas que digo, es que las siento”, confesó Enrique Loewe en la conferencia del FORUN organizada por la Universidad de Navarra el 16 de noviembre. Y es que la pasión por cuanto realizamos es el verdadero motor del éxito. Si amamos lo que hacemos, seremos capaces de afrontar los retos y superar los obstáculos.
Enrique Loewe desarrolló, con gran maestría y agilidad, las consecuencias de la crisis del sistema que estamos atravesando. La globalización, el desarrollo de las redes sociales o los grandes imperialismos en las estructuras de la comunicación, han bloqueado la reacción social y nos conducen hacia un cruce de caminos que no sabemos cómo solventar. Se han creado grandes complejos de inferioridad que nublan la perspectiva. Siempre pensamos que lo que procede de “fuera” es mejor que nuestros propios recursos, cuando la realidad es que renunciamos voluntariamente a ello, así como a innovar, y nos mantenemos en la crítica. Es ahí donde reside el problema y la solución. En nosotros está el cambio, y no en la política. Nadie va a representarnos tan bien como nosotros mismos y, por ello, es preciso que sepamos quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos. Hay que detener el mundo, sus prisas, sus decisiones precipitadas. Hay que ponerle freno a la cascada de emociones que nos golpea constantemente y pensar. Como bien dijo Loewe: “Hay que encontrarse a uno mismo y buscar el ser, no el valer”.
Cada uno vale por sí mismo. Las apariencias son el reflejo vacío de una sociedad frívola. La banalidad a la que nos lanza el lujo debe ser combatida con la propia personalidad y con el gusto, “que es una sabiduría consecuencia de nuestra cultura”. Por naturaleza, aprendemos observando, con lo que la educación se convierte en un factor esencial para el ejercicio de nuestra libertad. “La cultura nos hace valorar las cosas, y la belleza, aunque no siempre tiene por qué, cuesta esfuerzo, sacrificio y trabajo. Por eso, hay que leer, buscar y conocer”. Todavía es posible reanimar el alma consumida de la sociedad, que se lamenta en lugar de levantarse.
Con gran aflición, Loewe aseguró: “Noto el aburrimiento (de la sociedad), el hastío. Hay una juventud muy formada, pero un pelín vieja”. No podemos dormirnos en una sociedad en crisis. Es más, esta misma circunstancia debería ser un incentivo suficiente para renovar nuestras esperanzas. Debemos creer en un futuro mejor, pero también poner de nuestra parte para alcanzarlo. No hay fuerza más eficaz que aquella que construye una sociedad unida, ni verdad tan exquisita como la sencillez. No podemos esperar a que los demás nos sobrepasen, sino anticiparnos y retar al mundo con alegría, esperanza, motivación y capacidad creativa. “La belleza crea belleza”, repitió Enrique Loewe. Así pues, amemos nuestro trabajo, nuestros éxitos y nuestros fracasos. “El gusto, lo bello, tiene mucho que ver con la autenticidad”.

domingo, 23 de octubre de 2011

Mis noches de luna llena



Estarías orgullosa de mí.

Hoy hemos salido de paseo por los alrededores de la escuela y hemos invitado a todos los niños que jugaban en las calles. Yamir me ha enseñado a patear el balón de fútbol con la misma fuerza de un chico y me han elegido como jugadora en el partido que organizamos después. Tropecé varias veces, enredando mis piernas con las de los atacantes, pero me volví a levantar, como me enseñaste. No sería justo decir que ganamos por una gran diferencia, ambos equipos lo hicimos muy bien.

Miguel, nuestro maestro, nos preparó una merienda. Nos reunió a todos, a los de la escuela y a los de la calle, y nos repartió bolsitas con un bocadillo y una pieza de fruta. Algunos lo recibieron con alegría, pero me di cuenta de que luego no se lo llevaron a la boca. Jugamos al escondite y a las aventuras. A mí me tocó ser, junto con Aaina y Hanita, las mujeres blancas que visten de safari y acompañan a los hombres a cazar. Miguel se rió mucho y dijo que no lo hacíamos nada mal. Lo pasé muy bien y me acordé de que todos somos iguales, tal como me insististe tú.

Antes de que atardeciese regresamos a la escuela. Rajal, que ayuda a Miguel con la dirección del orfanato, nos recibió con una cascada de besos. Ella es muy cariñosa y nos cuida bien. Una vez le oí decir que nos quiere como si fuésemos sus hijos. Eso debe ser un amor muy grande, porque cuando lo dijo tenía una sonrisa enorme y los ojos brillantes.

Para cenar nos prepararon una sopa caliente y comí recta, como aprendí de ti, llevándome la cuchara a la boca y no al revés. A Hanita le costaba y se le escurría el líquido hasta el plato, de modo que me senté a su lado y la ayudé. Ella tiene sólo cinco años, pero es tan risueña y agradable que siempre nos acompaña a Aaina y a mí. Algún día será una muchacha muy bonita, porque tiene unos ojos muy expresivos y una sonrisa dulce. Me recuerda a ti, en cierto modo, porque tú nunca dejabas de sonreír.

Cuando ya nos retirábamos a las habitaciones, Yamir me detuvo. Me cogió de la mano y me guió hasta la única ventana de nuestro pasillo. Me señaló la luna y me guiñó un ojo. "Tienes visita", me susurró. Luego me regaló su balón de fútbol y regresó junto a sus compañeros.

Mi visita era la luna llena. Fue una noche de luna llena cuando me despedí de ti. Miguel nos había encontrado en la cuneta, cuando volvía a casa después de conseguir el permiso para abrir el orfanato, y se desvió cuando oyó mi llanto. ¿Qué edad tenía yo? Creo que tenía cinco, como ahora los tiene Hanita. Miguel te acompañó hasta el final, apretándote la mano con ternura y acariciándote la cabeza. Balbuceaste algo y me señalaste a mí. Desde entonces, Miguel me cuidó como un padre. Sé que nos quiere a todos muchísimo, pero también sé que soy su debilidad. Fui su primera hija, la primera de una familia que ahora cuenta con veintitrés. Yo le quiero mucho, y no sólo porque sin él me habrían arrastrado a lo más oscuro de la sociedad, sino porque le ha dado un sentido a mi existencia y me ha enseñado que el amor es capaz de sanar las heridas más profundas.

Las noches de luna llena Miguel y Rajal me permiten quedarme un rato más junto a la ventana. Saben que me gusta contarte mis pequeños éxitos, porque yo sé, mamá, que estarías muy orgullosa de mí.

sábado, 22 de octubre de 2011

Lágrimas de ángel



"Sería triste, terriblemente triste, ver a un ángel llorar.
Por eso, se ocultan entre las nubes del cielo.
Ellos son conscientes del sufrimiento que podrían causar"

jueves, 20 de octubre de 2011

"Vuelve a sonreír"

¿Qué había ocurrido, en tan pocos años, para que todo fuera tan distinto? El parque estaba vacío: no había parejas abrazadas junto al lago, ni niños en los columpios. No había ancianos sentados en los bancos que disfrutasen de las horas de sol, ni grupos de adolescentes formando corros en la hierba. Era domingo, pero los goles habían dejado de corearse en los bares. Los árboles de la mediana, perfectamente cuidados, extendían sus flores rosadas a los transeúntes. ¿Nadie se detenía a contemplar aquellos frutos de la naturaleza? ¿Dónde estaban los niños que se divertían deshojando flores, o las niñas que se adornaban con ellas los cabellos?... ¿Nadie?

Respondían los pasos acelerados en el pavimento mojado, las miradas inquietas a los relojes que imperaban en las calles y los gruñidos de los más lentos. Muchos se conocían, a juzgar por las leves inclinaciones de cabeza que realizaban al encontrarse, pero ninguno se detenía a conversar. Un impaciente "Hasta luego" había borrado las buenas intenciones de los "Buenos días" matutinos. Se aglutinaban junto a los semáforos, cosiendo una maraña de rostros enfurruñados y ninguno hablaba. No había tiempo.

Y en el centro de la ciudad, conformando el corazón de la espiral de calles que se formaban en torno suyo, brillaban las luces de neón del centro de ocio más concurrido: "Vuelve a sonreír". Por sus pasajes desfilaban rostros crispados y otros tristes, personas de toda clase y condición. Una mujer, que podría haber sido bien bonita, mantenía silencio junto a sus hijos, recordándoles que había que "volver a sonreír". Ellos tenían cinco y tres años.

"Vuelve a sonreír" se había convertido en el motor vibrante de los corazones. Tan sólo era necesaria una sesión para recuperar la sonrisa, pero tres para mantenerla toda la semana. Su disposición recordaba a la de los aviones y el destino era una isla virtual donde el pasajero podía disfrutar los pequeños placeres que en el mundo real les arrebataba el estrés, las prisas, las lágrimas, los gritos. Los niños quedaban bajo custodia de una azafata virtual que hacía las veces de profesora. Los agrupaba según las edades y les llevaba a bañarse en el mar, a jugar en el campo o a alimentar a los animales. Los adultos, mientras tanto, podían pasear bajo las estrellas, reagruparse en los bares u organizar meriendas junto al río. Cualquier actividad imaginable era posible en aquel lugar.

Era imposible que la sonrisa no se marcase en los labios una vez transcurrían las dos horas. La puerta de salida se encontraba en el lado opuesto a la de entrada y los "felices" trataban siempre de evitar a los que no lo eran. Por este motivo, las familias solían acudir por barrios. Una mirada vacía podía arrebatar la ilusión de quienes "volvían a sonreír".

Pero nadie se había detenido aún frente al cerezo que acababa de florecer, ni ante las aguas cristalinas del río. "Vuelve a sonreír" no era más que un reflejo de la realidad, el espejo de un mundo bello. Pero entonces, ¿por qué había cambiado todo tanto? ¿Por qué nadie sabía ser feliz?

jueves, 13 de octubre de 2011

Después de la tormenta

–Vamos, atrévete –insistió Inés –. No tienes nada que perder... ¡y llevas más de un mes mirándole cuando él no lo hace!
Paula suspiró y se entretuvo de nuevo en su pelo. Había cazado alguna de sus miradas furtivas y no quería estropear esos momentos, en los que su corazón se ensanchaba y rozaba una extraña felicidad. Nunca le había pasado nada igual y, por eso, sabía que se estaba enamorando. Apenas podía contener una sonrisa cuando él se volvía hacia ella.
–Vamos, vamos. ¡Te ha vuelto a mirar! Vamos, Paula, no te hagas de rogar...
Ella se rió, nerviosa, y accedió. Tomó del brazo a su amiga y caminó hacia él.
–Hola, Borja –saludó Inés, despreocupada –. No conoces a Paula, ¿verdad?
–No la conocía, no –contestó, guiñándole un ojo –. ¿Así que Paula? Mi hermana se llama igual.
Paula sonrió.
–¿Qué estudias? Te había visto alguna vez por aquí, pero nunca me he atrevido a preguntarte.
–Estudia Medicina, conmigo. Es una lástima que te cambiases a Farmacia, la verías más a menudo –intervino Inés.
Paula arrugó el ceño y le dio un codazo.
–¡Vale, vale, lo siento! –se disculpó, desatando la risa de Borja.
–¿Irás a la fiesta de este jueves? –preguntó el chico, con una gran sonrisa.
Ella negó e hizo un gesto incomprensible con las manos.
–No le apetece demasiado –resolvió Inés.
–¡Ah! –exclamó Borja, realmente sorprendido –. Con tanto secretismo voy a pensar que eres bruja. Puedes decírmelo tú, a Inés la tengo ya muy vista.
Su comentario congeló la ilusión de Paula, que bajó la mirada, incapaz de sostener la de él. Borja le tendió el brazo.
–¿Vamos a la cafetería a tomar algo? Así podemos conocernos un poco más... igual puedo convencerte para que vengas a la fiesta de este jueves. ¿Qué te parece?
Paula se encogió de hombros.
–¡Mujer, parece que te ha comido la lengua el gato! No seas tan tímida, te prometo que soy de lo más decente –bromeó él.
Inés apretó la mandíbula y miró de reojo la reacción de su amiga, que había empezado a llorar. Paula se enjugó las lágrimas y trató de sonreír, pero su mirada estaba vacía. Besó a Inés en la mejilla y echó a correr por el pasillo. Sólo quería salir de allí, no le importaba que fuera estuviese lloviendo. Nada le sentaría mejor que un baño de agua fría.
Se sentó en las escaleras de la facultad, aliviada al sentir que sus lágrimas se perdían con las del cielo, y se llevó las manos al cuello. Su mundo interior, en el que vivía la mayor parte del tiempo, volvió a parecerle acogedor y cálido. Allí no se sentía inferior, porque era ella la única que tenía voz. Escuchó la risa suave de Marta y la voz de Pedro, que la cogía por la cintura y le decía cosas bonitas al oído; a Marisa, agobiada por el examen del día siguiente y a Teresa, gastándole bromas para distraerla.
–Vas a coger un buen catarro si sigues ahí –le dijo alguien a su espalda.
Paula se volvió, sorprendida y molesta. Un chico la acababa de cubrir con su paraguas.
–Estás empapada. ¿Qué haces aquí fuera? Está cayendo el diluvio universal.
Ella bajó la mirada, resignada. Irremediablemente volvía a sentir la presencia del muro frío que la distanciaba del resto. Le encantaría poder responderle, pero tenía con conformarse con su propia soledad.
–Ven –insistió él, tendiéndole la mano que le quedaba libre –. Si puedo evitarlo, no dejaré que le cuentes las penas a la tormenta. Con los truenos, te va a hacer muy poco caso.
Paula sonrió y, aunque sabía que antes o después aquella conversación acabaría en silencio, le acompañó hasta el edificio de Ciencias.
–Me llamo Daniel –continuó –. Deberías quitarte la ropa mojada en el baño. Puedes utilizar mi jersey.
Paula negó con la cabeza, acompañándose de las manos, pero Daniel se desprendió de la prenda y le obligó a aceptarla.
–Te espero fuera, pero no tardes mucho. No estaría bien que te resfriases, Paula.
Ella arqueó las cejas y se señaló a sí misma, con un claro interrogante en la mirada. Daniel sonrió y Paula observó cómo se sonrojaba sin dejar de mirarla a los ojos.

viernes, 30 de septiembre de 2011

A las puertas de la vida

¿Que cómo la conocí? Oh, ya querrían ustedes una historia similar a la nuestra. Ella era una mujercita de ciudad, toda adornada con joyas y de una educación exquisita. Era atenta y graciosa... y bella. Era muy bella. Tenía dos grandes ojos azules que llamaban descaradamente la atención, el pelo azabache y rizado, y unos labios suaves e infinitamente rojos. Soñaba con casarse con algún hombre aventurero que la llevase a la India y a América, como sucedía en sus novelas de romances. Ella quería abrazar el mundo, quería abrazarlo y ahogarse en él.
En su decimoctavo cumpleaños la conocí. Sus padres habían organizado una fiesta en uno de los locales más caros de la ciudad. Mientras yo paseaba por allí, tratando de evitar los bares y emborrachado de problemas por una mujer difícil, ella salió a tomar el aire, sonrosada por el calor. De su mano iba un joven de edad similar a la suya, que trataba de ganarse sus labios mientras sus ojos la recorrían con deseo. Ella, coqueta, fijaba su mirada deslumbrante en la de él y reía con exageración cada una de sus palabras... hasta que reparó en mi presencia. Sus grandes ojos azules se detuvieron en mi camisa remangada, en la pluma que guardaba tras la oreja y en mi cuaderno de viajes. Debí parecerle un doble de Indiana Jones o de algún vaquero del Oeste, porque rechazó a su acompañante y se dirigió hacia mí, fascinada.
–Perdona, ¿es aquello un diario?
Sus palabras atravesaron mis pensamientos como un aguijón traicionero y, al mirarla, me reí de lo absurdo de la situación. Sí, era un cuaderno de viajes. Miles de letras y sueños, capítulos enteros de mi vida. ¿Y a quién le importaba? Yo era el único que leía una y otra vez sus historias, al único al que le interesaba lo que contenían sus tapas de cuero. Y recordé, recordé de nuevo la sonrisa desencantada de Mariam y sus bostezos discretos cuando yo le hablaba de él. Apreté la mandíbula y reanudé el camino, pero ella volvió a insistir.
–Cuéntame, por favor. Cuéntame hasta dónde has viajado y cómo son todos esos lugares.
Se aferró a mi brazo y me guió hasta un banco y entonces me hechizó con su mirada. Era hermosa, nadie podría negarlo, pero la belleza que me cautivó no fue la de sus ojos claros, ni su pelo, tampoco sus labios rojos o su gracia. Algo vi en aquella mirada que logró aliviar mi tormento.
De modo que, casi sin darme cuenta, me descubrí hablándole de Roma, de las dunas brillantes del desierto y de la nube húmeda del Amazonas. Y ella me escuchaba, a veces con los ojos abiertos y otras con los ojos cerrados. No recuerdo cuántas páginas le leí, ni cuándo se apagaron las farolas. Sé que ella se quedó dormida en mi hombro, que salieron a buscarla y que yo impedí que la despertasen.
Cuando despertó, me besó y se marchó corriendo. No traté de alcanzarla, porque sabía que no debía hacerlo. Me mantuve muy quieto en el banco, con el cuaderno abierto sobre las rodillas y aquel beso quemándome en los labios.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Donde ella puede encontrarnos

El mar se extendía inmenso, cosiendo de punta a punta el horizonte. Rugía a cada bocanada de aire mientras el viento helaba la carne. Sólo el mar, el sol y el cielo. Una melodía de luces y sombras, apacible y sublime. Una cadena de colores, olor a sal y una sonrisa satisfecha. Nadie puede más que la Naturaleza... después de todo, siempre acabamos escodiéndonos donde ella puede encontrarnos.


lunes, 19 de septiembre de 2011

Pálpito de versos

I.

Porque sois tan bellos,
porque engrandecéis los suelos,
porque sois bandera y cobijo,
porque sois, y seguís siendo,
porque resistís los inviernos
y adornáis las primaveras,
porque habláis en silencio,
y porque sois mis bosques
por todo eso, yo os quiero

II.

Cuando abro los ojos,
mis manos dejan de acariciar tu espalda
y mis labios dejan de besar tus labios
Mis ojos dejan de encontrarte
y tu corazón se enfría y congelas la mirada
Cuando abro los ojos,
y aún ahora cuando te veo,
no puedo evitar acordarme
de cuánto te he querido
y cuánto aún te quiero

III.

Hoy sé que no debo pensarte,
que es mejor olvidar
que morir soñando,
que no crecen amapolas
en los cielos helados
Hoy sé que un día te fuiste,
a un lugar oscuro y amargo,
que soltaste una carcajada
que lloré un par de lágrimas
que sonó el eco en mi garganta
Y pensé lo que ya sé,
que hoy no debo pensarte

martes, 6 de septiembre de 2011

Una vez más, de nuevo

Háblame, con esos ojos inquietos
que miran hacia el infinito
Háblame, con esos labios tan tiernos
capaces de quemarme la piel

Por favor, no rompas a llorar
ni quieras cubrir el sol con tu sonrisa
Eres aún más grande que el mar
si cabe, lo eres aún más que el cielo

Cree en ti, porque estás preso
No tengas miedo, no temas,
que el tiempo es el tiempo
y nunca nadie murió por amar de nuevo

viernes, 2 de septiembre de 2011

Fue un instante

Fue absurdo, absurdo y sincero,
como cuando se arrancan los pétalos de una flor
Fue quizá el suspiro de los miedos,
o el corazón cansado de llorar
Se cruzaron nuestros sueños
en una mirada mezcla de sorpresa y curiosidad
Y entonces, ni el cielo ni las palabras
fueron capaces de hacernos olvidar
Fue un momento efímero
como un beso robado de los labios
o una sonrisa de plena felicidad
y, sin embargo, ahogaron todas las lágrimas
Fue un oasis en esta tierra de perdición
Fue un instante, tan solo un instante,
y ya ves, aqui estoy escribiéndote una canción

viernes, 12 de agosto de 2011

Por caminos separados

Cuando recibió la noticia, una garra de plomo oprimió su corazón. "Francisco se ha marchado a Chicago", dijo Nerea al fin, después de haber tratado de introducir el tema unas cuantas veces. Esther se quedó perpleja y lo repitió una vez más, moldeando las palabras con sus labios secos.
–¿Se ha marchado... para siempre? 
–Este año ya no volverá. Sus padres decidieron que lo mejor sería que regresase a casa, por motivos económicos. Allí estudiará en una universidad pública.
–De algún modo debería haberlo esperado –reconoció Esther.
Hizo una pausa para contener el llanto y perfiló con la mirada el horizonte del parque. Las nubes se habían teñido de rosa, como sucedía en los atardeceres estivales, y la luna empezaba a reclamar su trono celeste. Se llevó la mano a la boca, para reprimir un sollozo.
–No me despedí de él...
–No quiso avisar a nadie. Ya sabes que a Francisco nunca le gustaron las despedidas.
Nerea le dio un apretón cariñoso a su amiga e intentó distraerla.
–¿Una carrera hasta el puesto de helados?
–No tengo apetito.
–¡Vamos, Esther! Tienes que cambiar esa cara... Sabíamos que se iba a ir antes o después, sólo era cuestión de tiempo.
–Ya lo sé. Es sólo que no esperaba que fuera a suceder tan pronto. Nunca le dije...
Nerea la abrazó. Aunque su amiga había enmudecido repentinamente, como hacía cada vez que le quemaba la garganta por las lágrimas, sabía completar la frase.
–Estoy segura de que lo sabía, no te preocupes.
–Nunca... es mucho tiempo.
–Entonces hagamos una cosa –dijo, deteniéndola por los hombros –. Algún día, cuando terminemos los estudios y ahorremos lo suficiente, viajaremos para visitarlo en su nueva vida. ¿Qué te parece? Seguro que él estará encantado de volver a vernos y así aprovechamos para conocer esa ciudad de rascacielos.
Esther se encogió de hombros. Sabía que nunca volvería a ver a Francisco y que todos los momentos que habían compartido juntos se reducirían a recuerdos. Él continuaría su vida y trazaría un sendero muy diferente al suyo, pero debía ser fuerte y seguir avanzando. Quizá tuviese razón y no volverían a verse, pero haber tenido la oportunidad de conocerlo había sido uno de los regalos más bonitos que podía haberle brindado la vida.
–Vamos a tomarnos un helado –propuso, con una media sonrisa –. Una vez me dijo Francisco que es la mejor forma de congelar las penas.

domingo, 7 de agosto de 2011

No sé si os habrá sucedido alguna vez...

No sé si os habrá sucedido alguna vez, pero es una sensación maravillosa. Esta vez no quiero tanto que recreéis lo que os narro como que indaguéis un poco en vuestra conciencia y busquéis un recuerdo semejante.

Íbamos en el coche, yo en el asiento de atrás, con los acordes vibrantes de "How to save a live" y el sol iniciando un descenso que agradeceríamos. Un regreso a casa tranquilo después de un fin de semana entre amigos. Habíamos reído y contado algunas estrellas fugaces (regalo del cielo en unos días prematuros, antes de las Perseidas), pero también habíamos compartido una parte de nosotros. No creo que las fotografías y las palabras sean nuestro único pase para recordar estos días, cuando descubres amigos de verdad... ya lo sabéis vosotros, eso no se olvida.

Ya nos habíamos despedido casi todos y en el último trayecto, que era el mío, cada una de esas sonrisas se engancharon a la telaraña melódica que crea "The Fray" y algo se estremeció dentro de mí. Contemplé alguno de los paisajes que me son tan habituales y vi en ellos un color distinto. Había mucho más si prestaba un poco de atención. Porque la vida nos sacude y nos pone a prueba, arremete contra nuestros sueños tratando de derribar nuestras defensas. La vida es un laberinto con puertas sorpresas... y por eso es tan importante recorrerlo acompañado. Si abrimos los ojos del corazón y nos dejamos sorprender por la vida, quizá descubramos que hay miradas que gritan todo lo que callan los labios y sonrisas que cargan toda la emoción de un amor que va más allá de lo sensible.

Por todo esto me gustaría hacer una mención especialísima a Rosana. Hoy ella me ha enseñado que la amistad no muere aunque haya periodos de sequía.

Gracias, porque nos has regalado unos días mágicos... y gracias también por no abandonar cuando todos ya lo han hecho, por creer siempre que hay mucho más que lo que se cuenta y por atreverte a vivir siempre con una sonrisa.

viernes, 29 de julio de 2011

Entre recuerdos olvidados

Sucedió sin avisar, sin reparar en la cascada de sentimientos de uno y de otro y sin dar opción a otra expresión que no fuera la del asombro. Se cruzaron un instante, cuando ella volvía del trabajo y él lo hacía de un viaje, y la mañana soleada se tiñó de nubes. Ella volvió a sentir su corazón desbocarse y él se estremeció al recordar una historia inacabada. El saludo fue apenas un guiño, luego ambos bajaron la mirada.

Ella recordó con lágrimas y él lo hizo con mal humor, pero ninguno se atrevió a derribar el muro que los había separado. Nadie más supo de aquel encuentro, e incluso ellos mismos lo olvidaron. Era mejor no revolver el pasado, más aun cuando los dos sabían que se amaban... y que nunca tendrían oportunidad de encontrarse.


lunes, 25 de julio de 2011

Un camino para dos

Verla marchar se había convertido en parte de la rutina, aunque él nunca se cansaba de despedirla. Todas las mañanas salía a la calle con alguna excusa. Unas veces bajaba la basura, otras volvía de la compra, sacaba a pasear al perro o simulaba cargar el coche para alguna jornada fuera de la ciudad. El "buenos días" que cruzaban en la acera y aquella sonrisa aún somnolienta eran la razón por la que sacrificaba sus horas tempranas de sueño.

No sabía nada de ella, pero le había llamado la atención desde la primera vez que se encontraron. Era menuda y tenía una expresión traviesa en el rostro, como si la niñez aún la frecuentase a escondidas. Parecía un hada en un cuerpo de mujer. Le fascinaba la fuerza de su mirada, que lo retenía puntual cada mañana, y sus labios gruesos que no se cansaban de sonreír.

Bajaba cinco minutos antes de las siete y media y se palmeaba la cara para despejarse. Cuando la veía caminando a lo lejos, recogía la bolsa, las cajas, o al perro y echaba a andar en su dirección. Trataba de no concentrarse únicamente en su figura y miraba sin ver las casas de los vecinos. De reojo, siempre la acompañaba. Cuando los separaba una distancia corta, la buscaba con la mirada y le dedicaba la mejor de sus sonrisas. "Buenos días", decía él. "Buenos días", le respondía ella. Y luego seguía su camino... y ella se marchaba.

Incluso cuando llovía o hacía frío, él la esperaba en la calle. A veces, incluso, se había atrevido a añadir a su saludo: "Qué día más gris", y ella se reía. En el trabajo pensaba en ella y por las tardes frecuentaba la ventana por si la veía pasar. Su humor era inmejorable y nunca se planteaba qué pasaría después. Él simplemente vivía y la amaba, aunque no la conociese ni intercambiasen más que una frase al día. Algo le gritaba en su interior, algo le decía que hacía lo correcto.

Hasta que un sábado se le ocurrió seguirla, decidido a iniciar la conversación que siempre los esquivaba. La saludó en la calle, como acostumbraba, y luego reanudó la marcha tras sus pasos. Imaginaba que cogería el autobús en la parada de la plaza principal, o el metro en la misma, pero su corazón se detuvo un instante cuando la vio volver en la misma dirección por la calle paralela a la que se cruzaban. Entonces lo entendió todo, porque aquel día era sábado y los sábados ella no trabajaba. Madrugaba únicamente para saludarle.

El domingo se vistió elegante y la esperó en la misma puerta de su casa, con las manos vacías. Sin bolsas, sin cajas y sin perro. La vio aproximarse con sus bucles castaños y sus ojos claros, y respiró hondo para tranquilizar sus latidos. La saludó con una inclinación leve de cabeza cuando estuvo cerca y le tendió el brazo. "Buenos días, ¿te apetecería pasear un rato?"

martes, 19 de julio de 2011

Dicen que la amistad...

Dicen que los buenos amigos se pueden contar con los dedos de una mano. Dicen que el verdadero amigo no traiciona, sino que acompaña...

Caminamos solos, pero apoyados por los demás. Por eso, desde pequeños tendemos a establecer vínculos sociales con quienes nos rodean. Al principio, sin marcar diferencias y a medida que crecemos, saltando de una embarcación a otra hasta encontrar la que más se asemeja a nosotros. El adolescente rompe y crea amistades en su etapa más tormentosa, en una búsqueda por encajar su personalidad. A veces esas rupturas son difíciles, otras transcurren como cauce natural de la vida. Sin embargo, todas ellas acaban por marcarnos y prepararnos para lanzarnos al mundo, donde no siempre es fácil distinguir la verdad del interés o, incluso, de la mentira.

A base de caídas y nuevos encuentros, aprendemos a leer las miradas y las sonrisas, que nos revelarán paulatinamente los secretos del corazón. Una despedida no es un adiós para siempre, ni significa el inicio de una guerra entre los implicados. Una despedida es, simplemente, aceptar las diferencias y desearle lo mejor a quien hasta entonces te había acompañado. Sin embargo, es complicado, aún más en la adolescencia, esa ruptura y ese nuevo comienzo, sobre todo si por alguna de las dos partes ha germinado la mentira o la indiferencia. En estos casos, el mayor error puede ser el entrometimiento de terceros. Nadie debe interponerse entre dos personas, sea cual sea la relación que las una, porque puede hacer más daño del que se podría esperar.

La amistad es un sentimiento sincero y entregado. Significa compartir las alegrías y las penas, y entregar una parte de ti mismo a esa persona. Por eso, se debe cuidar con mimo y no permitir que nada la dañe. Nada, como lo podría ser el juicio de un tercero, o la envidia, capaz de destruir lo más hermoso. Si "alguien te dijo que..." no lo tomes como una realidad si antes no lo hablas con esa persona. No juzgues sin conocer todas las versiones, porque podrías perjudicar a un amigo y dañarte a ti mismo.

viernes, 8 de julio de 2011

En el mundo de los sueños

En el mundo de los sueños hay tantas cosas como imaginemos. Hay inviernos mágicos y veranos junto al mar. En el mundo de los sueños nos esperan miles de ilusiones que sólo buscan hacerse realidad... Cree en ti y sueña... sueña que el mundo te pertenece. Nunca dejes de soñar.

Ilustración: Blanca Rodríguez G-Guillamón

martes, 28 de junio de 2011

Mundo virtual

Hasta que lo vi, no creí que andar sin mirar lo que te rodea fuera posible. Empujó la puerta del restaurante con el hombro y entró con los ojos pendientes de una consola. Se plantó en la entrada mientras sus padres pedían la reserva. Primero fue una mueca, a la que siguió un gruñido bajo. Luego, una patada fuerte y un grito. Me dieron un codazo para que no perdiera detalle, pero desde el principio sabía que iba a ser imposible.

Como si hubiera pedido un favor educadamente, en lugar de enfurecerse y despertar el interés de todos los clientes, sus padres le sonrieron y le indicaron la mesa asignada. El niño obedeció sin despegar los labios y, nada más sentarse, reinició la partida. Sus ojos, que parecían dotados de la velocidad de la luz, recorrían la pantalla sin distraerse con lo que sucedía a su alrededor.

Sus padres tomaron asiento e iniciaron una conversación, ignorando sus gruñidos cada vez más frecuentes. De vez en cuando lo miraban y su padre le revolvía el pelo. Él no se movía, aunque alguna vez respondió con un cabezazo. Les sirvieron los platos y el niño no abandonó el juego. Entre porción y porción de pizza, pulsaba los botones con ansiedad. Pero ni una vez insistieron sus padres para que participase en la conversación, ni le retiraron el juguete.

Aquel día el niño no se dio cuenta de que la luz invadía el restaurante con el color brillante del verano, ni que detrás de él un grupo de amigos alzaban sus cervezas por los viejos tiempos y reían contagiados por la emoción. Tampoco, estoy segura, se percató del hombrecillo que había entrado repartiendo lotería con un sombrero pirata y un falso loro sobre el hombro para llamar la atención. Quizá ni supiese de qué color vestían sus padres, ni cuál era el motivo de las caricias que recibía. Sentí una gran pena por aquel niño, que con tal indiferencia rechazaba los detalles que embellecen la vida, pero aún compadecí más a sus padres, que no habían sido capaces de enseñarles que la vida es una sorpresa constante.

domingo, 26 de junio de 2011

Por senderos inciertos

Hace tiempo que no sé de ti
sé que marchaste con las estrellas
e iniciaste un viaje solitario

¿Has subido la cuesta del dolor?
En su cima encontrarás tu libertad
Aunque cueste extender las alas
arriba el viento sopla a tu favor

Si el sol me tiende sus rayos
trepo hasta refugiarme en su calor
pero la luna, aunque hermosa,
enfría todos mis sueños

La rosa se marchitó en la ventana
¿Qué razón tengo para animarla?
Otra hora perdida en un rincón
Más cuentos ocultando lágrimas

Desde que rompí mi pasado,
no acierto en el presente
¿Qué razón hay para amar
lo que enfrió mi corazón?

Canta, si el Universo lo permite
Sé fuerte por nosotros dos
Olvida todos los instantes de felicidad
y vive para un futuro a punto de empezar

Es hora de plegar promesas
y desatar sueños estrenados
Si el poder consume las almas
atrévete a decir que no

Suerte, en este sendero incierto
que marca nuestros pasos y la vida
Suerte, que aunque no lo creas
yo siempre te deseé lo mejor

viernes, 24 de junio de 2011

¿Una sociedad donde "todo vale"?

Hoy, de pasada, oí una conversación que me llamó la atención. Había surgido el tema con motivo de la celebración de la noche de San Juan, pero acabó derivando, como no podría ser de otro modo, en el comportamiento de los jóvenes.

Una de las mujeres hablaba con nostalgia, pero sin disimular la repugnancia que le suscitaba la actitud de la juventud. Unos cuantos comas etílicos, absoluta falta de respeto al tratar con la autoridad, relaciones viciosas entre personas del mismo o distinto sexo... ¿Cómo la sociedad había degenerado hasta tal punto? No lo podía comprender. Criticaba que el aburrimiento lo contrarrestaban con el vicio, que el alcohol era complementario de la sangre y que los gritos era el único modo que tenían de destacar sobre el resto.

Su amiga asentía con cada una de sus palabras. Estaba de acuerdo y compadecía a las mujeres solteras. Cuando había dejado su anterior relación empezó a salir y se espantó de lo que hasta entonces había ignorado. La vida no era hermosa si no se compartía con una copa y algunos ligues. La dignidad había sido sustituida por un "todo vale" espeluznante. ¿Qué más daba una mujer que otra? Un día pruebo unos labios... y a los pocos los cambio por otros.

Entre las dos repasaron diversas escenas que habían observado y agradecieron tener pareja. "Ya no es lo mismo salir a las tres de la mañana. Ahora sólo hay gente borracha y desorientada que busca el placer sin importar las consecuencias".

Yo escuchaba en silencio. Era cierto todo lo que habían dicho. La sociedad del consumo nos incita incluso a vender nuestra dignidad a cambio de diversiones pasajeras. Claro que el vicio, en muchas ocasiones, lo presentan como una forma de llenar el vacío, pero no siempre ocurre así. La educación y los valores humanos aún no se han extinguido y nunca es correcto generalizar. Aún así, comprendo la tristeza de quienes se ahogan en ese pozo oscuro por falta de un brazo del que agarrarse. Tal vez algunas de nuestras palabras, o nuestra misma actitud, podría haber sido el ancla de quienes pierden el sentido de la vida. Es inútil buscar la felicidad donde se desprecia la conciencia, pero no hay que despreciar tampoco a quienes insisten en el "todo vale". Quizá algún día se den cuenta del error... ¡y qué desgraciados se sentirán entonces!

jueves, 23 de junio de 2011

Poeta


El poeta se desnuda en sus versos.
Es verdadero poeta aquel que, al
desnudarse, sabe qué prendas debe
y cuáles no debe quitarse.


 

domingo, 19 de junio de 2011

Insomnio, II



"...Con desesperación, abandonó las sábanas y se sentó en su mesa de estudio. Abrió su cuaderno de dibujos y contempló el rostro de aquella mujer. La oleada de rabia se suavizó y se sorprendió acariciando los rasgos de grafito. Quizá no era la más hermosa, ni la más inteligente, pero había sido la única capaz de besar su corazón. "Está prohibida, está prohibida", le recordaba su conciencia con un grito sordo.

Apartó el boceto y suspiró. El insomnio sería la primera prueba que testificaría contra él. Se frotó los ojos y los cerró con fuerza. El agotamiento le impedía pensar con claridad. Regresó a la cama y enterró la cara en la almohada. Ya no le daría más vueltas, sólo tenía que evitar cruzarse con ella y continuar los estudios. En algunas semanas se habría olvidado de aquella mirada y de sus labios. También tendría que quemar el dibujo, si alguno de sus compañeros lo encontraba podría ser gravemente acusado.

Presionó sus párpados, ya decidido, a pesar de que temía aquel instante de inconsciencia. Sabía que podría asaltarle una pesadilla por ser descubierto, pero sufriría igualmente si soñaba que ella bailaba de nuevo, esta vez sólo para él..."

jueves, 16 de junio de 2011

Insomnio



"...Aquel baile infernal había acabado por rendir su corazón. Llevaba meses tratando de olvidarla, pero ahora su mirada se le inyectaba con la más terrible punzada de dolor. Su piel había ardido bajo el hechizo de su voz. Por primera vez en mucho tiempo se había enfrentado cara a cara con el deseo. El roce de su mano había sido un latigazo letal.

El recuerdo era demasiado real y la imaginación había iniciado un juego capaz de sentenciarlo. Se revolvió en la cama, nervioso. El sudor se deslizaba por su frente y la espalda era un reguero de lágrimas. Sabía que él era el culpable de aquella situación y que merecía el castigo del remordimiento por su debilidad. Ahora, el imperio que había construido a base de planes, se desmoronaba estrepitosamente contra sus sentimientos. Con rabia, golpeó el colchón y se volteó sobre su costado. Las lágrimas le enrojecieron los ojos. Amaba aquella mirada desafiante y esos labios inflamados de pasión..."



Ilustración y texto: Blanca Rodríguez G-Guillamón



lunes, 13 de junio de 2011

Inocente y enamorada

Llevaba días enamorada. Al salir el sol, descorría las cortinas y se asomaba a la ventana. Todo le parecía hermoso: la calle, el sol, las flores, su vida. Podía pasarse horas frente al espejo, imaginándose conversaciones que no tendrían lugar. Podía bailar con su peluche preferido y sentarlo a su lado mientras trabajaba. Podía reír y llorar al mismo tiempo y, cuando nadie la observaba, se atrevía a dibujar su recuerdo con los dedos.

Cada vez que recordaba su mirada, se estremecía y una tímida sonrisa florecía en sus labios. Soñaba con sus manos e imaginaba su voz. No entendía cómo en tan poco tiempo él había pasado a ser su pensamiento. Lo amaba, ¡claro que lo amaba! Y estaba dispuesta a dejarlo todo por sus besos.

¿Y él? Él nunca le había dicho nada. ¿Qué le iba a decir, si él era príncipe y ella, artesana?

domingo, 12 de junio de 2011

La vida

Siempre soñé que sería grande.
Siempre soñé que retaría al mundo.
Siempre soñé que lo obtendría todo.
Y así se me murió la vida... soñando.

jueves, 9 de junio de 2011

Un ángel escondido entre armas

–Fue hace tiempo, en un rincón escondido –me confesó el coronel –. Se acercó, tímida, y rozó sus labios con los míos. Sus ojos azules destellaron y cayó la primera lágrima. Era dulce e inocente, una rosa que acababa de extender sus pétalos. Luego, quedaría bonito decir que escapó, pero no todo podía ser tan perfecto.
Me fijé en el temblor de sus labios y crucé los dedos tras la espalda. Si lloraba, yo me rendiría con él. Aferró con fuerza el fusil y acarició el gatillo, con extrema delicadeza.
–Era apenas una niña... acababa de cumplir los quince. Huérfana de nacimiento, se había criado en la cocina del regimiento. Susana, la encargada de la cocina, la había ocultado de miradas indiscretas y nadie supo de su existencia hasta que yo la encontré. Parecía un ángel asustado, allí, escondida entre las armas. Yo sabía que me llevaba observando algún tiempo, pero simulé no darme cuenta... hasta que el deseo pudo con mi voluntad.
Cerró los ojos y se los frotó con el dorso de la mano. Su narración cada vez era más pausada.
–Era tan hermosa...
Llené de agua uno de los vasos que habían dispuesto sobre la mesa y se lo ofrecí. No bebió, pero lo mantuvo apoyado sobre la rodilla contraria en la que descansaba el fusil. Estaba impaciente por conocer el final, pero sabía que era una imprudencia presionarle.
–Durante una semana no se separó de mi lado. Yo terminaba los turnos lo antes posible y me escapaba para visitarla, pero era consciente de que me había enamorado de una niña con la que jamás tendría ninguna oportunidad. El capitán general no tardó mucho en descubrirlo y me avisó. Me dijo que ella debía marcharse de allí o encerrarse en la cocina con su tutora, sin que yo la volviera a ver. Estuve de acuerdo, al fin y al cabo, había sido yo quien había elegido pertenecer al regimiento en cuerpo y alma. Pero cuando lo asumí era ya demasiado tarde... El escándalo se había propagado entre los militares. Era una época dura, en la que nos entrenaban a matar y en la que esa misma suerte era nuestro castigo.
Su mirada se dirigió de nuevo al fusil y un escalofrío me recorrió la espalda. Me cubrí la boca con las manos y esperé, horrorizada.
–Así fue –asintió, con gran pesar –. Así fue, exactamente. Me besó con ternura cuando adivinó su destino y, sin decirme nada, cogió el fusil... y se mató.

sábado, 4 de junio de 2011

Sueños en palacio

Aún después de más de miles de años, el palacio se conseva bien. Su fachada, granítica, se alza con elegancia, sin marcas del deterioro. Sólo las lágrimas de la lluvia han trazado surcos en ella. Han pasado los años y todos los que le insuflaron vida ya murieron. Su esplendor, sin embargo, se ha inmortalizado para las visitas de turistas. ¿Ahora sólo es eso, un anzuelo para curiosos? Yo me niego a creerlo. Sus ventanales y terrazas, que ocultan los secretos de una antigua monarquía, son sígno evidente del sueño al que se han rendido. Ya nadie vive allí.

De vez en cuando mis pasos me anclan en sus jardines y una fuerza invisible me insta a tumbarme frente al palacio y soñar con otros tiempos. Tiempos en los que en la entrada se conglomeraban suntuosos carros de caballos, en los pasillos desfilaban oficiales uniformados y en las salas de baile las mujeres de vestidos voluminosos giraban agarradas a hombres espigados. El palacio era cómplice de intrigas y centro de vida de la más alta de las clases sociales. Estaba vivo, durante el día y durante la noche, y así se enfrentó a los años.

Aunque yazca sobre la hierba, puedo imaginar que me asomo a la balaustrada superior, en el tejado, y contemplo unos alrededores surcados por árboles y fuentes. Desde allí invito a una nube a bailar. Le ofrezco mi mano y espero, mientras su figura dispersa adopta la silueta de un joven apuesto. Luego, guiamos nuestros pasos en círculos cerrados, sin llegar a tocar el suelo. Recuerdo algunas historias y revivo la de alguna joven princesa, que quizá vivió atrapada en una falsa libertad y cercada por miradas caprichosas.

Siempre detengo la imaginación cuando empieza a oscurecer, es la señal de regresar a la realidad. Permito que mis personajes vuelvan a encerrarse tras los muros de piedra y yo, camino de vuelta a casa. Por la noche, hace tiempo que las antorchas fueron sustituidas por focos de luz artificial y eso, entorpece la realidad pasada de un sueño presente.

lunes, 30 de mayo de 2011

Una locura y pocos segundos

Cuando el tren comenzó la travesía no podía imaginar la aventura a la que me enfrentaría, porque una locura siempre va acompañada de otras muchas más. Todo había sido cuestión de segundos. Una conversación el día anterior con mi madre, el telediario anunciando la feria del libro en Madrid y una idea atrevida. Luego, el billete de tren, la maleta y los besos de despedida. En menos de tres horas había cambiado de forma radical mi perspectiva de fin de semana. Y allí estaba, sentada en el último vagón del tren rumbo a la capital. Por lo general, el viaje transcurrió sin sobresaltos. Película, paisaje, película, bostezo, película, música, paisaje... hasta las nueve y cuarto.

A las nueve y cuarto la vocecilla interior que llevaba alertándome desde la compra de los billetes pareció confirmarse. Dos de los focos del vagón se apagaron repentinamente y poco después la televisión hizo lo mismo. Nadie se movió de los asientos. Estaba oscureciendo y podía tratarse perfectamente de un sistema de ahorro de energía. Sin embargo, poco después, el tren empezó a ralentizar la marcha... hasta que se detuvo. Lo hizo en un descampado, en mitad de la nada. Se hizo el silencio; ni el motor, ni el murmullo, ni las explicaciones de los altavoces o una azafata. Poco a poco, en el pasillo se formó un abanico de cabezas curiosas. Entonces, como un golpe invisible, se apagaron todas las luces y el vagón se sumió en una oscuridad inquietante. El sol era sólo una mancha pequeña a punto de sellar el descenso. Las miradas nerviosas, las conversaciones telefónicas con la familia, los sofocos y la tensión empezaron a mancillar la paz que había reinado minutos antes. Las pantallas del televisor empezaron un monólogo: "Error del sistema", repetían una y otra vez. El aire acondicionado corría la misma suerte que la luz y los pasajeros empezaron a desvestirse de las prendas más superficiales.

"Ahora nos desalojarán, nos sacarán del tren"
"¡Lo que faltaba! ¿Tardará mucho? Llegaré tarde"
"¿Y las azafatas? ¿Nadie nos explica nada? ¡Cómo no somos Preferentes!"
"¿Qué ocurre? ¿Esto es normal?"
"Estas cosas sólo os pasa a vosotras, ya lo decía Juan. La próxima vez cogemos un avión"
"No pasará nada grave, ¿verdad?"

Un bamboleo repentino sacudió el tren. Acababan de adelantarnos por la vía que quedaba a nuestra izquierda. ¡Un tren adelantando a otro! Los murmullos se convirtieron en conversación y, mientras las luces iban y venían, todos empezamos a intercambiar opiniones e indignación. Sólo después de media hora se reanudó la marcha. Por los altavoces recibimos las disculpas, pero no nos explicaron nada. Agradeciendo que el problema no hubiese ido a más, cada uno reiniciamos las conversaciones con los desconocidos que nos habían tocado como compañeros de viaje.

Cuando llegamos al andén, me percaté de que del mismo tren al que habían subido muchos desconocidos, salían ahora muchos conocidos. Un solo problema había sido la razón de que compartiésemos palabras quienes de otro modo no lo habríamos hecho.

lunes, 23 de mayo de 2011

¡Libre y viva!

Hoy me he reencontrado con un amor. Un amor que hace que me sienta libre y viva. Hasta que no me he acercado a él no me he dado cuenta de cuánto significa para mí. Ése amor es mi mar. Al principio me he acercado a él con la alegría de volver a estar allí, meciendo mis pies entre la arena y sus olas, pero luego, cuanto más secretos le contaba y de cuántos más él me hacía partícipe, con mayor intensidad sentía la bocanada de la libertad.
Es cierto que vivimos en un mundo donde imperan las prisas, en el que nos movemos de un lado a otro impulsados por el deber, por la necesidad o por la rutina, ¡pero que necesario es a veces pararse un instante y pensar! Pensar, simplemente pensar. Llenarse la cabeza de oxígeno y expulsar a bocanadas todas las preocupaciones. Gritar, si es necesario, para liberar nuestro dolor, nuestra angustia o nuestro cansancio. Necesitamos una vía de escape para desconectar y olvidarnos de todo y de todos. Para mí, que crecí cerca del mar, los susurros del oleaje, los colores del sol cuando besan el horizonte y el olor a sal, me transportan a un mundo mágico, alejado de las apariencias de la sociedad. Junto al mar siento que soy yo, que soy libre y que estoy viva. No necesito nada más, ni cosas materiales, ni posibilidades, ni recompensas, ni siquiera un nombre y apellido. Sólo esa sensación de libertad y paz interior.
Quien encuentra su salida intenta frecuentarla. Sin embargo, no debemos cometer el error de aferrarnos a ella. Aunque de vez en cuando necesitamos evadirnos del mundo, también tenemos que aprender a vivir en él. A veces, detenerse un instante y contemplar cuanto nos rodea, sin otra intención más que la de disfrutar con ello, puede llenarnos más que muchas de las razones por las que nos movemos en el día a día. ¿Qué sentido tiene vivir si no somos conscientes de que lo estamos haciendo?

miércoles, 18 de mayo de 2011

Como las nubes del cielo de Pamplona

La vida está tan llena de contradicciones que merece la pena ser vivida. Si conociésemos el final de nuestra historia, cualquier mirada, cualquier beso y cualquier palabra, perdería la fascinación del "¿Qué pasará?" y permaneceríamos en la nube de lo previsible. Todo estaría visto, sentido y escuchado.

Si nos dijesen la última frase de nuestra historia, la vida no sería tan imprevisible, deliciosa y desconcertante como las nubes del cielo de Pamplona.

domingo, 15 de mayo de 2011

Aterrorizados

Hacía rato que un murmullo desconocido la mantenía despierta. Al principio no le había dado la menor importancia pero, conforme avanzaba la noche, las voces parecían volverse más nítidas. Sabía que el piso estaba vacío y las puertas cerradas con llave, y sabía que estaba sola. Se revolvió incómoda bajo el edredón y volvió a intentar conciliar el sueño, pero ya era imposible. Oía ruidos y, de vez en cuando, le parecía vislumbrar una luz en el pasillo que parpadeaba. Incómoda, se levantó de la cama y se envolvió en la bata. Al día siguiente tenía prevista una entrevista de trabajo y lo último que quería era aparecer en el despacho con evidentes huellas de insomnio.
Se detuvo frente al interruptor del pasillo. Si había alguien no quería alertarlo de su presencia, pero la oscuridad la sumía en una agotadora actitud de alerta. El murmullo la distrajo de sus cavilaciones. Había alguien. La afirmación rotunda de su conciencia le hizo temblar. Estaba segura de haber cerrado todas las puertas, y las ventanas estaban firmemente enrejadas. Podía volver a la cama como una ignorante y esperar a que amaneciese, pero era consciente de que no volvería a conciliar el sueño por el temor a que la atacasen.
Escenas de películas de terror la asaltaron hacia la mitad del pasillo. El corazón le palpitaba con fuerza y el pelo se le había pegado a la cara por el sudor. Un resplandor tenebroso, sangre manchando la pared, una sombra silenciosa a su espalda, un ruido metálico... Se detuvo y cerró los ojos, la presión de su imaginación superaba la realidad. Intentó tranquilizarse y ralentizar su respiración, pero el menor ruido la sobresaltaba. Sentía el impulso de romper a llorar, pero la adrenalina consumía sus lágrimas antes incluso de que desfilasen por sus mejillas. ¿Dónde había dejado el móvil? El consuelo de su salvación se esfumó al recordar que lo había olvidado en la mesa del salón. Estaba al borde de la histeria, pero debía controlarse si quería sobrevivir a los inquilinos y al jefe de la empresa con la que aspiraba a trabajar.
Se escurrió hasta el suelo para sentar sus nervios. Ella vivía sola porque nunca había sentido la necesidad de compartir su vida con nadie. Ella era fuerte y nunca había dudado. Ella no era una miedosa. Entonces, ¿qué le pasaba? Sabía la respuesta, porque llevaba repitiéndola desde hacía bastante tiempo. Vivía en una sociedad corrupta, sin valores, sin un respeto de “tu vida” y “la mía” y esa deshumanización constante había desembocado en una desconfianza del “otro”. ¡Claro que era posible que hubieran entrado en su casa! No le extrañaría nada, aunque le aterraba ser la siguiente noticia del telediario. Violencia de género, instinto psicópata, hurto indiscriminado... El respeto por la vida estaba desapareciendo, y eso incluía el desprecio por vidas ajenas, siempre que se pudiese obtener algún beneficio en ello. Aun con todo, no podía ser una cobarde.
Se levantó decidida, todavía con un temblor incontrolado, y avanzó hacia la sala de estar. Entró con paso resuelto y se plantó en el centro antes de girarse a su alrededor. Entonces no pudo contener la tensión y se desplomó en el sofá. Había dejado la televisión encendida.

jueves, 12 de mayo de 2011

Querido humano: aquí estoy

Querido humano:

Hace tiempo que intento llamar tu atención, pero tu falta de tiempo me está agotando. ¿Qué te pasa? ¿Tan difícil es hacerme un poco de caso? ¿No te das cuenta de que, sin mí, tu vida se vuelve cada vez más insípida? De tu casa al trabajo, del trabajo a recoger a los niños y de allí de nuevo a tu casa. El desayuno, la comida, la merienda y la cena. El telediario después de almorzar y la siesta.

¿Qué puedes contarme de las personas que más te importan? Quiero saberlo todo sobre ellas. ¿En qué color sueñan? ¿Cuántas estrellas brillan en sus ojos? ¿Son princesas, hadas, piratas, vaqueros? ¿Corren o navegan? ¿Saben bailar un vals con las nubes? Cuéntamelo todo sin reservas, estaré encantada de oírte.

Hace tiempo que intento llamar tu atención, pero da igual cuantas veces lo intente o cuantas veces te lo repita en esta carta, porque luego se te olvidará. Aun así, te diré que me gusta tu mirada soñolienta cuando te despiertas y descorres las cortinas. El café junto a la radio, el periódico o el televisor y... al trabajo. Allí me olvidas. Aunque sé que si no lo hicieras, aprenderías mucho más. ¿Te has fijado en que cada día el sol viste de un color diferente? Cuando te sientas en la silla de tu oficina, o te colocas tras el mostrador, cuando comienzas una nueva jornada laboral, ¿has comprobado si la amante del sol sigue esperándolo? Ya sabes, la luna, que llora siempre vestida de gala. Y a quiénes te rodean, ¿con qué adjetivo identificarías sus sonrisas? Esa señora vestida de azul, ¿está “aburrida”, “nostálgica”, “enamorada”, “chiflada”? ¿Qué suspiros retienen sus labios?

¡Ah, aprenderías tantas cosas! Descubrirías cuántas vidas tejen primaveras y cuántas prefieren la soledad de un invierno gélido. ¿Le has preguntado a tus hijos qué piensan de mí? Con ellos me llevo bien. El otro día el más pequeño me contó un secreto y yo, a cambio, lo transporté a un lugar al que sólo viajan quienes me aman. Yo no le he confesado que me olvidaste, ni lo haré. Sabes que te prometí lealtad y, aunque me desprecies como lo haces, seguiré a tu lado. Atrévete a darme la mano. No muerdo, ni engaño. Conmigo amarás la vida o, por lo menos, conocerás los matices más dulces que rechazaste cuando te hiciste “mayor”.

Atentamente; (Debo parecer formal y respetar las estructuras que le habéis impuesto a las cartas)

Tu imaginación.

P.D.: Si me aceptas... volveré a hacerte sonreír.

lunes, 9 de mayo de 2011

Tú y Yo, Nosotros.

Todos tenemos problemas. ¡Cuántas veces se nos habrán torcido los planes! ¡Cuántas muecas habremos recibido cuando sólo queremos hacer reír! ¡Cuántos gritos injustos hemos recordado en los sueños! Sin embargo, ¿cuántas malas caras le habremos puesto a una sonrisa? ¿Cuántos prejuicios hemos pintado en las vidas de los demás? Para recibir hay que dar, aunque lo que esperemos sea dar si recibimos. No es lo mismo entrar en un comercio y sentir que te taladran con la mirada a recibir una sonrisa amable y bien dispuesta. Pero muchas veces el problema está en nuestra propia actitud. No podemos pretender que nos preparen la alfombra roja por tener un problema y que estén atentos a nuestras necesidades. Debemos ser capaces de sobreponernos a ellos y ayudar a los demás. ¡Qué bonito queda decir que te han puesto una mala cara, pero cuántas veces callamos nuestros propios errores!

¿Por qué no somos capaces de hacer del mundo una realidad más agradable? "Una sociedad corrupta", "un mundo devastado", "un conflicto y varias muertes"... La solución no está en la política, ni en la economía, ni siquiera en lo social. La solución está en cada uno de nosotros. Del mismo modo que no se puede empezar a construir una casa por el tejado, no podemos pretender grandes reformas sin encargarnos primero de las nuestras. Somos libres de nuestros actos, pero también responsables. Una sonrisa, un gesto amable, un ofrecimiento de ayuda. La verdad está en los gestos sencillos y sinceros, no en las promesas utópicas.

Aunque sea difícil, aunque pensemos que ya no podemos más, aunque estemos tentados de abandonar...sigamos. Porque sólo el que sigue adelante, triunfa y ese triunfo puede ser "simplemente" nuestra felicidad. Todos tenemos problemas, ¿pero cuántos nos damos cuenta de ello?

viernes, 6 de mayo de 2011

Amar es de valientes

Hay ocasiones en las que enfrentarse a tus sueños puede ser un desafío cargado de sorpresas, de sonrisas, de ilusiones...pero nunca están lejos las piedras, las espinas y las lágrimas. Luchar por un sueño es de valientes, pero soñar ese sueño es resignar al olvido la más bonita de las ilusiones. No diré adiós antes de comenzar. Tú tampoco, ¿verdad, Paula? Él espera una sonrisa, una mirada, un sólo gesto que le ayude a cerrar los ojos y volar.

Algún día, ¿aterrizará su corazón en la cuna de tus manos? Sueña, y lucha por que se haga realidad.

Aunque nos separe el beso
 que nunca me diste
y el abrazo que se congeló
 a menos de un metro de nuestros cuerpos.
Aunque tú creces con el día
y yo respiro en la noche.
¿Qué más da que seamos tan distintos
si somos tan semejantes?
Tus ojos me roban el aire
y mis labios secuestran tus sueños.
La pasión florece en el invierno
infinito de tu corazón.
Ahora entiendo porqué escribían todos.
Todos creaban inspirándose en ti.
Dime, si eres capaz de esquivar el destino
y avanzar de mi mano
por los caminos del remordimiento.
Morirá ese beso
que se quemó en mis labios,
como morirá tu sonrisa
cuando se arrugue tu ilusión.

martes, 3 de mayo de 2011

Desde su ventana

La trampilla los ahogó en la oscuridad. El anciano hizo un último esfuerzo y coronó la escalerilla. A tientas buscó el interruptor de la luz.
¿Cuánto hace que no subís aquí? La bombilla acaba de reventar.
Descorre las cortinas –le sugirió su hijo desde abajo –. La buhardilla está tal y como lo dejamos antes de marcharnos.
El anciano gruñó antes de aventurar sus primeros pasos hacia los ventanales. Cerró el puño alrededor de las telas y tiró. Tuvo que cerrar los ojos ante la repentina cascada de luz pese a los oscuros nubarrones de lluvia. Oyó como su hijo empujaba las cajas y gritaba a sus hermanos para que les pasasen el resto. Luego pensó en la guerra y el cambio que había operado en sus vidas. Nada había vuelto a ser lo mismo. Ni siquiera ahora, que habían decidido retomar su historia donde la sesgaron. La enfermedad, la escasez, la muerte... habían conocido muchos de los males de los que sólo habían oído hablar en las novelas, y les habían imprimido una huella imborrable.
¿Por qué no ayudas a tu hermano mayor? Está allí, junto al establo –señaló el hombre.
Habíamos quedado en que Janek y yo nos encargábamos de las cajas.
Id con él, yo termino lo que queda.
Pero hay que subirlas y la escalerilla está peligrosa.
A cosas peores me he enfrentado. Vamos, y de paso avisa a tu esposa de que los niños están jugando cerca del río.
El anciano empujó a su hijo con impaciencia.
Vamos –insistió.
Sólo cuando dejó de oír sus pasos dejó escapar una lágrima. No había podido aguantar la emoción que le producía aquel encuentro. Allí, en la buhardilla, había tantos recuerdos olvidados. Sin embargo, había uno que le quemaba sobre el resto. Era aquella ventana. Una ventana que aún no se había atrevido a desvelar, de un tamaño mucho más pequeño que el de las otras dos y con cristales amarillos. Era su ventana, aún sentía que le pertenecía.
Arrastró los pies hasta ella y se arrodilló. ¿Seguiría escondiendo todos sus secretos? Cerró los ojos y arrancó los cortinajes. Cuando los abrió, tuvo que contener su sorpresa.
Una niña vestida de blanco corría por el jardín de la casa vecina. Estaba un poco lejos, pero sabía que llevaba fresas en su cesta. De vez en cuando se agachaba y recogía algo de la tierra, se giraba para mostrárselo a su madre, y seguía caminando. Sus ojos azules brillaban con el sol y sus bucles dorados botaban como muelles sobre sus hombros. Parecía cantar una canción popular polaca, de las primeras que se aprenden en la escuela, y disfrutar del cielo, aún limpio de aviones.
El hombre se arrastró por el suelo para verla mejor, hasta tocar el cristal con su nariz. Parecía un ángel de luz, dulce y hermosa, aunque sabía que el cristal amarillo incrementaba esa percepción. De repente, observó que se volvía hacia su ventana. Permaneció un momento sin moverse, sólo mirándole, luego soltó una corta carcajada, le saludó con la mano y echó a correr hacia su casa.
El anciano golpeó el cristal, tratando de captar su atención, pero ella ya había desaparecido.
¿Papá? –gritó uno de sus hijos desde el piso inferior.
El hombre ocultó su rostro con una de las manos y contuvo el sollozo. Sentía que se volvía a abrir el canal de los recuerdos.
¿Papá? Ya está preparada la comida. Estamos todos en la mesa.
Enseguida bajo.
Cogió aire e impulso y se levantó. Sopesó la posibilidad de volver a cerrar la ventana, pero sabía que entonces no estaría del todo en paz. Era hora de disfrutar de sus secretos sin miedo a mirar atrás.
Su familia le esperaba alrededor de la antigua mesa del comedor. Se sentó en la cabecera y bendijo, agradeciendo la vuelta a su verdadero hogar. Luego empezaron el almuerzo y las conversaciones giraron irremediablemente hacia sus vidas allí.
Teníamos veintiocho, veintitrés y veintidós años cuando nos marchamos de aquí, ¿verdad, papá?
Sí.
¿Cuánto hacía que vivíais aquí mamá y tú? –preguntó el menor.
El hombre sopesó la pregunta.
–Cuarenta y siete años.
¿Qué? –inquirió el mayor, sorprendido.
Ella era mi vecina. Desde los nueve o diez años crecimos juntos.