¿Te atreves a soñar?

lunes, 7 de diciembre de 2015

Bibi quiere amar


Rosvinta se relamió. Removió el contenido del caldero, que borboteaba y salpicaba un polvo dorado, y canturreó una canción de cuna. Más allá, Adelaida acariciaba el pelo de Bibi, quien miraba a través de la ventana con nostalgia.
—Créeme pequeña: lo agradecerás. Que ahora no lo ves, porque eres joven, pero un día te alegrarás.
Bibi no contestó. Mantuvo la mirada perdida más allá del bosque que cercaba la mansión. Adelaida le acarició la cara y jugó con su pelo.
—Eres muy bella, niña mía. Tienes una piel suave como las flores y esos ojos tan grandes… Si te quisiera menos, te los arrancaría para cambiarlos por los míos.
Detrás de las montañas, Diego la estaría buscando. Habían quedado en encontrarse en el crepúsculo, y el mar ya había comenzado a tragarse el sol. Las lágrimas de Bibi desfilaron por sus mejillas y Adelaida se apresuró en recogerlas.
—No llores, que tú serás inmortal. ¿Sabes lo que darían esas criaturas despreciables por ser como nosotras? Oh, mi pequeña, no sabes lo afortunada que eres en realidad.
La purpurina se desparramó por el suelo y Rosvinta rompió a reír.
—¡Mira, mira cómo me brillan los pies!
—Cállate, estúpida, que la niña está triste.
—¡Me brillan, me brillan!
Rosvinta comenzó a dar vueltas por la habitación con el palo de escoba en ristre. Cuando se le pasó la euforia, los brillos habían quedado suspendidos en el aire. Adelaida estornudó y empezó a agitarse como si la hubiera poseído el demonio. Bibi, ajena a sus hermanas, lloraba. Estaba a cientos de kilómetros de Diego y, sin embargo, escuchaba sus gritos y le veía golpear el suelo de la cueva donde se habían citado. Pero no podía escapar, porque Rosvinta le había obligado a tomar una pócima que le robaba la magia; la suya no era tan fuerte como la de ellas. Cerró los ojos y sintió de nuevo las manos de Adelaida en su cuerpo.
—Vamos, mi niña, ven a bailar conmigo. Está oscureciendo y el remedio de Rosvinta ya casi está. Cuando lo bebas, mi pequeña querida, cuando lo bebas, será como si tu vida empezase de nuevo. Ya no habrá hombres, porque no valen nada. No tendrás que sufrir nunca más por amor —soltó una carcajada y le enredó los dedos en el pelo—. Ese dolor que sientes, esa punzada tan aguda, la olvidarás, como lo olvidarás también a él. Vas a ser libre, mi hijita, vas a ser tan libre que nos lo agradecerás.
Le pusieron la copa en las manos, una vasija de oro que decían haber robado a un rey, y Rosvinta empezó a dar palmas.
Bibi pensó en Diego mientras le acercaban la poción a los labios.
—Preciosa, olvídalo. Ellos solo querrán jugar contigo.
Saboreó el líquido dorado y sintió que le desgarraban el corazón. De pronto no sabía de qué color eran esos ojos que la habían enamorado. Perdió después el recuerdo de las caricias. Cuando se borraron sus besos, Bibi aulló fuera de sí.
Lanzó la copa contra las brujas y echó a correr hacia el caldero. Mientras Rosvinta reía y repetía que la purpurina le había mojado los pies, la joven se sumergió en aquel líquido maldito. Si iba a olvidarlo a él, quería olvidarlo todo.



jueves, 3 de diciembre de 2015

Veintiuno

Tú me haces sonreír. Me haces sentir vivo... dice la canción. ¿Cómo podría decirlo mejor? Cuando estoy cansada, recurro al mismo libro. Como si ahuyentase todos los males, busco en sus páginas dónde está la frase para mí. Siempre la encuentro. Unas veces la he subrayado antes, otras es alguna que pasé inadvertida. Esta vez iba escrita en un pósit amarillo con tu firma. Tuve que leerla varias veces para darme cuenta de que era real, que un pequeño milagro había crecido en la página 21. Probablemente la escogiste al azar, pero hace unos días que se me aparece el número en todas partes; una especie de señal, supongo. Y podrá sonarte cursi, pero me ha hecho sentir especial. He imaginado el mundo cayendo sobre mí y he pensado "se puede acabar, porque soy feliz". Probablemente solo tú vayas a entender estas líneas. Espero que, cuando sientas ese cansancio que sentí yo, te topes por azar con este blog.