¿Te atreves a soñar?

martes, 22 de noviembre de 2016

En el borde de los ojos

¿Hubo, alguna vez, una noche más prolífica? Porque en esta, me queman las palabras. Me cosquillean hasta que obedezco, tecla sobre tecla, latido sobre latido, sintiendo.

Hay días que no es bueno sentir, pero hoy no podría evitarlo. Me brillan las palabras hasta cegarme, porque no quieren ser retenidas por más tiempo en contra de su voluntad. Y de la mía. 

Esta noche las amo más de lo que las amé nunca, porque no me queda otra, porque las tengo al borde de los ojos y en los labios. No las ves, todavía, pero quiero y no quiero que se callen. Son tan hermosas… y delicadas. Suaves como tus dedos y brillantes como tu luna.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Una promesa de amor

Ella era un punto y a parte en el cielo. El comienzo de todas las frases hermosas. El beso que sella, invisible, una carta.

Y yo tenía las manos frías, muy frías, aún más frías que de costumbre.

La miré sin discreción, parada en mitad de la carretera, y no me importó la lluvia, ni los coches, ni el no sentir de mis dedos.

Tenía en frente, floreciendo sobre la ciudad, una tierna promesa de amor.


miércoles, 9 de noviembre de 2016

Manos de plata

Tenía las manos de plata, no completamente, pero sí la mayoría de los dedos. Parecía que todos los días pintase al despertar. Era un gris oscuro ligeramente azul, aunque pasaba desapercibido debajo de las mangas del jersey. Me gustaba mirarle las manos, me gustaba que se entrelazasen con las mías cuando no mirábamos.

No le pregunté por qué eran de plata, pero él me lo dijo. Lo hizo con una voz cansada, como si se tratase de un secreto inconfesable, bajito, despacio: “Tengo los pulmones grises”.  Grises no podían ser, porque yo había dormido muy cerca de ellos. ¿Entonces, qué?, se burló (porque al fin y al cabo eran los suyos).

De plata.
—Eso no puede ser. 

Pero sí podía ser. Yo sabía que tenía la luna atrapada dentro.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Blanco

Nunca me habían rozado las palabras con semejante estrépito. Nunca, ni siquiera las rosas muertas de Bobin, ni sus rayos de luz, ni su niña sin infancia. Había en aquellas líneas, en aquella voz trémula, más amor del que había bebido en tantas páginas.

Los minutos se sobrecogieron al derecho del silencio y me quedé en blanco, sobrevolando con sus alas de nuevo todas las palabras. Como un águila que se descubre llorando porque desea el mundo, pero el mundo es tan grande que solo puede contemplarlo.