¿Te atreves a soñar?

viernes, 17 de febrero de 2012

El último bocado

Hoy dicen que ha llegado mi hora. Lo sentí en el viento frío de la mañana y en el beso del sol. Había algo distinto en el aire, una especie de dolor susurrante que se arrastraba con las hojas. Todo se acaba y comienza.
Al despertar, escuché al asesino afilar su guadaña. Es atroz amanecer con sus manos preparadas cerca de mi cuello. ¡Qué dolor tan silencioso, que me arranca lo oscuro del alma y me escupe todo lo bello! Puedo ver cómo tiemblan las rosas del jardín y con sus pétalos se abrigan del rocío, y cómo los insectos reanudan su tarea entre los matojos de hierba. ¿Quién me creería si digo que escucho a la abeja recoger el polen de las margaritas? Nadie, seguramente nadie. Pensarán que ya deliro, que las fiebres de la muerte me han alcanzado al abrir los ojos.
Escucho a mi mujer y a mis hijos en la salita que queda junto a mi habitación. Las paredes nunca fueron muy gruesas. Hablan de mí y de mi recuerdo, como si ya estuviera muerto, pero prefiero que sigan llorando fuera y no me roben mis últimos sueños. Todavía no, aún quiero disfrutar unos minutos de mi soledad. Puede que me vigile la muerte, es posible, pero también siento que hay un halo mágico, sutil y efímero. Me ha despertado la poesía de la vida y será mi desayuno, el último. No volveré a probar su bocado.
Es curioso, pero mi cuerpo está dormido. Él ya no me obedece, se cansó de mis exigencias, aunque no me arrepiento de haberle dado tanta cuerda. Ahora, cuando no puedo levantarme del lecho, las cumbres nevadas de las montañas me deslumbran de nuevo. Es una sensación grandiosa, por nada del mundo me arrepiento.
Aunque tengo miedo, eso no lo puedo evitar. Sé que pronto me convertiré en imagen, en palabras, en costumbre, que no volveré a alimentar a mis aves, ni saldré a nadar al río... y todo seguirá igual, la vida nunca se detiene por un difunto. Me iré, como se han ido los anteriores, y seré historia, aunque nunca vaya a aparecer en un manual. ¿Y Rosario y Mateo y Fermín y Carmen? Me echarán de menos. Ojalá no se estanquen donde duele y vivan tan apasionadamente como lo he hecho yo. Sí, ojalá lo logren, porque no es fácil. Si yo pudiera, les enseñaría a escuchar la respiración de los árboles y el latido profundo de la tierra. Ah, pero no es sólo la naturaleza, también es el ser humano y su fabulosa capacidad de imaginar, de experimentar, de desear, de amar. Es todo tan maravilloso, tan inmenso. Pero yo me muero, yo lo estoy sintiendo todo por última vez. También hay desgracias y sufrimiento. Claro que sí, también hay dolor, mucho. Porque yo me voy quizá lo vea todo más hermoso. ¿Pero no lo es? Ojalá no se cansen de buscar.
Que no lloren, por Dios, que no lloren, quiero que me acompañen con sus sonrisas. Rosario ha abierto la puerta, ha debido sentir el frío de la muerte entrar en mi habitación. Qué mujer más bella a sus ochenta y tantos, qué brillo tan bonito el de su mirada. Mateo, Fermín y Carmen tienen miedo, no saben bien qué decir, el llanto asfixia sus gargantas.
Mis labios se han callado, ya no tienen sentido mis palabras. ¿Me dolerá el golpe de la guadaña? Da igual, ahora estoy con ellos, ahora soy fuerte, libre y feliz. ¿Y esa luz? Todo resplandece, todo brilla. Qué bonitas eran las risas de Carmen cuando la hacían reír sus hermanos.

domingo, 12 de febrero de 2012

La hija del extranjero

Corría por el borde del acantilado, con los brazos extendidos y los pies descalzos. Desde la playa su silueta parecía la de un ángel, pues su vestido blanco creaba la impresión de alas vaporosas. Podría ser un hermoso cuadro de Monet, tan brillante en contraste con el verde primaveral de la hierba y el azul irritado del mar. Todos la observaban desde abajo, asombrados, fascinados por su energía. De un momento a otro podría levantar el vuelo y nadie se sorprendería mucho más.
–¿Es la hija del extranjero? –preguntó Ainara Lena, la mujer más hermosa del pueblo.
–Sí, la salvaje –le contestaron en un suspiro.
Todos la envidiaban, tenía algo incomprensible que la hacía muy distinta al resto. Aquella muchachita los había encandilado con su sonrisa traviesa y su mirada inocente. Los hipnotizaba cuando bailaba en la plaza, abrazada a los rayos de luna, y cuando corría cerca del faro con el cabello desordenado y la risa fresca. Siempre parecía feliz... y apenas tenía nada.
–¿Qué hay de su madre?
–No lo sé, siempre que le preguntamos nos mira y sonríe, pero no nos contesta.
–¿Y su padre?
–Ya sabes quién es, el que volvió de América.
–Federico ya no pertenece a este pueblo –intervino Ainara, molesta.
Un pescador se rió.
–¿Tanto le odias por no elegirte a ti como esposa?
Las risas salpicaron su orgullo y Ainara se dio la vuelta y se marchó.
–No debes decir esas cosas –le advirtió uno de los compañeros –. Ahora ella está casada con un hombre rico.
–Claro, cómo no. Olvidaba que el dinero está por encima del amor –se burló.
Mientras tanto, ajena a las malicias de los adultos, la niña contemplaba el horizonte. “¡Qué grandeza más absoluta!”, pensaba. Se había sentado en el borde, desde donde podía balancear sus piernecitas desnudas, y dialogaba con aquella inmensidad. Amaba a las gaviotas, a las olas, a las mariposas doradas. ¿Cómo podía alguien acostumbrarse a esa belleza regalada? Su madre le había dicho una vez que la naturaleza era para muchos una belleza invisible. Miró hacia la playa, donde no dejaban de observarla, y sintió lástima. ¿No se daban cuenta de que el mar, su espuma, el aire, la arena y las rocas eran mucho más fascinantes?

jueves, 9 de febrero de 2012

Espiral a través de "La rosa púrpura del Cairo"

La rosa púrpura del Cairo (1985) me ha dejado una extraña sensación, dulce y amarga, aunque algunos digan que las dos cosas no puedan ser. Estoy trabajando un ensayo sobre la relación realidad-ficción que Woody Allen establece en sus películas y hoy analizaba ésta. Lo cierto es que me ha devuelto a casa pensativa, atrapada en una espiral filosófica vertiginosa, y quería compartirlo, lejos de cualquier crítica cinematográfica pretende ser más una reflexión.
Ya conocía el final, pues me documenté ampliamente antes de la proyección, pero me resultó tan triste como si no lo hubiera hecho. Desde luego que Woody Allen y Gordon Willis (director de fotografía) pueden sentirse orgullosos. Saben muy bien que lograron su meta en esta película.
Que Woody Allen huya a la ficción como paliativo de los problemas de “su” realidad lo aceptamos, pero, ¿cuántas veces lo hacemos nosotros casi sin darnos cuenta? Él trata de proyectar un mundo insípido y feo que únicamente se enriquece por nuestras aportaciones creativas, las del ser humano. Un día podemos amanecer chistosos, o pesimistas, o absurdos, y es por eso que somos tan vivos, tan interesantes. La ficción se convierte en una vía escurridiza de la realidad.
En la película, Cecilia (Mia Farrow) se encuentra en el núcleo de un torbellino amoroso que transforma su vida y le sirve de apoyo para enfrentarse a la realidad. Tres hombres le ofrecerán diversas posibilidades y ella, ingenua, deberá elegir y enfrentarse a los conflictos que consumían la paz de su hogar. Fue la secuencia de su elección, entre Tom Baxter y Shepherd (interpretados por Jeff Daniels), la que más me fascinó; no podría definirlo con otra palabra. Es un momento en el que se concentra un contenido riquísimo, cargado de dudas existenciales y elecciones que pueden llegar a resultar un tormento. Tom Baxter es el “hombre perfecto”, lo cual nos concede el hecho de que sea un personaje de ficción, pero Shepherd es real, con sus virtudes y sus defectos. Una de las actrices que contemplan la discusión desde la pantalla, le incita a Cecilia a que se decante por Baxter, el aventurero, el poeta, el respetuoso, el fiel... en definitiva, y como ella misma defiende, el perfecto. Pero ella, sin embargo, opta por Shepherd. Puede ser que el fantasma de la perfección nos persiga como punto importante de nuestra ambición, pero con frecuencia lo alejamos para mantenernos firmes en cuanto nos rodea y concebimos como seguro. "Concebimos" no quiere significar que realmente lo sea, porque, como W. Allen nos recuerda, "al final la realidad nos arrolla y nos defrauda".
¿Nos atemoriza que nuestros sueños logrados no continúen siempre como nuestra realidad? ¿O, tal vez, no sabemos exactamente qué buscamos?

miércoles, 1 de febrero de 2012

Al amanecer

–Es...
–Absurdo, es cierto, sí que lo es.
Jonás aporreó el cristal y se secó el sudor de las manos en los pantalones.
–¿Y ahora?
–Pues ahora esperas, ¿qué más vas a hacer?
–No sé, ya te digo que es absurdo.
–Por supuesto, no dejas de recordármelo.
Miguel se apoyó en la pared y encendió un cigarro.
–Olvida que estoy aquí.
–¿Y qué voy a decirle? No quiere verme.
–Claro que no, yo tampoco querría.
Jonás suspiró, nervioso, y golpeó de nuevo la ventana.
–No me hace caso.
–Dale su tiempo, se lo está pensando.
–¿Pero qué más tiene que pensar? Es absurdo, ¿lo ves? Ya te lo dije, ya te lo dije... No sirve de nada que lo intente, está enfadada.
–Tranquilízate.
–Ah, cómo si fuera tan fácil.
–¿Quieres? –ofreció Miguel, tendiéndole el cigarro.
–No, no fumo.
–Pues entonces respira hondo.
–Qué absurdo...
Las cortinas se abrieron, descubriendo un rostro de mujer.
–Vaya, está aquí.
–¿Y qué esperabas? Vamos, no seas crío e insiste.
Jonás saludó, tímidamente, hasta que ella se decidió a abrir el cristal.
–Hola, Jonás –saludó, sin manifestar ninguna emoción.
–Hola...
Se miraron en silencio. El orgullo le pesaba demasiado a Jonás. Sin embargo, ahora lo veía, veía que la había herido de una forma terrible. Nunca antes la había encontrado tan pálida y tan delgada. Le dolían los recuerdos, pero aún más la visión espantosa de un corazón destrozado. Se rindió.
–Perdóname...
Y ella rompió a llorar. Le hizo un gesto hacia la entrada de la vivienda.
–Entra, tenemos mucho de lo que hablar.
Jonás relajó la postura y aceptó. Lo había hecho, aunque hubiese creido que era absurdo había logrado encararse con la realidad. Buscó a Miguel con la mirada, mientras caminaba hacia la puerta, pero él ya estaba lejos, en el horizonte de la calle.
–Eres muy valiente –recordaba que él le había dicho al amanecer –. Eres un hombre herido por tus faltas, pero eres realmente valiente y sanarás.