¿Te atreves a soñar?

lunes, 4 de enero de 2016

Lágrimas de sangre


Le resbalaban lágrimas de sangre por las mejillas, pero el policía estaba de espaldas y no las veía.
—Jefe, el juez ha levantado el cuerpo. Antonio y Sergio se encargan de lo demás. Podemos irnos —informó Gabriel desde la ventana del furgón
Pedro se amasó la barba y, sin decir nada, subió al vehículo. Aunque su compañero encendió la radio y comenzó a hablar de fútbol, era incapaz de abandonar el caso. No lograba entender por qué aquel mendigo había matado a la joven. Después de todo, aquel pobre loco nunca había sido violento. Más bien al contrario. Recordaba haberlo visto todos los días en la misma esquina de la plaza, comiendo lo que le daban, lanzando migas de pan a las palomas, tocando una vieja flauta. Alguna vez incluso le había dado dinero. Era un artista; la música le brotaba del corazón.
—No lo entiendo —musitó—. ¿Por qué la mató de un hachazo? No se conocían.
—La cuestión es, jefe, de dónde sacó el arma.
Pedro sacudió la cabeza, contrariado. Quizá el mendigo un día fue campesino. Eso le daba igual.

La nieve caía tan despacio que parecía flotar inmóvil en el mismo sitio. Sofía cerró los ojos y sintió los copos derretirse en su piel. Columpió las piernas. Sonrió. Hacía media hora que esperaba a Alberto, pero parecía que después de todo no iba a presentarse. Sacó la lengua para beber del cielo. Acababa de decidir que se olvidaría de él.
Vio a unos niños lanzarse bolas de nieve y los siguió con la mirada. La escena le pareció divertida, hasta que el vagabundo empezó a gritar. Daba saltos señalando una de las cuatro estatuas de la plaza. Se fijó entonces que una de las bolas había impactado contra ella y que la nieve se escuría desde el rostro del ángel al suelo. Sofía contuvo la respiración. Nunca había visto una cara más hermosa.
Mientras el hombre retomaba su melodía de flauta, ella se acercó, arrobada, a la escultura. Había algo en aquella mirada que la atraía; no se atrevía a decirlo, pero le parecía que en esos ojos de mármol resplandecía la vida.
Levantó el brazo, aunque no se atrevió a tocar ni siquiera los pies. El ángel tenía las manos cruzadas sobre el pecho y la cabeza inclinada. Los labios ligeramente entreabiertos, como si Dios le hubiese petrificado justo en el momento en que iba a negarle.
Sofía imitó el gesto y cruzó sus manos sobre el corazón. De pronto no sentía el frío. Entreabrió los labios, hipnotizada. Le parecía que el querubín le juraba amor eterno.
Las notas de flauta se silenciaron.
Sofía había trepado la estatua y acariciaba aquel rostro de piedra como si su calor fuese a despertarlo. Se encontraba tan ensimismada que no vio al mendigo caminar hacia ella con un hacha en alto. Tampoco lo escuchó gritar, ni el filo del arma rasgando el aire, en círculos, directo a su espalda. Estaba cautivada por una mirada esculpida.
La muerte la besó al mismo tiempo que apretaba sus labios contra los del ángel. Cuando la encontraron, el vagabundo lloraba a su lado. Tenía las manos rojas y era incapaz de articular palabra. Los oficiales se lo llevaron detenido y fotografiaron la escena mientras llegaba el juez. Fue precisamente en esas imágenes donde algunos años después Pedro descubrió un detalle que aquel día había pasado por alto. Ampliando las instantáneas descubrió que el ángel bajo el que murió la joven tenía lágrimas de sangre.

viernes, 1 de enero de 2016

Feliz 2016

Somos trozos de historias y el misterio está en que nunca las conoceremos todas. Ni siquiera las nuestras. Ahí está la gracia, que la vida son olores, sabores, sensaciones... y se nos escapan.

Qué suerte poder compartirlas, descubrir nuevas y comenzar otras. Que comencéis el año con ganas. ¡Feliz 2016!