¿Te atreves a soñar?

viernes, 4 de mayo de 2012

A partir de la fila de atrás


Nunca os sentéis en las filas de atrás. Al menos no lo hagáis si os sabéis bien una asignatura y queréis optar a la mejor nota. Vaya mi suerte de hoy.
Perdonad que no escriba una historia, no me parecía justo. Quizá os resulte estúpido leer esto, pero tal vez algún día os suceda algo parecido y os acordéis... y quién sabe, igual decidís mirar el mundo con otros ojos. No quiero hablar de exámenes, ni volver a enfadarme con el desconocido que se sentó a mi lado y estuvo todo el examen copiando, pero sí de lo que vino detrás.
Había ido con la mejor de las intenciones al aula. Iba decidida a aproximarme a la mejor nota posible, porque había estudiado a fondo la asignatura y le había puesto ganas e ilusión. Después de todo, era el primer examen, y según eso se predice cuál será la suerte en el resto. -Espero andar por mejor camino-. Claro que no contaba con que de compañero, con tan solo un asiento de distancia, me tocase un chuletero que apenas contestó una palabra que no hubiese puesto previamente por escrito. A mí todo me fue bien, hasta que sacó la primera hoja arrugada de su bolsillo y se puso a hablar con el de delante y el de su derecha. ¡Pues oye, estupendo, me concentré muchísimo!
Como adivináis, salí muy enfadada. Se habían estrellado todas mis expectativas. Lloré de rabia -aunque os parezca ridículo- y me senté lejos del bullicio hasta que me tranquilicé. Cuando esperáis tanto, es muy dura la caída. Nada de la sonrisa triunfal con la que esperaba salir, nada de la sensación orgullosa de haber terminado el primer examen, nada de la satisfacción después de tantas horas de estudio, nada de nada. A veces ocurre así.
Por suerte, tengo unos amigos estupendos y una madre magistral que me desbloquearon. Deseché mis intenciones de encerrarme en la habitación para estudiar el siguiente examen y eché a caminar. Mis pasos me plantaron frente a una cafetería. No podía ser de otro modo, la palmera de chocolate tiene un efecto mágico. Así que, como hacía tanto que no compraba una y necesitaba animarme, entré. Allí comenzó la aventura.
Evité los ruidos y me deslicé hasta el borde de la civilización. Acabé donde el asfalto muere por la vegetación, donde se silencian los motores de los vehículos y se detienen las prisas. Quizá a partir de aquí os apetezca dejar de leer, lo cual también os aconsejo si consideráis que la Naturaleza es una cursilada de poetas.
Crucé hacia un camino de tierra y me detuve. Sin edificios, sin coches, sin prisas, sin problemas, sin trampas. Estaba en el mirador de la cuenca, en un punto donde cualquier fotografía sería bella. Lo más fascinante era el cielo. Me habría encantado que hubiera sido un día soleado, como prometían los partes meteorológicos desde hacia dos semanas, pero las nubes lo cubrían de contrastes. Desde las montañas, moradas por el atardecer, nacía una línea algodonada de ellas, parecían nata de las fresas. Sobre estas, el cielo celeste se fundía con un gris que parecía no tener principio y, más allá, despuntaban algunas nubes solitarias y oscuras. Era la paleta del artista del tiempo.
Llegué, incluso, a un lugar donde crece la hierba alta y las florecillas blancas la perlan como adornos. Allí me gustan las estaciones. Ninguno de los días que escojo aquel camino es parecido.
Y así regresé a casa. Me desvié hacia un parque para escuchar risas y zigzaguear entre los árboles antes de acabarme el dulce. Entonces encontré una escena muy tierna, que me hizo olvidar por completo cuanto me preocupaba. En un banco se había detenido un padre con sus dos hijos pequeños, no alcanzarían los dos años, y los había sentado hacia el jardín de la casa que había detrás. Habían aparcado sus bicicletas minúsculas y, emocionados, como si no hubiese nada más interesante, señalaban al jardinero que cortaba el césped. El padre les revolvía los ricitos castaños y les hablaba al oído, sujetándolos para que no se resbalasen.
Qué de historias había en aquel parque, en esta ciudad, en tantos lugares. ¿Y yo molesta por un examen? Nunca me había hecho tanto bien un paseo con mi palmera de chocolate.