¿Te atreves a soñar?

lunes, 20 de marzo de 2017

Morat y mil ilusiones


Morat comenzó provocando. Despertó los primeros acordes detrás del telón negro de la sala Zentral de Pamplona mientras más de mil personas levantaban sus teléfonos móviles. 

¿Alguna vez habéis visto el rostro de la felicidad? Todas aquellas sonrisas, las miradas cómplices, los gritos... Se podría decir que, más que mil personas, eran mil ilusiones reunidas.

Imaginé la energía al otro lado de la cortina, a los cuatro músicos sintiendo sus instrumentos a solas, y pensé que solamente por ese comienzo había valido la pena. Era emocionante quererse a ciegas.

Y comenzó el vicio. Al principio un poco en frío, en seguida un grupo entregado. Me dijeron: "Mira a esa niña qué mona". Y vi a una niña de seis años sobre los brazos de un hombre cantando cada una de las canciones como si rezase en voz baja.

Luego miré hacia arriba y vi a los demás niños agolpados en el cristal de la segunda planta. Me pareció bonito que Morat reuniese ilusiones de todas las edades. Aquella noche no se cumplían solamente cuatro sueños. 

Una vez les dijesen que 'Cuánto me duele' no sonaría en la radio. ¡Ja! -exclamé-. Menos mal que no lo creyeron, porque cuando suena esa canción en la oficina, nos miramos con una sonrisa y decimos: "Qué bien que tenemos a Morat". Y entonces no importa si llueve o tenemos un mal día. Por cuatro minutos somos pura ilusión.

lunes, 6 de marzo de 2017

Un te quiero


Se puede decir de muchas formas, por ejemplo con dos postales en el baño. Así, de pronto un par de manchas de color que no encajan entre tanto blanco. Cinco niños paseando en búfalo y la sombra de un pescador junto al lavabo.


sábado, 4 de marzo de 2017

El monje niño


Lo último que viste de aquel país era una hilera de niños monjes. Caminaban uno detrás de otro abrazados a un cuenco negro. El más pequeño se descolgó del grupo y al romper la línea, los demás se paralizaron. Miraron en silencio cómo se dirigía hacia ti.

Tenía los labios prietos, la cabeza rasurada, los ojos nublados. Dejó en el suelo el recipiente donde los fieles habían guardado la que sería su comida y se detuvo con los brazos caídos.

No dijiste nada, pero estuvisteis por lo menos cinco minutos conectados. Luego el niño recogió el cuenco y regresó. No giró la cabeza cuando reanudaron el paso. Tampoco volviste a saber de él, por supuesto. Desaparecieron sus túnicas rojas y alguien te dijo que había arrancado el autobús.


SQ