¿Te atreves a soñar?

sábado, 22 de marzo de 2014

Monuments men: una película distinta


¿Habías visto la II Guerra Mundial con los ojos de los amantes del arte? Porque estamos acostumbrados a las películas bélicas, pero no tanto a las bélicas-con-amor-al-arte. “Monuments men” desvela una realidad desconocida, la otra cara de la guerra: imprescindible, intrínseca, nuestra historia, la historia del hombre inmortalizada en pinturas y esculturas.

Cuando vi el cartel del estreno, no pude evitar un suspiro: “Guerra otra vez”. Y qué lejos estaba de tener razón. “Monuments men” rompe los esquemas precisamente porque gira alrededor de un tema del que muchos no habíamos oído hablar. Guerra, sí, pero desde un grupo de hombres que tratan de recuperar las obras de arte de la ambición de Hitler. Y lo más interesante: que fue una historia real.

En 2011 se descubrieron alrededor de 1.500 cuadros de artistas del siglo XX: Picasso, Matisse, Paul Klee, Chagall, Emil Nolde o Kirchner, entre otros; en la vivienda del anciano Cornelius Gurlitt. Obras que adquieren un valor total de más de 1.000 millones de euros. La investigación posterior anunció que este material había sido robado por los nazis y escondido en esta casa de Múnich (Alemania) durante medio siglo. 


Gurlitt no es el único caso. La Asociación de Museos Holandeses presentó un informe en que se anunciaba que 136 de sus obras podían ser herencia del saqueo de los nazis. Otras pinturas secuestradas han ido saliendo a la luz a cuentagotas, la mayoría por motivo de subastas, como “Litzlberg en Attersee”, de Gustav Klimt.

Los monuments men existieron: George Stout, James Rorimer, Walter Hancock, Richard Balfour, Robert Posey y Lincoln Kirstein, fueron algunos de estos valientes hombres que aceptaron participar en la guerra para rescatar la historia del arte.

“Monuments men” asombra. Con un buen reparto y aunque un poco lenta, ha encontrado un tema poco explotado que hacen de ella, sobre todo, una película distinta a las que estamos acostumbrados.



miércoles, 19 de marzo de 2014

Ocho apellidos vascos: para reírse




¿Qué hace reír más que los tópicos? Porque ver una exageración de nuestras costumbres es tan divertido como las caras de Dani Rovira o la actuación de Karra Elejalde en “Ocho apellidos vascos”. Una comedia para desconectar, para reírse, para salir con una sonrisa del cine. Una película española muy distinta a las que le preceden. Un recuerdo de la francesa “Bienvenidos al Norte” (2008), de Dany Boon, y de la italiana “Bienvenidos al Sur” (2010), de Luca Miniero.
Emilio Martínez Lázaro se une a la tríada de los tópicos... y triunfa. En lo que lleva en taquilla, su película se ha convertido en la número uno. No han faltado los aplausos y las buenas recomendaciones, pero tampoco las críticas. El diario Gara ha protestado por el reparto, pues los actores que hacen de vascos no lo son, y han extrapolado el argumento para hacer una crítica ideológica.
Lo cierto es que quien quiere reírse, se ríe. Y con un plus los del sur y los del norte, que con sus más y sus menos, algo se identificarán con la película. En el acento, en la apariencia, en los chistes, en las relaciones sociales o en el clima. Desconectemos un rato, ¡y a divertirse!



sábado, 15 de marzo de 2014

300 euros de suerte

Solo. En una terraza de un bar cualquiera. Delante de un café humeante y un periódico prestado. Con la misma ropa de hacía dos días y el desencanto de hacía tres. Sin afeitar pero con la corbata aún en su sitio.
Rodrigo esquivó las miradas de los demás clientes. Sabía lo que pensaban por sus caras de asco y el círculo de mesas vacías que había a su alrededor. Con el corazón en la garganta, apuró el desayuno y salió del local. Durante algún rato caminó con la seguridad de los pasos firmes y la barbilla alta. Pero al doblar la esquina, se detuvo y rompió a llorar entre sus manos.
Rebuscó en los bolsillos y contó las monedas. Aún tendría para cuatro cafés. ¿Y luego? Observó unas botellas de cristal vacías y sintió vértigo. Guardó de nuevo el dinero y echó a andar.
Hacía tres días que frecuentaba el mismo banco. Un banco de piedra en una plaza sombreada y con poca gente. Sin palomas ni ruidos de coches. Tan solitaria que le sorprendió encontrar en los escalones de la fuente una cartera.
El hombre miró a su alrededor, pero seguía solo. 300 euros de suerte, además de dos tarjetas de crédito con el número secreto apuntado en el reverso. Rodrígo sostuvo la cartera con miedo, como si le quemase esa pequeña fortuna que podría devolverle un poco de dignidad. Con ese dinero podría comprarse ropa limpia y comida, además de cafés para dos meses.
Rodrigo se sentó de nuevo en su banco de piedra y leyó la documentación del desconocido. Allí pasó la mañana y la tarde, durmió también la noche y despertó al día siguiente. Solo, pero esta vez sin café humeante.
Observó a los transeútes con la cartera escondida en su chaqueta sucia de ejecutivo. No desayunó ni comió hasta que, sobre de las tres de la tarde, un joven angustiado se puso a dar vueltas a la fuente. 
Andoni Urízar, pamplonés de veinticinco años, soltero.
Rodrígo levantó el brazo para llamar su atención y se levantó con dificultad; tenía los músculos dormidos. El chico arqueó las cejas, pero no hizo una mueca de disgusto cuando estuvieron cerca. Dudó ante la mano abierta del desconocido, pero la estrechó.
El solitario le extendió la cartera y Andoni comprobó rápidamente que todo estuviera en su sitio. Suspiró y la sonrisa final fue el broche de Rodrígo. Se miraron en silencio unos segundos.
‒¿Me dejará que le invite a un café? ‒preguntó el más joven.
Rodrígo se miró la muñeca vacía.
‒¿No vas mal de tiempo?
El muchacho se rió.
‒Igual se lo hago perder a usted. Tendrá familia.
El hombre no respondió, pero hizo un gesto para que continuasen.
‒Tengo un rato para un café.


sábado, 8 de marzo de 2014

lunes, 3 de marzo de 2014

Zach Sobiech: "No hace falta saber que vas a morir para empezar a vivir"

Todos tenemos problemas, pero cada uno elige cómo quiere vivirlos. A Zach Sobiech le diagnosticaron osteosarcoma, un tipo de cáncer óseo, a los 13. Desde entonces volaron los días. Él soñaba con formar una familia, con ir a la universidad... Pero sabía que su vida no llegaría tan lejos. Zach sonrió e hizo reír, compuso una canción para expresar su miedo y su amor, para seguir adelante sin olvidar lo más importante: lo fácil que es hacer feliz a los demás.

"Me llamo Zach Sobiech, tengo 17 años y padezco osteosarcoma. Me han dicho que me quedan unos meses de vida, pero aún me queda mucho por hacer. Quiero que todo el mundo sepa que no hace falta saber que vas a morir para empezar a vivir".


Vídeo original, por Soul Pancake


Vídeo subtitulado en español

sábado, 1 de marzo de 2014

Que la adolescencia revolucione el mundo




“Cuando pasen unos años, querrás volver al colegio”, dicen los adultos. Y la adolescencia, inocente, se ríe de la estupidez. Ella mira con envidia a los universitarios: tan guapos, tan altos, tan libres. Ignora que su propia libertad no tiene grandes responsabilidades ni tiempos. Y da igual lo que digan quienes le precedieron, porque ellos no sufren las tareas de la escuela, ni los horarios de casa, ni les tratan de inconscientes. Pero es que la adolescencia es ligera, apasionada, y quiere más, y es curiosa. Es la época de los errores, de los descubrimientos, de los sueños, de las ambiciones, donde todo parece posible. Es una época cargada de matices que se pasa con la atención fija en la mayoría de edad.

Que no espere. Que la adolescencia revolucione el mundo. Que la ilusión y las ganas exploten a los 15, pero también a los 40. Que no se empañe la mirada, que se pierdan los prejuicios, que los ojos sean libres y las mentes, abiertas.

Los adultos soñarán hacia atrás, con el colegio, con la universidad, con sus “años mozos”, pero que no sea con pena. Añoranza sí, pero no nostalgia ni sufrimiento. Los planes no están resueltos hasta que se abandonan. El cansancio, la quemazón, la experiencia... ¿por qué, como decía Momo, no intentamos evitar convertirnos en hombres grises?

Fotografía: Luana Fischer Ferreira