¿Te atreves a soñar?

jueves, 24 de abril de 2014

¿Qué le pasa a Coca-Cola?


“Coca-Cola pierde la chispa”, leí el otro día en El País. Y la curiosidad por lo que me contarían después me hizo clicar la noticia. ¿Una receta nueva? ¿Un ingrediente que no funciona? Lo que no esperaba era saber que sus inversores están intranquilos, que los ingresos globales de la empresa han caído un 4%. La todo poderosa Coca-Cola; la misma que nos saca sonrisas e incluso aplausos con sus anuncios, la misma que nos hace pensar en una tarde de amigos y reencuentros. Coca-Cola está en la cuerda floja y el motivo no es la competencia, sino el cambio hacia hábitos más saludables.

¿Entonces es buena noticia? ¿Que la gran empresa roja y blanca caiga es buena señal? Pensando en los azúcares y en los kilos, he acabado recordando mis tardes de colegio. Me he acordado del juego del mate, en que esquivábamos la pelota-bala como si fuésemos espías agilísimos y permanecer en el campo fuera de vida o muerte. ¡Qué saltos y qué carreras! O el juego del elástico, que sostenían dos chicas con los tobillos mientras las demás deslizaban los suyos para formar una red y saltarla. O la comba, o el aro, o los números de tiza que recorríamos a la pata coja al tiempo que le dábamos puntapiés a una piedra para dejarla en el número mayor. Arriba, abajo, arriba, para el lado. No parábamos quietos.

Recuerdo que uno de mis trofeos fue una lata de Coca-Cola. Mi aficionado equipo de baloncesto ganó el primer y único partido de su historia y la entrenadora se sintió tan orgullosa que se atrevió a prometernos una lata del refresco -que, por cierto, nunca llegó.

La Coca-Cola era motivo de fiesta, de risas, de los mejores momentos, de nuestra victoria. Después de conocer que la multinacional no crece, sentí una especie de vacío de la infancia -si en algo se distinguen, es en esa gran personalización de su marca-. Pero luego lo pensé fríamente. Si hay que sacrificar a Coca-Cola o a la salud... Pues lo siento, querida mía, pero la salud es lo primero. Claro que sí, porque parece que nos hemos concienciado de la necesidad de cuidarla. Ahora hacemos más ejercicio -por supuesto-, los niños juegan aún más que antes y pasan la tarde en el parque -seguro-, sin intoxicaciones electrónicas ni pantallas -la duda ofende-. Comemos mejor, más fruta y más verdura, y hemos aparcado la comida rápida, los precocinados y los azúcares de más. 

No es tu culpa, Coca-Cola, y perdona mi ironía pero es que somos nosotros.


domingo, 6 de abril de 2014

Donde todo es dulce

Dos sonrisas manchadas de chocolatada y una nota sin firmar. “Donde todo es dulce”, leyó Catalina con emoción. Sacudió la hoja arrugada y dio vueltas sobre sí misma, creando una nube de volantes rojos.
–¿Qué decías de ese joven, Bárbara? Apuesto, agradable, educado... –canturreó la pequeña sin dejar de moverse.
–Devuélveme la nota y no digas nada a nadie. Madre no puede enterarse...
–Alto, rubio...
–Cállate.
Bárbara se lanzó sobre su hermana y le arrebató las palabras. Las risas se colaron por la ventana de la cocina y salió María con el delantal manchado de harina.
–La señora está descansando, vais a despertarla –las riñó, palmeando el aire.
Bárbara le tapó la boca a Catalina y se disculpó mientras la dirigía a la calle. Allí explotaron de nuevo en compases alegres. El sol de la tarde doraba el maizal, donde aún trabajaban jornaleros. Catalina parpadeó con coquetería y saltó a la tierra para esconderse entre los tallos.
–Y correréis a lomos de un caballo blanco, y volaréis sobre las plantaciones y los bosques...
Bárbara la abrazó para contener sus ensoñaciones.
–No está bien imaginar tanto. Es solo un buen conocido.
Catalina soltó una risita para provocarla.
–¿Solo un buen conocido?
–Sí... Sí, más o menos. Eso es. Un buen... Es un muchacho divertido.
–¡Estás enamorada!
–¡Calla! –gritó la mayor con los ojos espantados–. Madre dice que eso no está bien. ¿Has leído las novelas de la lista prohibida? Como se entere María...
–Es que no he podido contenerme, son tan románticas y tan bonitas. La última iba sobre...
Bárbara le tapó los labios.
–No sabes nada del amor y yo no quiero saber más que lo que madre cuenta.
–Ella no habla de caballos ni de palacios. Sus historias son aburridas. Os escuché el otro día, cuando hablábais en la salita. Madre no quiere que le veas a él, ¿verdad? –dijo Catalina señalando la nota arrugada que escondía su hermana en el puño.
–No es eso...
–Pero tú iras a verle, ¿no es cierto? Hoy, al atardecer, donde todo es dulce... ¿No suena romántico? Donde todo es dulce... Lo repetiría ciento de veces. Me endulza la lengua, como si comiese uno de esos pastelitos que hace María.
La joven suspiró con la sonrisa aún manchada y se escondió la hoja en el corpiño. Cogió la mano de Catalina y echó a correr entre el maíz maduro.
–Volveré antes de que oscurezca –dijo–. Solo será un paseo. Le saludaré y regresaré antes de que madre despierte.
Catalina se puso de puntillas para limpiar la comisura de los labios de su hermana y la animó.
–Te esperaré en la sala de juegos, donde siempre. Estaré atenta junto a la ventana. Luego quiero que me lo cuentes todo, todo, hasta el último detalle.

Pero Bárbara nunca regresó.