¿Te atreves a soñar?

domingo, 16 de agosto de 2015

Sueños encendidos


Era una hilera de sueños, algunos desordenados, otros con forma de corazón. Los niños, los más listos, habían soplado con los ojos cerrados. Mientras pensaban qué más pedirle al fuego, sus padres brindaban con vino. Era un instante, un abrazo, una risa. La noche, seguramente, debía encontrarse feliz por haber reunido tantos buenos deseos.






Fotografía: Blanca Rodríguez G-Guillamón

martes, 4 de agosto de 2015

Un ciego cuesta dinero


—Un ciego supone dinero, lo queramos o no —dijo tras un breve suspiro—. No interesamos.

Mireia apretó los labios y esperó a que su compañero de autobús se explicase.

—Bueno, un ciego, o un sordo, o cualquier persona con discapacidad. Es así y ojalá me equivoque pero fíjate, por ejemplo, en la política, donde están los que deciden; porque seamos sinceros, nosotros pintar, pintamos poco. Los partidos siempre hablan de la accesibilidad y reivindican nuestros derechos a capa y espada, nos lo prometen todo en los programas electorales, pero cuando dejan de ser oposición para convertirse en Gobierno... el discurso tiembla. Un ciego, como yo, es dinero, porque tú vete ahora a decirle a quien mande que tiene que poner un bucle magnético en los teatros o en los cines para los que no escuchen. Eso es dinero.

El hombre interrumpió abruptamente su discurso.

—¿Me puedes decir cuál es la siguiente parada? Me bajo en Merindades.

—Oh —Mireia apretó el botón para que el vehículo se detuviese—. La acabamos de pasar, pero he avisado para que pare en la siguiente. Lo siento.

—Si es que me lío a hablar y claro... —lamentó el hombre, poniéndose de pie y acercándose a la puerta—. No te disculpes. Se me olvidó preguntar. Es que los autobuses... Ay, los autobuses. Si dejo de contar las paradas, no sé en cuál me tengo que bajar.

Cuando se abrieron las puertas, se giró en la dirección de Mireia para despedirse. Luego extendió el palo y echó a andar. Mireia sonrió al recordar el enfado de él cuando le contó que estaba cansado de que en los hospitales le obligasen por protocolo a sentarse en una silla de ruedas.

—¡Cómo si no viera el camino! —había exclamado divertido por su propio chiste.