¿Te atreves a soñar?

lunes, 27 de julio de 2015

El ojo de Dios


Las mejores historias son aquellas en las que nos vemos reflejados y, quizá por eso, había una joven atrapada frente a una pintura que se titulaba “El ojo de Dios”. El artista había dicho en la inauguración que el Todopoderoso se divierte y goza de las experiencias de este mundo a partir de cada una de nuestras miradas. De modo que ahí estaba Él, contemplándose a través de ella.
Antes del ojo, desfilaba una colección de diablos: Hitler, Jack el destripador, la serpiente... Pinturas en blanco, negro y rojo que chillaban, aullaban, todos los males que había vomitado en ellas el pintor.
Era una sala llena de tormentos y quizá por eso fascinaban tanto. Daba la impresión de que, si te salpicaba uno de esos colores brillantes, te quemarían la piel. En el centro de sus sueños y pesadillas, estaba su creador:
Las personas tenemos un lado bueno y un lado malo, y a veces tratamos de convencernos de que solo debe existir el primero. Pero la realidad es que tenemos un mundo oscuro, muy turbio, que nadie quiere mostrar. Ese es el que me interesa, el que está lleno de demonios.
¿Por eso pintas, para exhortarlos? —preguntó un hombre que había escuchado la conversación.
Pinto porque los amo. Tengo ángeles, muchos ángeles, pero también muchos demonios. La gente olvida que Lucifer fue ángel antes que demonio. Hay que encontrar el equilibrio, pero no rechazar a uno de los dos.
Pero se supone que los demonios son lo peor de nosotros.
Nuestro lado más oscuro, sí.
Y son el mal.
—Bueno, sin mal no habría bien... Si te digo la verdad, yo cada vez quiero más a mis demonios.
Lo decía con cariño, como si hablase de algún hijo pequeño. La sonrisa le alcanzaba, incluso, los ojos. ¿Estaría riendo, al otro lado, Dios?

martes, 21 de julio de 2015

Sanfermines 2015 (VI)


Ámame con colores




Un instante


Hay escenas que me gustaría inmortalizar en la memoria: un abrazo, un paseo, una risa, una tarde de piscina... o fragmentos de desconocidos, que pasan, te miran y sonríen, o no sonríen, solo pasan. Vidas que asoman un instante y luego se esfuman, siempre dejando algo atrás. Si pudiera, absorbería los olores, los colores, los latidos, las voces, y los reproduciría en bucle sin desgastarlos. Los cuidaría como la cosecha más valiosa. Un beso, dos, una locura, un baile, un saludo, un brinco del corazón. Aunque esas emociones no me pertenecieran más que unos segundos, me las quedaría, por si acaso, y en mi recuerdo las volvería eternas.

Fotografía: Alba Soler.

domingo, 19 de julio de 2015

Sanfermines 2015 (IV)


No hay horas de sueño



El refrigerador de los caprichos


No podía olvidar el deseo de sus ojos cuando lo miró por primera vez. Había corrido hasta él y, tras unos instantes indecisos, le había invitado a pasear. En aquellos diez minutos le prometió el cielo, o más bien se lo prometieron mutuamente sin palabras. De vez en cuando se miraban y ella sonreía con los labios prietos. Él, con razón, se sentía el más feliz del mundo. Por aquel flechazo, había renunciado a todo lo que tenía: a su familia, a sus amigos, a esos amores fatuos que le besaban y le volvían a dejar.
Se imaginaron un futuro juntos, hasta que la muerte les separase, y se prometieron amaneceres dulces. En diez minutos crearon un sueño, pero a las doce, como le ocurrió a Cenicienta, ella le dijo que no podía seguir adelante, que había un tercero de por medio y no quería que acabasen sufriendo.
Él la vio marchar entre señores estirados, en la nevera de los zumos ecológicos. A su alrededor, en distintos estantes, abandonados en una sección que no era la propia, encontró natillas de chocolate y una chistorra.
“Así que solo era un capricho”, pensó, mirando sus 600 gramos de Nutella en el reflejo del cristal.
Le había prometido todo, pero ella se había alejado, arrepentida, con la dieta como excusa en los labios.

miércoles, 15 de julio de 2015

Adiós, San Fermín


Pamplona se vuelve una niña juguetona cuando llegan los sanfermines. Un día todo está normal y al siguiente, se le ha ido la cabeza.

Pamplona se enamora los nueve días que dura su fiesta. Las calles se riegan de blanco y rojo, de risas, de alcohol, de gente.

Los autobuses no duermen.

¡Viva San Fermín!

A los vasos de plástico les nacen alas.

¡Gora San Fermín!




Destellos de luz, pedacitos de cielo incendiado en los fuegos. Noches de insomnio obligado, deseados colchones de pavimento. Párpados vencidos.

Camiseta blanca, pantalón blanco, faja roja, pañuelo rojo.

Horas de cuerpos dormidos sobre el vallado del encierro.

El peligro camuflado en la adrenalina. Carreras delante, detrás y al lado de astas bravas. Sangre. Eco de risas.

Más alcohol y más sueño.

Más ganas de bailar. Más vida.

Pamplona vibra en distintos idiomas, en distintos acentos. Se comparte todo, se regalan sonrisas.

El reloj ha regresado al 365.

Pobre de mí. Ha llegado la hora de desanudarse el pañuelo.

¡Adiós, San Fermín!



Fotografías: BRGG.

  

martes, 7 de julio de 2015

El corredor del encierro

La sangre seca en la camiseta blanca era el recuerdo de su primer encierro. Acababan de darle el alta y se alegró de encontrar a su amigo en la salida de Urgencias. Mike le tendió una cerveza y sonrió.
—Creía que no volvería a verte.
El herido se encogió de hombros y se llevó la mano libre a la espalda.
—¿Cómo estás? —Asier lo abordó al reconocerlo—. Menudo susto nos has dado. ¡Te ha cogido el toro!
James repitió el gesto y dio un trago.
—Pues no lo vi hasta que me pilló.
—¿Te duele?
—He tenido suerte.
Asier, que acogía en su casa al americano durante los sanfermines, le prestó el móvil.
—Menudo susto, hombre. ¡Y Mike y yo esperándote en la plaza con las bebidas! Menos mal que nos hemos enterado que te traían a aquí.
James se rió.
—Desde luego, no volveré a correr —dijo.
Estaba tranquilo, aunque continuaba con la impresión de la mancha blanca corriendo a su alrededor y el asta atravesándole la piel.
—¿Por qué corriste? —preguntó un joven que se presentó como periodista.
Dio un trago y se arregló la barba. Sonrió. Se volvió hacia Mike y le puso la mano en el hombro.
—¿Por qué corrí? —parecía realmente divertido.
—¿Por qué corriste? —repitió el amigo—. Pues no lo sé. ¿Por qué corriste?
James se echó a reír mientras miraba la mancha roja.
—No puedes venir a sanfermines y no hacerlo.