¿Te atreves a soñar?

miércoles, 15 de junio de 2016

Sobre Caravaggio y un Bernini

"DeCaravaggio a Bernini", prometía el anuncio sobre la exposición que acoge el Palacio Real de Madrid. Dos de los grandes. Caravaggio. Bernini. Tenía que acercarme a conocerlos. “Obras del Seiscento italiano en las Colecciones Reales”, acompañaba el cartel. Ya no quedaba duda: regresaría al Palacio por ellos.

Había visto tantas fotografías de las obras de Bernini que no podía creer que algunas de ellas estuvieran allí. Imaginaba sus esculturas vivas, de esas que tiemblan, ríen y casi echan a andar, y un pequeño duende me bailaba dentro. Bernini. Bernini. Mármol blanco. Miradas nostálgicas. Cuerpos elegantes. Y, por otro lado, el tenebroso Caravaggio, el maestro del claroscuro. Negro. Un negro hambriento.

El cuadro ‘Salomé con la cabeza de San Juan Bautista’ (Caravaggio, 1609) me resultó estremecedor. Ella sosteniendo la culpa y el plácido sueño de un muerto. No resulta extraño, al verlo presidir la intimidad de un rectángulo, que fuera el preferido de Carlos III.

Más adelante encontré ‘La túnica de José’ (1630); pensé ¡un Velázquez! y lo observé un rato. Pero en el Museo del Prado hay otros Velázquez, así que no me detuve más de tres minutos. Quería ver al polifacético artista italiano que me había convencido para ir a la exposición.

Recorrí las salas con ligereza y de repente… Bernini. Un Bernini dorado. Un Cristo crucificado de 140 cm de alto. No me decepcionó la figura, que es la única en metal que se conserva completa del escultor, pero tampoco me sorprendió. Regresé a la sala anterior y me anticipé a la siguiente, pero era la única efigie del artista (la Fuente de los Cuatro  Ríos, en la segunda, era una reproducción).

No me pareció que el prometido Bernini fuera cumbre de la exposición. Quizá tenía demasiada ilusión. Quizá me sobrepasó la imaginación al pensar que encontraría dos o tres esculturas de esas que te miran directamente al alma. Quizá. Sin embargo, descubrí a Simone Cantarini y sus pinturas en alabastro, un discípulo de Guido Reni (quien por cierto también se expone) elocuente, confiado y cálido. 

Bernini quedará para otra ocasión.