¿Te atreves a soñar?

domingo, 15 de diciembre de 2013

La ciudad de las hadas


Rosana me envió hace poco algunas fotografías de la calle Larios de Málaga. Unas pocas. Las necesarias para recordar nuestro paseo de la Navidad anterior. Todo tan risueño, tan de fantasía, tan delicado.

Este invierno las calles parecen de encaje. Han vestido la ciudad como a las hadas. Con luces azules y espirales, con arañas rococó y esferas que vuelan. Entran ganas de bailar de puntillas. 

Cada vez queda menos... ¡Qué cerca está la Navidad!




















Fotografías: Rosana Molero Martín

lunes, 9 de diciembre de 2013

Tres horas de vida


La gotera había desbordado el cubo. Hacía dos días que no dejaba de llover y la madera vieja de la cabaña se había resfriado. En la oscuridad obligada de la tormenta, Daniel dibujaba junto a la chimenea. Acababa de avivar la lumbre y los lengüetazos del fuego se proyectaban en el cuaderno de papel. Sombras que Daniel ignoraba, concentrado en el rostro de la juventud. Entre otros, le sonreían sus ojos de grafito, tan grandes sin las arrugas.

El cuco cantó justo cuando esperaba. Pocos segundos antes Daniel había elevado la mirada hacia el reloj, porque conocía los pasos de las horas.

Bostezó y retomó el dibujo. En su hoja trazada escuchaba risas y voces antiguas, voces muy llenas de polvo. El paisaje apenas esbozado brillaba de color. Allí estaban todos: Federico, Antonio, José, Fernando. Y Marisa también, con su voz cantarina. Y la hermana pequeña del pillo, quien para entonces ya se había marchado a Madrid.

La alfombra se había mojado y el hogar era cenizas.

Fernando y Marisa se casaron poco después. Antonio heredó las tierras de su abuelo y las trabajó junto a su esposa, pero a ella Daniel no la conoció. Y José... ¿José estudió una carrera en la universidad? Quizá eligió Derecho antes de viajar a Estados Unidos. ¿O había sido Medicina?

Hacía frío. Daniel miró la hora; llevaba tres perdido en la cuenta de los años. Había olvidado al pájaro del reloj y la gotera. La noche había dormido a su cabaña y el viento se lamentaba cada vez más alto. Daniel se levantó despacio y miró su obra. Pero los recuerdos se habían callado. Arrugó el papel y lo arrojó a la chimenea.

Quería vida, no silencio.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Sus labios rojos

Había un beso carmín en la toalla. Un beso que no era mío, que no me buscaba. Un beso que se había escapado de los labios de la mujer que amaba. Rojo sobre blanco. Un aleteo de la coquetería, todos mis sueños. Ella con sus rizos cortos y yo con mi corbata de siempre, la única que recibió un piropo. Me baila su risa en mi propia garganta. Se alisa la falda y aúpa a Juanito en los brazos. El niño adorado de Aurora, nuestra amiga de la infancia. Le alcanza la nariz con el índice y se abrazan los dos con las bocas abiertas. Dientes marfil ligeramente manchados de rojo.

Y mientras, Aurora los observa desde la cama con las sábanas bajo los brazos y una sonrisa cansada. La medicación en la mesilla y la muerte rondándole los párpados. Está más pálida, más callada. Hace meses que no sale de casa. Por eso Ella hace de madre y yo asisto a su padre. Juan no se despega de la cama. La barba afeitada, camisa impecable y las ojeras. Los cinco años de Juanito saben que la felicidad corre invertida. A sus juegos le pesa el silencio de sus padres.

Pero Ella ríe e inventa, sueña y lucha con espadas de madera. Lo lleva al parque y al cine, le compra chucherías y helados de tres bolas. Le besa los mofletes gordos, y yo suspiro. Sus labios rojos. De nuevo sus labios rojos y sus rizos cortos.