¿Te atreves a soñar?

lunes, 25 de julio de 2011

Un camino para dos

Verla marchar se había convertido en parte de la rutina, aunque él nunca se cansaba de despedirla. Todas las mañanas salía a la calle con alguna excusa. Unas veces bajaba la basura, otras volvía de la compra, sacaba a pasear al perro o simulaba cargar el coche para alguna jornada fuera de la ciudad. El "buenos días" que cruzaban en la acera y aquella sonrisa aún somnolienta eran la razón por la que sacrificaba sus horas tempranas de sueño.

No sabía nada de ella, pero le había llamado la atención desde la primera vez que se encontraron. Era menuda y tenía una expresión traviesa en el rostro, como si la niñez aún la frecuentase a escondidas. Parecía un hada en un cuerpo de mujer. Le fascinaba la fuerza de su mirada, que lo retenía puntual cada mañana, y sus labios gruesos que no se cansaban de sonreír.

Bajaba cinco minutos antes de las siete y media y se palmeaba la cara para despejarse. Cuando la veía caminando a lo lejos, recogía la bolsa, las cajas, o al perro y echaba a andar en su dirección. Trataba de no concentrarse únicamente en su figura y miraba sin ver las casas de los vecinos. De reojo, siempre la acompañaba. Cuando los separaba una distancia corta, la buscaba con la mirada y le dedicaba la mejor de sus sonrisas. "Buenos días", decía él. "Buenos días", le respondía ella. Y luego seguía su camino... y ella se marchaba.

Incluso cuando llovía o hacía frío, él la esperaba en la calle. A veces, incluso, se había atrevido a añadir a su saludo: "Qué día más gris", y ella se reía. En el trabajo pensaba en ella y por las tardes frecuentaba la ventana por si la veía pasar. Su humor era inmejorable y nunca se planteaba qué pasaría después. Él simplemente vivía y la amaba, aunque no la conociese ni intercambiasen más que una frase al día. Algo le gritaba en su interior, algo le decía que hacía lo correcto.

Hasta que un sábado se le ocurrió seguirla, decidido a iniciar la conversación que siempre los esquivaba. La saludó en la calle, como acostumbraba, y luego reanudó la marcha tras sus pasos. Imaginaba que cogería el autobús en la parada de la plaza principal, o el metro en la misma, pero su corazón se detuvo un instante cuando la vio volver en la misma dirección por la calle paralela a la que se cruzaban. Entonces lo entendió todo, porque aquel día era sábado y los sábados ella no trabajaba. Madrugaba únicamente para saludarle.

El domingo se vistió elegante y la esperó en la misma puerta de su casa, con las manos vacías. Sin bolsas, sin cajas y sin perro. La vio aproximarse con sus bucles castaños y sus ojos claros, y respiró hondo para tranquilizar sus latidos. La saludó con una inclinación leve de cabeza cuando estuvo cerca y le tendió el brazo. "Buenos días, ¿te apetecería pasear un rato?"

5 comentarios:

  1. como siempre, sublime sureña ;)

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  2. Impresionante, cada día que pasa escribes mejor.... Te habrás inspirado en algún bello paraje, ... Jejeje. Besos, grande que eres muy grande!!

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  3. que bello encuentro de almas solitarias!
    Me encantó!!

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  4. que bonito Blanca! me encanta todo lo que escribes!! unbesoo MZ

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