¿Te atreves a soñar?

domingo, 15 de mayo de 2011

Aterrorizados

Hacía rato que un murmullo desconocido la mantenía despierta. Al principio no le había dado la menor importancia pero, conforme avanzaba la noche, las voces parecían volverse más nítidas. Sabía que el piso estaba vacío y las puertas cerradas con llave, y sabía que estaba sola. Se revolvió incómoda bajo el edredón y volvió a intentar conciliar el sueño, pero ya era imposible. Oía ruidos y, de vez en cuando, le parecía vislumbrar una luz en el pasillo que parpadeaba. Incómoda, se levantó de la cama y se envolvió en la bata. Al día siguiente tenía prevista una entrevista de trabajo y lo último que quería era aparecer en el despacho con evidentes huellas de insomnio.
Se detuvo frente al interruptor del pasillo. Si había alguien no quería alertarlo de su presencia, pero la oscuridad la sumía en una agotadora actitud de alerta. El murmullo la distrajo de sus cavilaciones. Había alguien. La afirmación rotunda de su conciencia le hizo temblar. Estaba segura de haber cerrado todas las puertas, y las ventanas estaban firmemente enrejadas. Podía volver a la cama como una ignorante y esperar a que amaneciese, pero era consciente de que no volvería a conciliar el sueño por el temor a que la atacasen.
Escenas de películas de terror la asaltaron hacia la mitad del pasillo. El corazón le palpitaba con fuerza y el pelo se le había pegado a la cara por el sudor. Un resplandor tenebroso, sangre manchando la pared, una sombra silenciosa a su espalda, un ruido metálico... Se detuvo y cerró los ojos, la presión de su imaginación superaba la realidad. Intentó tranquilizarse y ralentizar su respiración, pero el menor ruido la sobresaltaba. Sentía el impulso de romper a llorar, pero la adrenalina consumía sus lágrimas antes incluso de que desfilasen por sus mejillas. ¿Dónde había dejado el móvil? El consuelo de su salvación se esfumó al recordar que lo había olvidado en la mesa del salón. Estaba al borde de la histeria, pero debía controlarse si quería sobrevivir a los inquilinos y al jefe de la empresa con la que aspiraba a trabajar.
Se escurrió hasta el suelo para sentar sus nervios. Ella vivía sola porque nunca había sentido la necesidad de compartir su vida con nadie. Ella era fuerte y nunca había dudado. Ella no era una miedosa. Entonces, ¿qué le pasaba? Sabía la respuesta, porque llevaba repitiéndola desde hacía bastante tiempo. Vivía en una sociedad corrupta, sin valores, sin un respeto de “tu vida” y “la mía” y esa deshumanización constante había desembocado en una desconfianza del “otro”. ¡Claro que era posible que hubieran entrado en su casa! No le extrañaría nada, aunque le aterraba ser la siguiente noticia del telediario. Violencia de género, instinto psicópata, hurto indiscriminado... El respeto por la vida estaba desapareciendo, y eso incluía el desprecio por vidas ajenas, siempre que se pudiese obtener algún beneficio en ello. Aun con todo, no podía ser una cobarde.
Se levantó decidida, todavía con un temblor incontrolado, y avanzó hacia la sala de estar. Entró con paso resuelto y se plantó en el centro antes de girarse a su alrededor. Entonces no pudo contener la tensión y se desplomó en el sofá. Había dejado la televisión encendida.

1 comentario:

  1. Qué angustia y qué miedo he pasado, nunca me da miedo la noche cuando Antonio viaja, pero ahora me he quedado un poco intranquila. Prometo asegurarme de apagar la tele antes de acostarme.
    Es increíble cómo lo escribes para que llegue a vivirlo. Un besito.

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