¿Te atreves a soñar?

domingo, 21 de agosto de 2016

La lucha de los Juegos

La meta se alcanza hoy, después de dieciséis días, y además de diecisiete medallas deja tras de sí el sabor del sueño olímpico. Los Juegos tienen algo mágico, pues en el esfuerzo, la concentración y las lágrimas de los deportistas está nuestra propia lucha. Quizá por eso vemos deportes que nunca antes nos habían llamado la atención, o nos levantamos del sofá con una extraña inquietud. Ellos han trabajado por lo que más deseaban, como hacemos cada uno de nosotros en el día a día. Esa determinación, con sus gritos, sus sonrisas gigantes y sus lágrimas remueven nuestros propios sueños. ¡Enhorabuena a todos los campeones!

domingo, 14 de agosto de 2016

Pastel de pera con lavanda



Hay películas que son capaces de mantenerte en el asiento hasta que se encienden las luces, como “Pastel de pera con lavanda”. Un filme francés de nombre irreproducible que te devuelve las ganas de sentir la vida. Tiene la delicadeza propia de un poema, que se convierte en ternura con la frase final: “Basada en un cuento de hadas real”. El punto y final que envuelve una historia de amor y lucha que poco tiene que ver con la típica comedia romántica. Quizá porque el protagonista “no es normal”, o porque los versos son sobre el amor hacia la vida y no solo hacia una persona. Magnífica, sin duda, en la banda sonora, en la fotografía y en la mirada del espectador, pues desvela lo que a veces perdemos de vista, que vivimos en un milagro. Un milagro vislumbrado en las nubes, las flores, el sol, la risa, el tacto... o en un pastel, un sencillo pastel de pera acompañado de lavanda.

PD: No veáis el tráiler, no termina de corresponderse con la película.


viernes, 12 de agosto de 2016

Un columpio de guerra

Asía con firmeza las cuerdas del columpio. Quizá pensaba que el viento, tan suave que apenas movía las briznas de hierba, podría despertar de pronto y empujarla hacia el cielo. Esperaba inmóvil, con los músculos tensos y la mirada perdida. Tenía la expresión del que está sin estar. Le había conmovido la conversación de sus padres en el desayuno.

Una mariposa se detuvo en su regazo, poco después echó a volar convencida de que la niña no le prestaría atención. Ni siquiera esquivó el pájaro que le rozó el pelo.

Papá se iría lejos cuando acabase el verano. Con Guillermo y Rafael, que hacía poco habían cumplido la mayoría de edad. La patria agonizaba y el honor les impedía continuar escondidos por más tiempo.

La niña lloraba sin saberlo. La luz resplandecía en el filo de sus lágrimas. Papá y los chicos se irían con el próximo amanecer, vestidos de uniforme, dispuestos a defender una guerra que estaba perdida.

Le resonaban los gritos de dolor de su madre, partida en mitad de la cocina, abrazando el suelo como si en algún momento fuera a desaparecer. Su marido, con el rostro tan serio que parecía de piedra, era incapaz de consolarla. Los brazos se le habían dormido a medio camino de su cuerpo tembloroso.

No supo cuánto tiempo estuvo sentada en aquel columpio que le había regalado papá en su sexto cumpleaños, pero cuando se bajó, hacía años, alguna vez le pareció escuchar que diez, que su padre y Guillermo dormían en algún lecho de tierra.


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-El Correo de Andalucía: http://bit.ly/2dTYnSH


lunes, 8 de agosto de 2016

El verdadero Apolo de Dafne


Se resistía a venderla, tan hermosa que era. Rodeó la mesa de herramientas y ocupó un improvisado asiento de mármol. Desde allí podría contemplarla sin que le viera. Había noches en que le despertaba su grito de ayuda y se apresuraba en socorrerla, pero nunca llegaba a tiempo. No podía dejarla marchar, por mucho que estuviese prometida a otro. Scipiano tendría que esperar. Quizá podía ofrecerle otra muchacha. Había algunas hermosísimas, tan puras como Dafne. Pero ella era sagrada, pensaba Gian Lorenzo mientras la observaba en la oscuridad. Dafne era perfecta. Ni siquiera la merecía un dios. Con ella no había horas. El tiempo corría, más veloz que nunca, y cuando alguien le sacaba del ensimismamiento, ya era la hora de comer, o de dormir incluso.

—¿Se encuentra bien, maestro?

Gian Lorenzo levantó la mirada, sobresaltado. François le miraba desde la puerta del taller. Se recompuso de inmediato.

—Esperadme unos minutos. En seguida estoy con vosotros.

—¿Puedo ver su obra, señor?

Bernini asintió con una sonrisa espontánea.

—No tenga miedo, François —dijo, tomando su muñeca para colocarle la mano sobre la piel de la ninfa—. Está a punto de convertirse en árbol.

Pero François no fue capaz de responder. Sus dedos temblaron al recorrer aquella piel suave y blanca. Quería abrazar a la joven y prometerle que estaría a salvo. Discretamente se llevó la mano al pecho. ¿Podría haber sido capaz Eros de clavarle una de sus flechas de oro? El maestro le agarró del hombro para separarle de Dafne y entonces lo entendió; él era el verdadero Apolo.



Apolo y Dafne, G. L. Bernini