¿Te atreves a soñar?

domingo, 18 de agosto de 2013

¿Dioses del mar?

“El infierno se congelará antes de que retire alguno de los bloques de hormigón”, aseguró el Ministro gibraltareño a la cadena televisiva inglesa de la BBC.

Mi familia tiene que comer ‒se quejó un pescador a una periodista española que le tendía el micrófono para que opinase sobre la protesta en La Línea‒. Mi familia y mis compañeros de faena. Es mi vida, ¿entiende? ¡A mí me importa un rábano la política!
Paco recogió las redes y se las mostró a la cámara.
‒Quién manda sobre los peces, ¿eh? ¿Quién se cree tan imbécil como para pensar que gobierna sobre el mar?

martes, 6 de agosto de 2013

Un paraíso de melocotón

El paraíso debe ser muy semejante. Cuando comencé la caminata por la orilla del mar, con los pantalones remangados y las sandalias entre los dedos, tuve la sensación de que aquella inmensidad se arrastraba solo para acariciarme los pies.
La playa se había vaciado de turistas y apenas quedaban algunas parejas fotografiándose y los pescadores que clavaban sus cañas como banderas. Algunas risas discretas, palabras brumosas y las conversaciones de las olas.
En cada paso traté de memorizar aquellos brochazos de la naturaleza y de ponerle palabras a lo que no tiene. Un mar suave, ligero, encarnado, protegido por un horizonte de bruma morada y perfumado de sal. Un mar que, por ser belleza de paraíso, mejor podría describirse como mar de melocotón.
Todo era confianza entre un mar que besa y unos caminantes sin más destino que el soñar. Así pues, continué marcando mis pasos en la arena fría. Y el mar persistió en borrar mis huellas. Y respiré la libertad que arrastraba la espuma. Y las olas se hicieron grandes hasta doblarse y rasgar la orilla.
Y todo fue paz hasta que estalló un lamento.
Primero, una botella vacía de vino, después, vasos de plástico y latas de refrescos. Una bolsa de basura asfixiando al mar y una montaña de cáscaras de pipas. Una chancla rota, más bolsas, papel de aluminio y restos de un bocadillo. Una lata de Monster.
Me tembló el corazón y el ánimo. Mi mar de melocotón lo habían convertido en un paraíso monstruoso.

sábado, 3 de agosto de 2013

El señor alcalde

El señor alcalde se baja del coche oficial. Se detiene en mitad de una carretera estrecha. Se recoloca la chaqueta y echa a andar hacia la peluquería donde ha concretado cita sin despedirse del chófer, que en seguida le sustituye al volante, y sin preocuparse por el atasco mudo que deja detrás.
El señor alcalde llama a la puerta de la peluquería. Son las dos de la tarde y el local está cerrado para los ciudadanos, pero no para él. Saluda con un gesto perezoso y algunas palabras medidas y ocupa uno de los sillones de cuero. No tiene prisa y tampoco le importa si la tiene el anciano Bernardo.
El señor alcalde pregunta por la salud del negocio y Bernardo no se atreve a reconocer que solo ha recibido a dos clientes a lo largo de la mañana.
“Es el mejor pueblo, con los mejores turistas, con las mejores calles y las mejores gentes”, dice el mayor.
Bernado discrepa, pero se traga sus protestas. Ya se quejaron otros antes y ninguno acabó bien. Silicona en las cerraduras, basuras en la puerta, carga y descarga... Conoce el porte traicionero del hombre al que arregla el pelo. Muchas promesas para quienes sigan sus pasos, mucha mierda para los que no. De modo que sonríe y calla, de vez en cuando asiente y fuerza unas risas, pero no comenta nada sobre aquellas calles sucias, los barriles y cajas que reducen la acera, los meados en las esquinas de su local y de los próximos, el olor a orine y descomposición de las mañanas calurosas.
El señor alcalde se mira al espejo, satisfecho. Alaba el trabajo con poca gracia y repite alguna de sus frases más ensayadas para despedirse de Bernardo. Son las dos y media pasadas y abandona la peluquería con la cabeza bien alta, igual que cuando entró. Cruza la carretera y se sube a su coche negro y de buena marca.
El chófer, que cuando llega el alcalde hace de copiloto, ha aparcado donde su jefe le ordenó, en una zona exclusiva para la carga y descarga de los vehículos comerciales. La zona negra de quienes no atienden a las indicaciones, donde la policía multa más de tres veces al día. Pero, ¿quién se lo va a reprochar? Él es el señor alcalde, el emperador de un pueblo sometido, un vengador, un tirano contra la democracia, un manipulador de la opinión pública, un cateto con aires de rey.