Se
sentía tremendamente sola. Todos le habían vuelto la cara sin darle
explicación y nadie le había advertido que esas cosas a veces
suceden. Se vistió con uno de los vestidos que había colgado sobre
la silla de la habitación y salió a la calle. Creyó que allí
dejaría de pensar, pero no sabía que la inquietud es amiga de las
lágrimas y que tira de las comisuras hacia abajo.
Cuando llevaba una
hora deambulando, dando vueltas por todas las calles de su
adolescencia, se dio cuenta de que la pena seguía abrazada a su
pecho y a su garganta. Ni siquiera el ajetreo de una fiesta era capaz
de robarle la pena, y decidió regresar. En el camino, no se dio
cuenta de cómo una madre abrazaba a su hija, a la que no veía
desde hacía meses, ni de que el mar murmuraba enamorado. No se dio
cuenta de cómo el sol se despedía con su corona dorada, ni de que
alguien la había mirado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario