¿Te atreves a soñar?

martes, 19 de agosto de 2014

Etérea


El hombre trató de besarla, pero ella se escabulló con una risa grácil y echó a correr entre los árboles. La luz de la tarde era fría, casi gris, y las hojas brillaban por los rastros de lluvia. La joven se abrazó a un tronco y se asomó con la gracia en los ojos. Su vestido blanco parecían alas vaporosas y ella, un ángel. Tan frágil, tan delgada, tan etérea. Él admiraba sus pasos y esa felicidad que la envolvía entera. Y quería sentir lo mismo, quería esa risa traviesa... La quería a ella. Quería, incluso, la melancolía de sus labios, que parecían sonreír a la vez que lamentarse.
El sol destelló al ocultarse y la muchacha tropezó, como si el último rayo la hubiese debilitado. Pero se deslizó con una carcajada y el hombre no pudo dejar de asombrarse. Su piel blanca, sus labios, sus ojos grandes... Y sus manos, su pelo revuelto. Movido por algún resorte, clavó la rodilla en el suelo y le extendió la mano. Inclinó la cabeza y esperó.
La risa de ella se extendió por su mano cuando la aceptó y se sintió príncipe de la doncella. Ella sonreía, coqueta.
“Ya eres mía”, pensó el hombre, con una satisfacción secreta.
Despacio para no asustarla, se aproximó a su rostro. Olía a jazmín y a lluvia. Acarició su mejilla y se lanzó a sus labios...
El príncipe había dejado de serlo. Cayó sobre la hojarasca, exactamente donde ella había estado unos segundos antes. Se le enrojeció la cara y sintió el vacío de golpe, como un puño seco. Se maldijo. Había subestimado a la inspiración.



Ilustración: Blanca Rodríguez G-Guillamón.
Técnica: Grafito.


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