¿Te atreves a soñar?

domingo, 20 de marzo de 2011

Punto y final

Se acercó al borde del lago, sin apartar la vista de ella. La veía sumergirse en las aguas turbias y emerger nuevamente cuatro brazadas más allá. Llevaba tiempo observándola, entre los árboles, pero había decidido que ya era hora de continuar. Esperó en la orilla hasta captar su atención y, entonces, le hizo un gesto con la cabeza.

Carolina no tardó demasiado. Se vistió, aún mojada, y se recogió el pelo en una coleta alta. Sin decir nada alcanzó a su amigo y se internó de nuevo en el bosque. Él la siguió, con la mirada clavada en su espalda, ¿por qué no era capaz de detenerla y decirle la verdad? Desplegó los labios, pero en seguida volvió a sellarlos, quizá debía olvidar el tema. A ella debía olvidarla también.

–¿Llegaremos al pueblo antes de que oscurezca? –preguntó Carolina, dirigiéndole una mirada fugaz.
–No lo creo.
–Deberíamos haber llegado ya –objetó, desconfiada.
–Deberíamos –asintió él.

Sin embargo, allí estaban, entre la espesura, ellos dos. Julián se esforzaba por no mirarla, al menos no demasiado, mientras ideaba una nueva ruta que los retrasase. Deberían haber alcanzado el pueblo hacía ya más de media jornada y los dos los sabían.

Cuando anocheció, Carolina suspiró.

–¿Qué ocurre? –inquirió ella –, yo no conozco el camino, pero sé que no estás eligiendo el más rápido.

Él se encogió de hombros, pero no levantó la vista del suelo.

–Fue mala idea volver a visitar la casa del árbol –sentenció Carolina, sentándose en un tronco partido –, eso debería haber permanecido en nuestros recuerdos. ¡Revivir nuestra infancia, a quién se le ocurre! ¡Justo el día antes de mi boda!

Soltó una risotada nerviosa.

–Por favor, Julián, llévame a casa –suplicó, al rato.

Él se sentó a su lado y contempló las estrellas.

–¿Recuerdas cuando nos tumbábamos en la hierba durante horas para verlas? Nunca nos cansábamos –dijo, señalando hacia el cielo.

Carolina frunció los labios. Intuía el porqué de aquella excursión, pero debía regresar temprano si no quería presentarse con ojeras en el altar. Le propinó un codazo suave a su amigo.

–Por favor...

Julián se volvió hacia ella y la miró a los ojos. Había oscurecido y la luna se reflejaba en sus pupilas. Recordó cuando la besó por primera vez, en la nariz, un día que ella lloraba; cuando jugaban a la pelota y se hacían la zancadilla intencionadamente, cuando se hacía de repente el silencio y se miraban... y ahora ella iba a casarse. Iba a casarse con otro hombre. Sintió que se partía en pedazos, casi pudo oír el grito de dolor de su corazón. "Te quiero", quiso confesarle, pero no hacía falta. Ella lo sabía y, sin embargo, al día siguiente dejaría de pertenecerle para siempre. Apretó los labios para retener las palabras y se levantó.

–De acuerdo, te llevaré a casa –dijo, cerrando los ojos y tendiéndole la mano.

Sabía que era lo justo. Sin embargo, ¡le dolía tanto ponerle punto y final a todos sus sueños!

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