Pamplona se vuelve una niña
juguetona cuando llegan los sanfermines. Un día todo está normal y
al siguiente, se le ha ido la cabeza.
Pamplona se enamora los nueve días
que dura su fiesta. Las calles se riegan de blanco y rojo, de risas,
de alcohol, de gente.
Los autobuses no duermen.
¡Viva San Fermín!
A los vasos de plástico les nacen
alas.
¡Gora San Fermín!
Destellos de luz, pedacitos de cielo incendiado en los fuegos. Noches de
insomnio obligado, deseados colchones de pavimento. Párpados
vencidos.
Camiseta blanca, pantalón blanco,
faja roja, pañuelo rojo.
Horas de cuerpos dormidos sobre el
vallado del encierro.
El peligro camuflado en la
adrenalina. Carreras delante, detrás y al lado de astas bravas.
Sangre. Eco de risas.
Más alcohol y más sueño.
Más ganas de bailar. Más vida.
Pamplona vibra en distintos
idiomas, en distintos acentos. Se comparte todo, se regalan sonrisas.
El reloj ha regresado al 365.
Pobre de mí. Ha llegado la hora
de desanudarse el pañuelo.
¡Adiós, San Fermín!
Fotografías: BRGG.
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