¿Te atreves a soñar?
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miércoles, 15 de julio de 2015

Adiós, San Fermín


Pamplona se vuelve una niña juguetona cuando llegan los sanfermines. Un día todo está normal y al siguiente, se le ha ido la cabeza.

Pamplona se enamora los nueve días que dura su fiesta. Las calles se riegan de blanco y rojo, de risas, de alcohol, de gente.

Los autobuses no duermen.

¡Viva San Fermín!

A los vasos de plástico les nacen alas.

¡Gora San Fermín!




Destellos de luz, pedacitos de cielo incendiado en los fuegos. Noches de insomnio obligado, deseados colchones de pavimento. Párpados vencidos.

Camiseta blanca, pantalón blanco, faja roja, pañuelo rojo.

Horas de cuerpos dormidos sobre el vallado del encierro.

El peligro camuflado en la adrenalina. Carreras delante, detrás y al lado de astas bravas. Sangre. Eco de risas.

Más alcohol y más sueño.

Más ganas de bailar. Más vida.

Pamplona vibra en distintos idiomas, en distintos acentos. Se comparte todo, se regalan sonrisas.

El reloj ha regresado al 365.

Pobre de mí. Ha llegado la hora de desanudarse el pañuelo.

¡Adiós, San Fermín!



Fotografías: BRGG.

  

martes, 7 de julio de 2015

El corredor del encierro

La sangre seca en la camiseta blanca era el recuerdo de su primer encierro. Acababan de darle el alta y se alegró de encontrar a su amigo en la salida de Urgencias. Mike le tendió una cerveza y sonrió.
—Creía que no volvería a verte.
El herido se encogió de hombros y se llevó la mano libre a la espalda.
—¿Cómo estás? —Asier lo abordó al reconocerlo—. Menudo susto nos has dado. ¡Te ha cogido el toro!
James repitió el gesto y dio un trago.
—Pues no lo vi hasta que me pilló.
—¿Te duele?
—He tenido suerte.
Asier, que acogía en su casa al americano durante los sanfermines, le prestó el móvil.
—Menudo susto, hombre. ¡Y Mike y yo esperándote en la plaza con las bebidas! Menos mal que nos hemos enterado que te traían a aquí.
James se rió.
—Desde luego, no volveré a correr —dijo.
Estaba tranquilo, aunque continuaba con la impresión de la mancha blanca corriendo a su alrededor y el asta atravesándole la piel.
—¿Por qué corriste? —preguntó un joven que se presentó como periodista.
Dio un trago y se arregló la barba. Sonrió. Se volvió hacia Mike y le puso la mano en el hombro.
—¿Por qué corrí? —parecía realmente divertido.
—¿Por qué corriste? —repitió el amigo—. Pues no lo sé. ¿Por qué corriste?
James se echó a reír mientras miraba la mancha roja.
—No puedes venir a sanfermines y no hacerlo.

jueves, 22 de enero de 2015

Charlie Hebdo. Tú eres, yo soy

Imagina que representan a tu madre, o a tu padre, o a tus hermanos en una situación insultante y comprometida. Ella siendo filmada desnuda, él compartiendo trío con su padre y su hijo, ellos con el cuello en el cuchillo de un radical. ¿Dirías que es humor? Los atentados contra el Charlie Hebdo han reabierto el debate de la libertad de expresión, que ya explotó cuando publicaron por primera vez las viñetas satíricas de Mahoma en 2006. Apenas unas horas después del atroz escenario que dejaban los hermanos Kouachi en París, ciudadanos de diferentes nacionalidades protestaban bajo el lema “Je suis Charlie”. Los diarios abrían sus portadas al día siguiente como si el asesinato hubiera sido contra la libertad de expresión, pero no puede ser libertad de expresión la falta de respeto.
Ya lo advirtió Sartre: “Mi libertad empieza donde termina la de los demás”. Herir las libertades individuales no es libertad de expresión. Si lo fuera, estarías reconociendo que el mejor sistema para gobernarnos somos cada uno de nosotros y por lo tanto, la anarquía.
Las viñetas satíricas del Charlie Hebdo eran provocativas y la provocación está bien. Siempre ha existido y es opinión pública, pero otra cuestión son las formas. Hay que tener cuidado si te quieres reír de los demás. Primero, porque no todas las culturas son iguales y lo que en Occidente se ha abanderado como una defensa de la libertad de expresión, en Oriente se ha interpretado como un ataque directo a lo más sagrado, sus creencias. Segundo, porque no debes herir a los demás. No se debería atentar contra los principios que rigen una vida, igual que tampoco se debe asesinar.
“Je suis muslim et j'aime mon Prophète” rezaba el cartel que sostenía un niño en una manifestación. “Je suis Charb”, “Je suis Cabu”, dicen otras tantas pancartas. No quieres que te arrebaten lo que amas. Recuerda a tu madre, a tu padre y a tus hermanos humillados. Recuerda a Sartre: tu libertad donde termina la de los demás.