La
sangre seca en la camiseta blanca era el recuerdo de su primer
encierro. Acababan de darle el alta y se alegró de encontrar a su
amigo en la salida de Urgencias. Mike le tendió una cerveza y
sonrió.
—Creía
que no volvería a verte.
El
herido se encogió de hombros y se llevó la mano libre a la espalda.
—¿Cómo
estás? —Asier lo abordó al reconocerlo—. Menudo susto nos has
dado. ¡Te ha cogido el
toro!
James
repitió el gesto y dio un trago.
—Pues
no lo
vi hasta que me pilló.
—¿Te
duele?
—He
tenido suerte.
Asier,
que acogía en su casa al americano durante los sanfermines, le
prestó el móvil.
—Menudo
susto, hombre. ¡Y Mike y yo esperándote en la plaza con las
bebidas! Menos mal que nos hemos enterado que te traían a aquí.
James
se rió.
—Desde
luego, no volveré a correr —dijo.
Estaba
tranquilo, aunque continuaba con la impresión de la mancha blanca
corriendo a su alrededor y el asta atravesándole la piel.
—¿Por
qué corriste? —preguntó un joven que se presentó como
periodista.
Dio
un trago y se arregló la barba. Sonrió. Se volvió hacia Mike y le
puso la mano en el hombro.
—¿Por
qué corrí? —parecía realmente divertido.
—¿Por
qué corriste? —repitió el amigo—. Pues no lo sé. ¿Por qué
corriste?
James
se echó a reír mientras miraba la mancha roja.
—No puedes venir a sanfermines y no hacerlo.
—No puedes venir a sanfermines y no hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario