¿Te atreves a soñar?

viernes, 8 de abril de 2011

Mis siete sentidos (III): Olor a sal

Se descalzaron en la orilla. Cristina exclamó al sentir el contacto de la arena fría. Sabía que el sol había iniciado el descenso, porque había dejado de picarle la piel.

–¿Queda gente? –le preguntó a Alberto.
–Tres o cuatro grupos de adolescentes.
–¿Está Gema? A ella le encantaba venir a la playa en el crepúsculo. Solíamos jugar a rebozarnos como croquetas en la arena y luego, cuando el sol era un guiño del mar, nos lanzábamos en picado al agua.
Cristina sonreía, aunque con un deje de nostalgia en el tono de su voz. 
–¿No está ella?
–No. Gema dejó de venir cuando os distanciásteis.
–¿Por qué?
Pero su pregunta quedó en el aire. Alberto echó a andar de la mano de ella, que trastabilló sorprendida. Hacía ya un año que Gema y ella habían dejado de hablarse. De vez en cuando, Cristina  la llamaba, pero ella, o bien le colgaba, o bien le pasaba el teléfono a su hermano, a Alberto.
 Cristina lo detuvo y se abrazó a su cintura.
–La echo de manos –confesó, apagada por el giro brusco de su humor.
Retomaron el camino, desviándose instintivamente hacia el mar, hasta que las olas les mojaron los pies. Cristina retrocedió y se alejó hacia la arena seca, y Alberto se percató de lo absurdo de su comportamiento.
–Lo siento –se disculpó, alcanzándola –. Es que me incomoda la situación. No me gusta cómo se tomó lo de tu accidente.
–No importa. Entiendo.
Hacía viento, y las olas rompían con estrépito. Los pescadores retiraban la carga sobre cajas de maderan y empujaban la barca para sacarla del mar. Cristina prestaba atención a sus gritos y sonreía cuando reconocía la voz de alguno de sus vecinos.
–Tengo curiosidad –dijo Alberto.
–Tú dirás.
–¿Qué es lo que más te gusta del mar?
–Antes me gustaba especialmente su color. Es magico... me hechizaba el vaivén de su oleaje. Me daba la impresión de que estaba tan vivo que esas olas eran las palpitaciones de su corazón –se encogió de hombros y dejó entreveer una sonrisa tímida –. Igual suena un poco cursi.
Alberto aprovechó para darle un suave empujón.
–Tú eres cursi.
–¡Vaya! Gracias.
Se cruzó de hombros sobre el pecho y se rió, antes de preguntarse y responderse a sí misma:
–¿Y ahora? Ahora prefiero su olor a sal.

1 comentario:

  1. He leido los tres de Mis siete sentidos seguidos y son una delicia,tocas la arena y hueles el mar.......eres una artista

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