¿Te atreves a soñar?

sábado, 16 de abril de 2011

Prejuicios

Nati se acercó a los labios su capricho diario: un café recién hecho. Se colgó el bolso y salió a la calle. Le encantaba pasear por el centro de la ciudad, sobre todo en Navidad. Entonces, las calles se vestían con colores y los escaparates recordaban a una jaula de luciérnagas. Todo parecía distinto en esas fechas.
Una librería, un estanco, dos tiendas de ropa, una zapatería... Conocía de memoria la distribución de cada uno de los negocios. Se acercó a un puesto de chucherías y saludó al dueño. De vez en cuando compartían algunas risas recordando cómo meses atrás a Felipe se le había antojado un caramelo y se había subido al carro para alcanzarlo, tirando varias cestas al suelo. Felipe era el hermano menor de Leyre. Los conocía desde hacía dos años, cuando su madre la contrató para trabajar en su casa. Desde entonces, les había cogido tanto cariño que el dolor de encontrarse lejos de su propia hija se había vuelto más llevadero.
Anduvo por la calle principal con el café calentándole las manos. Le encantaban los olores de las pastelerías, las actuaciones de los artistas de la calle y los colores de la Navidad. En cierto modo, podía decir que se sentía en casa. Cuando paseaba por allí, Paraguay latía con fuerza en su corazón.
Lanzó el vaso de papel vacío al fondo de una papelera y se acercó a un escaparate donde exponían pañuelos. Recordó a su madre, que solía utilizarlos para despejarse la frente antes de iniciar la jornada laboral, y pensó en comprarle uno en cuanto ahorrase algo más de dinero.
Luego se detuvo a contemplar su reflejo. No era vanidosa, pero le gustaba cerciorarse de que realmente esta allí, en España, de que había conseguido establecerse en otro país a pesar de todos los obstáculos que le habían puesto y de que, gracias a su esfuerzo, su niña vestiría y comería caliente. Le sonrió a la muchacha morena y delgada del cristal y continuó el paseo. Sin embargo, unas figuras fornidas que su retina había captado en el reflejo, se abalanzaron sobre ella. Confundida, empezó a agitarse para liberarse del contacto.
¡Suéltenme, suéltenme! –gritó, asustada.
Uno de los hombres la agarró por los brazos y la dispuso frente a su compañero. Fue entonces cuando Nati reparó en sus uniformes.
Deme el bolso –rugió el que tenía las manos libres.
Nati se revolvió, sin entender qué estaba sucediendo. Como acto reflejo apretó el bolso contra el pecho.
Suéltenme. No sé qué ocurre –gimió desesperada.
A su alrededor empezaban a congregarse los curiosos. El policía le arrancó el bolso de las manos y, sin su permiso, lo abrió y empezó a vaciarlo. Sacó un paquete vacío de chicles, el teléfono móvil, dos horquillas del pelo y un coletero, unos pocos céntimos, la tarjeta del autobús, un tíquet del supermercado y la fotografía de su niña. Persistente, palpó el interior en busca de algún falso fondo, pero no encontró nada.
Nati lloraba de vergüenza, ya sin oponer resistencia ante la autoridad. Sentía las miradas desconfiadas de los transeúntes y el peso de la culpa injusta. Ni siquiera el desconcierto de los policías la consolaba. En un momento, sintió que la presión contra sus brazos desaparecía, y cayó de rodillas al suelo.
Estamos buscando a alguien –dijo el agente devolviéndole el bolso –. Nos hemos equivocado.
Y sin una palabra de perdón ni un gesto arrepentido, se marcharon. La dejaron sola y humillada en mitad de la calle, en el centro de un círculo que empezaba a dispersarse. Nati se apresuró en recoger sus pertenencias y, sin ponerse de pie, se contempló de nuevo en el escaparate. Su rostro había perdido el éxtasis de la libertad. Ahora, su mirada se había apagado y las lágrimas habían manchado de negro sus mejillas. Quería huir de allí y regresar a Paraguay, y abrazar a su hija y olvidarse de que acababan de aplastar su dignidad. Entonces, se percató de que alguien se había acercado a su lado. Se volvió con rapidez y reconoció al dueño del puesto de chucherías. Él no le dijo nada, pero le tendió la mano. La aceptó con timidez. Era lo único que necesitaba.

3 comentarios:

  1. Escribes muy bien y tienes un bosque precioso. Tu relato me lo ha traido en papel y en mano la propia Nati, con la que he tenido el gusto de compartir una comida familiar y sencilla, natural y sincera.
    Es triste que ande por ahí gente que se cree con poder para ultrajar a los otros; si además se esconden y protegen, se envalentonan por ir dentro de un uniforme, es aún más triste y más despreciable; gracias por sacar estas injusticias a la luz.
    Un abrazo.

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  2. Enhorabuena por el relato y agradecida por que describas el momento tan desagradable que vivió Naty. La conozco personalmente y es una persona excepcional.

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