¿Te atreves a soñar?
Mostrando entradas con la etiqueta Destrucción. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Destrucción. Mostrar todas las entradas

domingo, 18 de agosto de 2013

¿Dioses del mar?

“El infierno se congelará antes de que retire alguno de los bloques de hormigón”, aseguró el Ministro gibraltareño a la cadena televisiva inglesa de la BBC.

Mi familia tiene que comer ‒se quejó un pescador a una periodista española que le tendía el micrófono para que opinase sobre la protesta en La Línea‒. Mi familia y mis compañeros de faena. Es mi vida, ¿entiende? ¡A mí me importa un rábano la política!
Paco recogió las redes y se las mostró a la cámara.
‒Quién manda sobre los peces, ¿eh? ¿Quién se cree tan imbécil como para pensar que gobierna sobre el mar?

martes, 26 de febrero de 2013

Hechiceros


Serena apartó con brusquedad la silla donde hacía unos minutos había estado amordazada. Se remangó el vestido y echó a correr hacia una de las esquinas de la habitación. Le sangraba la mejilla derecha por el rayo de Tariq. A pesar de que él era uno de los grandes hechiceros, nunca había tenido buena puntería.
Plano general.
–¡No huyas! ¡No huyas! –gritó el hombre, blandiendo la espada mágica por encima de su cabeza–. Vuelve aquí y lucha.
Serena se lanzó contra el suelo para esquivar una nueva embestida y se apresuró en deshacer las cuerdas de sus muñecas.
Ángulo picado.
¿Cómo se había podido estropear tanto aquel día especial?
Se descalzó los tacones con rabia y rasgó el vestido de novia hasta las rodillas. Una tela suave, impoluta, que había trabajado ella misma para que todo resultara perfecto. Con las manos temblorosas, se recogió el pelo y se quitó los pendientes largos de perlas.
La risa de Tariq la acompañaban los destrozos. En su delirio, los rayos de magia oscura se disparaban en todas direcciones. Sabía dónde se ocultaba Serena, pero no quería herirla tan pronto. Serena había sido una hechicera con muchas posibilidades; tenía una sensibilidad que la hacía poderosa, pero había preferido el amor. Se había apartado de su ambición, de sus planes de conquista del mundo, por un joven que a Tariq se le antojaba despreciable.
–¿Ese aprendiz te ha debilitado tanto que eres incapaz de enfrentarte a mí? –se burló el mago–. Antes era una buena oponente...
Plano medio de Tariq en contrapicado.
Serena apretó su colgante de cristal contra el pecho y murmuró unas palabras. Una oración de amor. Cuando abrió los ojos, las pupilas se le habían dilatado.
Primerísimo primer plano de Serena.
Había prometido no usar más la magia, había deseado una vida normal, pero la amenaza había despertado su instinto de bruja. Toda la magia que había contenido durante ocho años le quemaba en la piel. Se miró las manos y sonrió al descubrir brillantes las puntas de sus dedos.
El calor, la garra de plomo oprimiendo su garganta, el sudor frío. Iba a gritar con toda su magia... y entonces, sabía que se apagaría la risa, los destellos oscuros, las astillas de los destrozos. Sobrevendría la paz y un silencio absoluto. Tariq había subestimado su poder. Había cometido el error de provocarla el mismo día de su boda.
Un primer plano de su sonrisa. Una panorámica vertical desde sus labios y hasta el colgante. Luego un plano americano donde destaca su rostro bañado en luz, y...
–¡Corten!
La actriz suspiró, exhausta, y apoyó la espalda contra la pared. Atendió a las palabras satisfechas del director, a las palmadas de los realizadores, de los técnicos, los cámaras, el productor, y se volvió hacia Tomás, que jugaba con una espada de acero ligero y gomaespuma. Se masajeó las muñecas antes de aceptar la mano de su compañero y levantarse.
–Pareces realmente malo cuando haces de Tariq –dijo.
Tomás se rió y le pasó el brazo por el hombro.
–Tenemos una hora de descanso, ¿te apetece tomar un café conmigo antes de que acabemos el uno con el otro?
La chica puso los brazos en jarras, suspicaz.
–¿Cómo vas a intentar matarme? ¿Rayo de fuego? ¿Sablazo de hielo...?
–A mí no me lo preguntes –se disculpó el actor, sonriente–. Esas cosas solo te las puede contestar Tariq. ¿Y bien? ¿Un café?

martes, 29 de enero de 2013

Por nuestros hijos


Cuida el planeta, respeta a los animales, no malgastes el agua, no tires basura a la hierba, no ensucies la atmósfera, por nuestros hijos y los hijos de los nuestros”. Eso nos han enseñado: a cuidar de los bienes naturales de los que disponemos por los que vienen detrás. Es lo justo. Si tu tienes paisajes hermosos, cuidalos para que los sigan disfrutando. Si tienes agua corriente y aire limpio... que la cadena no muera en ti.
Pero, ¿a quién le estamos dejando el planeta? Sí, a nuestros hijos y a los hijos de los nuestros, por supuesto... A personas que crecen encerradas en casa con los videojuegos, que no tienen tiempo para pasear por pasear, o de leer un libro, o de jugar a las canicas, a la comba, al elástico, a los aros, a cazar mariposas... Que no saben lo que es arrancar una fruta de un árbol y comerla, o ver una puesta de sol, o cuidar gusanos de seda, tortugas o peces. Que creen que el amor es solo una danza de cuerpos, y no de espíritus. Que pasan las horas frente al ordenador y caminan con la cabeza gacha, no por vergüenza, sino por el móvil que los mantiene despiertos.
Y ellos heredarán nuestra tierra.
Afortunadamente, no todos los niños han saltado a la edad adulta sin pasar por la infancia. Todavía hay muchos que juegan, que inventan, que aman. Y no quiero resultar pesimista, porque aquellos que creen, luchan y trabajan, llegan más lejos que quienes se dejan llevar. Pero los modelos de la sociedad no son estos niños. El poder, por ejemplo, ¿existe para ofrecerse a los demás, o es para enriquecerse a sí mismo? ¿Qué acaba imperando? Si los pequeños se fijan en los más mayores, ¿qué va a nacer de esta sociedad corrupta, descuidada y ambiciosa? Por suerte, aún quedan los padres, los buenos profesores y el amor, que tiene necesidad de hacer el bien.
Yo seguiré cuidando el planeta “por nuestros hijos y los hijos de los nuestros”. Contemplaré, como vengo haciendo hasta ahora, lo más pequeño, que puede ser una flor, una hoja o una gota de agua, y continuaré amando todo lo que tenemos sin haberlo pedido. Quizá alguna vez deje de verle el sentido, pero entonces acudiré a esas personas que no han dejado de ser niños, y aprenderé de nuevo que la tierra no es hermosa sin las personas, y que las más humildes, generosas y entregadas son las verdaderas joyas de la naturaleza.

martes, 10 de abril de 2012

Sin alma

Siglo XVI.
Un grito ahogado quebró el alba. Era la señal de alarma, la primera víctima que caía en manos de los berberiscos. El fuego prendió rápido y una llamarada escoltó al sol. El puerto de Málaga se agitaba por los sablazos de los turcos, que apenas saltaban al agua ya cortaban cabezas. En menos de diez minutos los marineros, semi desnudos, se habían agrupado en hileras frente a las casas. Sus mujeres arrastraban a los niños fuera de las camas y tiraban de ellos calle arriba. La costa estaba infectada de hombres con turbante y aros perforándoles la piel.
Algún audaz arreaba el ganado, pero la mayoría corría con lo puesto. Ya los habían visto otras veces y eran sanguinarios. Poco les importaban las lágrimas, las súplicas o los sobornos. Parecían guerreros del diablo resurgidos de las mismas entrañas del infierno. El fraile Esteban Gil de Paz, que muchas veces había acompañado las expediciones a Argel para rescatar a cautivos cristianos, contaba barbaridades de aquella tierra de pecado.
Como animales rabiosos, prendían las galeras españolas y arramblaban con los bienes ajenos. Su lengua desconocida los hacía aún más temibles. Destrozaban sin piedad las barcas, las redes, las viviendas... De vez en cuando alguno se separaba del resto y regresaba con un par de mozas a hombros, para luego venderlas como esclavas o presentarlas al sultán. Los chicos jóvenes y robustos también les interesaban, y los acorralaban hasta agotarlos.
Sus risas perversas herían a los que huían por la colina, atrapados por la niebla del pánico. Los niños trastabillaban en la carrera, sucios por el polvo del camino, y sus madres lloraban desconsoladas mientras luchaban por no rendirse a aquel dolor. Tenía que seguir corriendo, lo había avisado el padre trinitario Esteban. Los corsarios no se detendrían hasta quedar satisfechos y en la playa eran ya pocos los hombres que no habían perecido.
El mar arrastraba cuerpos sin vida y el sol descubría la sangre que regaba las calles. Era un paisaje atroz, abominable, monstruoso. Ni aún cuando los corsarios turcos embarcaron en sus galeotas y se perdieron en la estrecha línea del horizonte, cesó el horror. El fuego continuaba devorando los cadáveres, los animales y las casas. Los pescadores que habían sobrevivido se arrastraban como espíritus sin alma. La violencia les había arrancado la vida.



Without a soul

16th Century.
A strangled cry broke the dawn. It was the alarm signal, the first victim that fell by the hands of the Berbers. The fire spread quickly, one of the flames licking the sun. The Malaga seaport trembled under the blades of the Turks, who had barely landed in the water were already cutting off heads. In less than ten minutes, the seamen, half-naked, had aligned themselves in front of the houses. Their wives pulled their kids out of bed and up the street. The coast was plagued with men bearing turbans and hoops piercing their skin.
Some were daring and dragged their cattle with them, but most of them just ran with what they had. They had already seen them before, and they were ruthless. Their tears, their pleas and their bribes meant nothing to them. They were like the devil’s warriors, risen from the very bowels of hell. Friar Esteban Gil de Paz, who had many times joined the expeditions to Algiers to rescue Christian prisoners, spoke of the atrocities that took place in that land of sin.
Like rabid animals, they burned Spanish galleys and took off with their goods. Their foreign tongue made them all the more fearsome. They pitilessly destroyed fishing boats, nets, homes… Every once in a while, one of them would detach himself from the others and come back with a couple of girls over his shoulders, that they would then sell as slaves or present to the sultan. They also looked for strapping young men and cornered them until they became exhausted.
Their wicked laughs hurt those who fled through the hills, trapped by a haze of panic. The children stumbled as they ran, dirtied by the dust from the road, and their mothers cried uncontrollably as they fought not to yield to the pain. He had to keep running, the Trinitarian Father Esteban had warned him. The corsairs wouldn’t stop until they were satisfied, and on the beach there were only a few who hadn’t already perished. The sea dragged the lifeless bodies, and the sun uncovered the blood that bathed the streets. It was a cruel, abominable sight. Not even when the Turkish corsairs boarded their ships and disappeared into the thin line of the horizon did the terror cease. The fire continued to consume the corpses, the animals and the houses. The fishermen that had survived trailed along like soulless spirits. The violence had ripped away their life.


Traducción por: Carolina Rodríguez García.