Primero
son los pasos apresurados hacia la cocina. Enchufo la tostadora, introduzco dos
rebanadas de pan de molde, saco la leche, la mermelada y la mantequilla contra
la barbilla, dos cucharadas de Nesquik, una servilleta, un plato pequeño y un
cuchillo, saltan las tostadas. Comienza el día. Abro el libro del desayuno, que
en ningún caso es el mismo que el del almuerzo, y engancho la mirada en la
última frase que leí. Doy un mordisco. Dulce. Olor a pan dorado. El calorcillo
que desprende el electrodoméstico a la derecha, el frío de la mañana de frente.
Una aventura ante mis ojos, la primera del día, que no me pertenece. Quizá un
buenos días somnoliento. Un qué tal has dormido y un que te vaya bien, nos
vemos. El último mordisco que cruje y silencio. Miro el reloj. He agotado mi
media hora. Mi tiempo. Cierro de un golpe el libro y echo a correr. No lo puedo
creer: ¿llegaré tarde de nuevo?
¿Te atreves a soñar?
lunes, 26 de octubre de 2015
jueves, 22 de octubre de 2015
Pasado mañana
Cuando
nos separamos, me quedé muda. No quise mirar cómo, a través de la ventana, se
alejaban nuestras tardes de concierto, de lectura en un parque, de margaritas
deshojadas, de cuentos. De golpe, me cayeron encima fragmentos del verano.
Ella
no me vio llorar, pero me partía en pedazos. Debieron parecerle fríos mis ojos
cuando los suyos estaban tan nublados. “Nos vemos pasado mañana”, le había
dicho, para no reconocer que era el último abrazo. “Perfecto, pasado me viene
bien”, aceptó sin consultar su agenda. Las dos sabíamos que “pasado”, estaría a
kilómetros de mí.
Ninguna
de las dos sabemos quiénes seremos en esa cita del “pasado mañana”. Ese “mañana”
en que ella puede estar en Chile y yo en la India, o ella en Australia y yo
todavía en España; aunque su risa, tan inconfundible, la tenga siempre muy
cerca. Ella sabe, eso sí, lo que le voy a decir cuando la vea: maldito y dulce
tiempo. No hay más palabras.
lunes, 12 de octubre de 2015
Otoño
El otoño es mirar por una rendija mientras la naturaleza se desviste. Contener la respiración con el corazón latiendo en la cabeza. Desfilar los dedos por los labios y luego por el cuello.
El otoño es saber que es consciente de que estamos observando. Mientras se quita una prenda, y otra, y las hojas caen ligeras. Miramos... y nos deja.
El otoño es enamorarse, o darse cuenta. Estremecerse en el pasillo, sentir las piernas endebles, los ojos vidriosos, el corazón deshojado. Al desnudo. La ilusión y el deseo encendidos. Fuego.
miércoles, 7 de octubre de 2015
Tinder no mata al amor
Tinder no acabó con el amor. En todo caso, al amor lo asesinamos nosotros. Hace unos días, María Crespo publicó un reportaje en El Mundo sobre cómo se conocen las parejas, especialmente tras el incremento de las relaciones por la red. Es curiosa la gráfica que muestra la evolución desde 1940 hasta 2010, pero más aún lo son las declaraciones de los jóvenes. Los entrevistados hablan de "exceso de oferta" en las webs, de que hay tanta gente con la que contactar que terminan por descartar por cualquier mínimo defecto (uno de ellos incluso rechazó a un candidato por su camiseta).
La periodista decía que la aplicación Tinder ha acabado con el amor, pero, aunque no le falta razón, pienso que lo que ha matado es nuestra curiosidad. Tinder, Whatsapp, Twitter... Da igual cómo se llame. Las redes sociales, los móviles. Las pantallas. La vertiginosa "era digital" nos ha abierto la posibilidad de experimentar otros mundos, que además son inagotables, y ha cambiado nuestra forma de mirar y expresarnos.
Las redes sociales nos ayudan a derrumbar barreras, a atrevernos, a creernos dioses de un espacio que es nuestra vida, pero tampoco lo es. En línea, somos quienes queremos ser y como queremos ser. El Doctor Jekyll o Mister Hyde.
Pero, si nos acostumbramos al aquí y ahora de ese mundo donde todo parece más perfecto, esa curiosidad... Esa curiosidad por el amor se pierde. Ya no es solo la desgastada imagen, tan usada pero tan cierta, de una pareja que se tiene delante pero le sonríe a un móvil. Es que reducimos el mundo y pasamos menos horas en un café, o en la calle, o en una habitación disfrutando del color de las palabras, de la textura de los sentimientos.
Mientras caminamos con la cabeza gacha, la vida sucede a nuestro alrededor. Nos perdemos las manchas del sol en la hierba, el silencio sobrecogedor de las hojas secas cuando se dan cuenta de que no saben volar, la carrera que disputan las gotas de lluvias en los cristales. Nos perdemos todo lo que aún ven los ancianos en sus bancos. A los enamorados entrelazando los dedos. A los niños riendo después de empaparse de barro.
No creo que Tinder mate al amor (no tiene tanto poder), pero me atemoriza que dejemos de mirarnos a los ojos.
lunes, 5 de octubre de 2015
Cuando un elefante se enamora
Tenía dos opciones: o besarla, o decirle que tenía razón. Hice círculos con los dedos por detrás de la espalda. Estaba guapa gritándome. Incluso su voz sonaba más suave.
No quería pensar mucho por si me desmayaba. Ya
había ocurrido cuando tenía trece años. Sucedió la primera vez que estuve a
solas con una chica por la que sentía algo… Se me desbocó el corazón. Lo
agarré con fuerza cuando trataba de escaparse por la boca y luego me mordió la
inconsciencia. Me despertaron las risas de los demás compañeros de la clase,
que me llamaban cosas así como gallina,
flan, o, directamente, gilipollas.
A partir de entonces, robé tantos besos
que llegó un punto en que no supe dónde meterlos. Labios rojos, rosas,
marrones, morados. Labios de todos los colores. Los saboreaba para mi colección
gourmet y buscaba otros distintos; besé
tanto que en pesadillas sentí que se desgastaban los míos.
Entonces apareció ella, la gritona. Creo
que me empezó a gustar cuando le dije que la quería (como les decía a las
chicas para que me prestasen sus labios) y ella me resopló con tanta fuerza que
empecé a girar sobre mí mismo.
Lo ponía todo patas arriba con solo una
mirada: mi calma, la calle, el mundo, la galaxia. Con esos ojos, se habría
tragado hasta los agujeros negros del universo. Quizá por eso, porque yo era
capaz de sentir ese vendaval casi divino, la adoraba.
Me fijé en sus labios, en cómo se
abrían, se cerraban, se abrían, se cerraban…
—De acuerdo —musité rendido—. Tienes
razón. No te quiero.
Esperaba que alzase la barbilla, como
hacían las demás cuando obtenían la victoria, pero me saltó al cuello. Tenía,
os lo juro, las estrellas del cielo en los ojos.
—Tus ojos…
Se rió y escuché cascabeles. Parpadeé.
Mi corazón asomó por la boca. Como la otra
vez, puse todo mi esfuerzo en tragarlo de nuevo. Ella reía con dulzura, aunque
yo para entonces creía que me había convertido en elefante.
Su mirada, los cascabeles, la noche…
Cuando me besó, no supe a qué sabían sus labios, igualmente olvidé el color.
Recordé los gritos de gallina en el
patio del colegio, pero esta vez estaba despierto y nuestras bocas,
encontradas. El corazón más salvaje que nunca.
“Estoy amándote”, quise gritarle.
Sus estrellas me cegaron.
Desapareció el suelo.
jueves, 1 de octubre de 2015
Ya somos novios
—¿Cómo vas a decirle
eso?
—¿Cómo? Así, de golpe.
—¿De golpe? —Mateo
se rascó la nuca y esta vez no detuvo a su amigo, que se plantó delante de
Carmen.
Lo vio mover tranquilamente
las manos mientras le soltaba la pregunta. Ella lo miraba con sorpresa, aunque
no parecía disgustada. Se llevó las manos a la boca y asintió repetidamente.
Poco después, mientras Carmen se lanzaba a la oreja de Marta, Santiago regresó
silbando.
—Ya está —dijo, con una
gran sonrisa y las manos en los bolsillos—. Carmen y yo somos novios.
—¿Así, sin más?
—No es tan complicado.
Mateo enrojeció y
apretó los puños. Sentía el deseo de estampárselos en la cara, pero se esforzó
en recuperar el aire.
—¿Por qué lo has hecho?
Santiago se encogió de
hombros, muerto de la risa.
—Pues porque tú no te
atrevías.
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