¿Te atreves a soñar?

miércoles, 7 de octubre de 2015

Tinder no mata al amor


Tinder no acabó con el amor. En todo caso, al amor lo asesinamos nosotros. Hace unos días, María Crespo publicó un reportaje en El Mundo sobre cómo se conocen las parejas, especialmente tras el incremento de las relaciones por la red. Es curiosa la gráfica que muestra la evolución desde 1940 hasta 2010, pero más aún lo son las declaraciones de los jóvenes. Los entrevistados hablan de "exceso de oferta" en las webs, de que hay tanta gente con la que contactar que terminan por descartar por cualquier mínimo defecto (uno de ellos incluso rechazó a un candidato por su camiseta).

La periodista decía que la aplicación Tinder ha acabado con el amor, pero, aunque no le falta razón, pienso que lo que ha matado es nuestra curiosidad. Tinder, Whatsapp, Twitter... Da igual cómo se llame. Las redes sociales, los móviles. Las pantallas. La vertiginosa "era digital" nos ha abierto la posibilidad de experimentar otros mundos, que además son inagotables, y ha cambiado nuestra forma de mirar y expresarnos.

Las redes sociales nos ayudan a derrumbar barreras, a atrevernos, a creernos dioses de un espacio que es nuestra vida, pero tampoco lo es. En línea, somos quienes queremos ser y como queremos ser. El Doctor Jekyll o Mister Hyde.

Pero, si nos acostumbramos al aquí y ahora de ese mundo donde todo parece más perfecto, esa curiosidad... Esa curiosidad por el amor se pierde. Ya no es solo la desgastada imagen, tan usada pero tan cierta, de una pareja que se tiene delante pero le sonríe a un móvil. Es que reducimos el mundo y pasamos menos horas en un café, o en la calle, o en una habitación disfrutando del color de las palabras, de la textura de los sentimientos.

Mientras caminamos con la cabeza gacha, la vida sucede a nuestro alrededor. Nos perdemos las manchas del sol en la hierba, el silencio sobrecogedor de las hojas secas cuando se dan cuenta de que no saben volar, la carrera que disputan las gotas de lluvias en los cristales. Nos perdemos todo lo que aún ven los ancianos en sus bancos. A los enamorados entrelazando los dedos. A los niños riendo después de empaparse de barro.

No creo que Tinder mate al amor (no tiene tanto poder), pero me atemoriza que dejemos de mirarnos a los ojos.


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