A los ogros
no les gustan los niños. Lo contaron Perrault, Steig, Wilde o los hermanos
Grimm. Ahora nos lo demuestran los políticos, aunque parece que no se han dado
cuenta. Las encuestas confirman que se ha roto el bipartidismo y que no sólo
habrá tres partidos en el podio, sino cuatro. Dos gigantes que se tropiezan con
sus piernas y dos niños que empiezan a caminar. El Partido Popular y el PSOE
deben estar maldiciendo detrás de la ventana. Hace meses que Podemos y
Ciudadanos juegan en su jardín. El reloj que Pablo Iglesias puso en marcha aún
puede llevarse muchos sustos. Por delante quedan nueve meses para proponer y
prometer, pues aunque alguno diga que no promete, se le va la coletilla detrás.
El Partido
Popular, hasta ahora tan cómodo en la mayoría absoluta, ha mirado para abajo y
se ha dado cuenta de que puede caer. Muy de cerca le siguen Podemos y PSOE y,
ascendiendo, Ciudadanos. Quizá estén asustados, quizá no. Pero mientras lo
deciden, Hacienda investiga a Iglesias por fraude fiscal y el PP le recuerda a
Garicano que España no necesitó ser rescatada. Los gigantes ponen a punto sus
armas.
Rajoy parece
escudarse en el discurso del miedo. Asegura que, a la hora de votar, es
“temerario” arriesgarse —No debe conocer el dicho “quien
no arriesga, no gana”—. Está claro que no le gustan
las ideas de Podemos ni sus dirigentes, pero ¿y Ciudadanos? Por ahora, su
partido se lo quita a golpetazos. Juega con el PSOE a la patata caliente.
Ninguno de los gigantes quiere reconocerlo como amenaza. Que si es
centro-izquierda, que si es centro-derecha, que si se lleva los votantes del
PP, que si los del PSOE... No sé si se habrán dado cuenta los populares, pero
Rivera viste con traje, o sin él, y no lleva coleta. Por apuntar más, tampoco
simpatiza con el régimen bolivariano ni el comunismo. Y sí, es catalán, y Rajoy
gallego, y Sánchez madrileño, y no pasa nada. Aunque el PP seguirá refiriéndose
a ellos como Ciutadans, para que nadie piense que pueden llegar a gobernar
España.
En el debate
sobre el estado de la nación, Rajoy y Sánchez se enfundaron sus discursos de
siempre. De nuevo, se convirtió en una competición, donde los aplausos los
recibía quien más veces noqueaba al contrario. "He llegado a la conclusión
de que usted piensa más en el señor Iglesias que en los problemas de
España", acusó a su opositor —como si él no lo hiciera—. Dos gigantes
vociferándose en el Hemiciclo, buscando la mejor forma de darse a sí mismos la
razón. Los niños, aún sin representación, se reservaron sus comentarios para
más tarde. Podemos y Ciudadanos insistieron en el cambio. Rivera incluso se
jactó de que Rajoy incluyese en su plan la ley de segunda oportunidad, que
ellos presentaron hace una semana: "Es curioso que los mismos que dicen
que van a organizar campañas contra Ciudadanos,
a la vez incorporen sus propuestas".
Si Rajoy se
escuda en el miedo y en esa prepotencia de llamar a Sánchez
"patético", es que sabe que su posición es débil. Quien hace de matón,
tiene problemas de autoestima. Quizá no está tan convencido de su victoria como
dice. Tal vez teme que, si se desploma de la presidencia, su partido se deshaga
como le ha pasado a Izquierda Unida o incluso al PSOE. "Rajoy no es
consciente de la falta de confianza y credibilidad que tienen", aseguró
Rivera después del debate. O sí. Puede que precisamente por saberlo, dé esos
traspiés por recuperarlas. Contra el agua, habrá pensado, el mejor remedio es
una barca. Y ahí esta, como Noé, remando para que el diluvio político no le
hunda. No se ha dado cuenta de que es demasiado grande —a su espalda:
Bárcenas, todo lo que prometió y no hizo, o lo que dijo que no haría
y realizó— y puede zozobrar por su propio peso.
Mientras los
gigantes tratan de mantenerse a flote, los niños recogen a los ofendidos en sus
barcas. A Podemos y Ciudadanos les queda mucho por hacer. Nunca han gobernado,
no tienen una propuesta perfectamente definida y sus sedes son pequeñas. Pero
también son valientes, arrojados y tienen ilusión. Estaría bien un final de
Oscar Wilde, donde el gigante y los niños acaban jugando juntos. Pero más pega,
tal y como están las cosas, que sea un final del “Gato con botas”, donde por
tanto presumir el ogro, se lo acabó comiendo el gato.
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