Le costó
mantenerse serena cuando se lo contaron. Después de 53 años, podía descansar en
paz. Fueron tantas noches de lágrimas que aquel 3 de abril en que desapareció
su hijo, le quedaba ya borroso. Más de 19.000 días de incertidumbre. Medio
siglo. El modelo Douglas DC-3 se quebró contra las rocas de los Andes, a 300 kilómetros del
sur de Santiago. Aquel día se silenciaron 24 voces. Ocho futbolistas y su
entrenador, integrantes del exitoso equipo Green Cross, se durmieron para
siempre en las montañas. Lo que podría ser el comienzo de una película de
ciencia ficción se convirtió en una de las grandes tragedias de Chile.
Uno de los
montañeros que hace unos días descubrieron los restos del avión aseguraron que
se podía “respirar el dolor”. Perder a una persona ya es lo suficientemente
duro como para perder incluso su cuerpo. La noticia del hallazgo es, por fin,
un descanso para quienes amaron a los fallecidos. Una historia resuelta entre
tantas de aeronaves de final desaparecido. Quedan cerca los testimonios de los
familiares del vuelo de Malaysia Airlines y AirAsia, o el de Air France en
2009. Gritos estremecedores, ojos hundidos y ataúdes vacíos. El drama de
esfumarse en el aire, de tomar un vuelo y desaparecer. Misterios espeluznantes.
Como el famoso vuelo 19 que se tragó el Triángulo de las Bermudas o el
Antisubmarino Grumman, cuyo último rastro se encontró sobre el mar de Alborán,
en Almería. O el Star Dust, que en 1947 desapareció con 11 pasajeros y fue descubierto
por unos alpinistas 53 años después. 53 noches de lágrimas. Más de 19.000 días
de incertidumbre. Medio siglo. Polvo de estrellas.
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