Era
una noche mágica. No sólo porque España había ganado a Francia en
el partido de fútbol de la Eurocopa, que desató una cadena de pitidos y gritos de
emoción a lo largo de la playa, sino por la fiesta que empezaba a
congregar a familias y amigos en la orilla. Las fogatas se
encendieron algo más tarde que otros años por el partido, pero eso
sólo incrementó la expectación.
La
arena estaba fría a las once de la noche y el mar, difuminado por la
oscuridad, parecía terciopelo.
Las
hogueras de la noche de San Juan se estremecían por la brisa. Con
gran satisfacción, la gente lanzaba apuntes, periódicos viejos o
libretas para avivar el fuego. Los niños más pequeños, que podrían
contar con dos o tres años, se encerraban en construcciones de
arena, levantando murallas de poca altura o torreones moldeados por
cubos. Los más mayores, en cambio, se reunían alrededor de la
fogata con cervezas y refrescos.
La
ilusión de celebrar una noche como esa, en la que los deseos se
lanzan al mar y la adrenalina se consume bailando, unía a los
desconocidos, que compartían música y bebidas. Los mejores
campamentos se organizaban con cintas rojas y blancas y trozos de
madera, que delimitaban la zona de unos y otros. La bandera de España
o las camisetas de la selección española de fútbol adornaban las
construcciones improvisadas, y de vez en cuando algún aficionado
lanzaba un grito eufórico por la victoria.
La
iluminación la proporcionaban las hogueras y velas, pues las farolas
del paseo marítimo no alcanzaban el mar. En consecuencia, la orilla
se convertía en un baile de sombras palpitantes. Y lejos, como joyas
del cielo, brillaban luces que nacían de algún punto de la playa.
Parecían luciérnagas gigantes y naranjas o globos de fuego, y
quedaban suspendidas en el aire, en un ascenso vibrante que acababa
por apagarlas.
El
humo, que cubría la orilla, teñía de grises la escena.
No
era difícil conocer gente nueva, porque en noches mágicas no hay
diferencias. Extranjeros y oriundos reían, bailaban, e intentaban
conversar. Se mezclaban acentos e idiomas. Los gestos eran el
lenguaje universal, y las frases compartían palabras españolas,
inglesas, francesas y alemanas.
No
importaba de dónde fueras, ni siquiera los franceses protestaban
demasiado con su derrota. No importaba si tenías o no dinero, si
partías la mañana próxima o continuabas algún tiempo más. No
importaba si estabas solo o acompañado. Sólo importaba que estabas
allí, junto al mar, en la fiesta de todos, quemando los malos
momentos en la hoguera y hundiendo en el mar papeletas de esperanza,
nuevos deseos.
Soy tu primo Félix,tu historia me ha parecido muy chula yo también he quemado mis libretas del colegio,¡¡¡fué superguay!!!
ResponderEliminarFélix, ¡qué alegría que me escribas!
EliminarCuánto me alegro de que te haya gustado y de que te lo pasases tan bien. Espero que tengas muchos días tan divertidos como aquel en el verano.
Mira mi comentario,no sale que lo he escrito.FÉLIX
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.Como mi hermano yo también quemé mis libros del colegio ¡Hasta escribí en un papel mis deseos!
ResponderEliminar¡¡¡JA,JA,JA...!!!UN BESO TU PRIMA BLANQUITA.
¡Seguro que tus deseos se cumplirán! y sino... el próximo año lo volvemos a intentar.
EliminarOtro besito para ti, que tengo muchas ganas de volver a verte.
Yo nunca estuve en la playa en la noche de San Juan.....pero despues de leer tu relato es como si tambien lo hubiera vivido esa noche con vosotros.Gracias princesa. Pepi
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