El
sol había despertado temprano, como Pablo había prometido, y bañaba
toda la costa con tintes rosados, apresurándose sobre la cresta de
las olas que rompían contra las rocas. La hierba estaba perlada de
gotas de rocío y las gaviotas graznaban sobre las barcas. Había una
quietud mágica en la mañana, partida únicamente por los gritos de
los pescadores que arribaban con las redes, y por la radio, que la
vecina encendía para cantarle coplas a la aurora.
Armonía
era la palabra que mejor definía aquel saludo del sol.
Pablo
ya estaba en la orilla, limpiando su tabla de surf, cuando los demás
comenzaron a asomarse a la terraza. Vestía su traje de neopreno y se
había recogido la melena en una coleta baja. Al verlos, aún
entorpecidos por la somnolencia, agitó el brazo y dio un par de
palmadas sobre su cabeza. Parecía ansioso de estrenar el mar.
Tomás
engulló tres tostadas con chocolate y corrió a acompañarle,
mientras que Fernando y las chicas prefirieron desayunar con calma en
la mesa del porche. Hacía un día bastante bueno como para descuidar
los detalles, y despejarse cerca de un acantilado, con el mar, el sol
y una taza de leche fresca no era algo que disfrutasen a menudo.
–¿Cuándo
llegarán los demás? –preguntó Diana, distraída con la abeja que
zumbaba sobre la mermelada.
–Dentro
de dos días. La fiesta de Pablo empezará en el crepúsculo y
terminará al alba. Ya sabes, el desfase de fin de curso.
–Algo
así oí.
–¿Y
Pablo aún no sabe nada? –intervino Sofía.
–Piensa
que celebraremos su cumpleaños los que estamos.
–Pues
menuda sorpresa se va a llevar. Si con eso no se cae de la tabla de
surf, no lo derriba ni un tiburón.
–Ya
lo creo que no –rió Diana.
Los
gritos emocionados de Pablo y Tomás llegaban desde la orilla. Se
dictaban órdenes y reían a carcajadas cuando las olas precipitaban
la caída del adversario.
Diana
saltó de la silla, recogió todo lo que cupo en sus brazos y entró
en la casa. Al poco, salió con la toalla sobre los hombros y
descalza, y atravesó a grandes zancadas el bosquecillo de matas que
lidiaba con la playa. Lanzó la toalla cerca de las de sus amigos y
se desvistió con impaciencia.
El
agua estaba fría y la mantuvo un buen rato en la orilla, con los
tobillos sumergidos y la piel de gallina. Allí, el olor a salitre
era mucho más fuerte y pegajoso. De vez en cuando, algunas algas se
le adherían a la piel como tatuajes oscuros, y ella chapoteaba hasta
despegarlos de sus pies.
Los
pescadores deslizaban la barca hasta el mar y se enfrentaban al
oleaje para trepar por ella. Llevaban los pantalones remangados y el
torso desnudo, luciendo el color de la almendra tostada. Los más
ancianos demostraban la misma vitalidad que los jóvenes, pues lo que
no les daba el físico, se lo brindaba la experiencia. Establecieron
en seguida el control y se organizaron, cada uno en su puesto y con
sus funciones, y viraron mar adentro. Diana avanzó hacia la barca
que partía, olvidando la baja temperatura del agua, y se despidió
de ella cuando sólo era una pincelada gris en el gran azul.
Pero
los pescadores acostumbran a partir de noche, y no entendía cuál
era el motivo de que aquella lo hiciera de mañana. Pensó en
preguntarle a Pablo, que conocía las costumbres de aquel pueblo
costero, pero lo olvidó en cuanto escuchó su nombre.
–¡Eh,
Diana! Vamos, mete la cabeza de una vez y vente con nosotros.
Diana
se volvió con una sonrisa.
–Ya
voy, esperadme.
–¿No
traes una tabla? –gritó Pablo, sobre la suya.
–¿Yo?
Tendrás que enseñarme si quieres que me atreva.
Aspiró
hondo y se sumergió, conteniendo el impulso de salir corriendo.
Cuando sacó la cabeza, sorprendió a Pablo muy cerca de ella. Se
apartó el pelo de los ojos y tomó su mano para cabalgar con él
sobre las olas.
–Tiremos
a Tomás –propuso ella.
Desde
el acantilado, Cristina escuchaba las risas como algo muy lejano.
Recordaba los veranos en aquella casa de muros blanquecinos y puertas
abiertas. Quedaba algo amargo en aquel paisaje tan hermoso, aunque
esperaba con todas sus fuerzas que acabase desapareciendo después de
tantos años.
***
The
sun had awakened early, as Pablo had promised, and it was bathing the
entire shore with rosy hues, hastily making it’s way to the crest
of the waves that were crashing into the rocks. The grass was pearled
with dewdrops and the seagulls were grazing over the boats. There was
a magical stillness permeating the morning, broken only by the
fishermen’s shouts as they arrived with their nets and by the radio
that the neighbor tuned on to sing its verses to the dawn.
Harmony
was the word that could best describe that greeting from the sun.
Pablo
was already on the shore, cleaning his surfboard, when the rest began
to come out to the terrace. He was wearing his neoprene suit and had
his hair pulled back in a low ponytail. Upon seeing them, still a bit
dazed from that night’s sleep, he waved his arm and clapped his
hands over his head. He seemed anxious to jump into the ocean.
Thomas
gulped down three pieces of toast with chocolate and ran to join him,
while Fernando and the girls preferred to calmly eat their breakfast
on the porch table. It was too nice of a day to disregard the small
details, and relaxing by a cliff, with the sea, the sun, and a cup of
fresh milk wasn’t something they could enjoy every day.
“When
will the rest come?” asked Diana, absent-mindedly looking at a bee
that was buzzing over the jam.
“In
a couple of days. Pablo’s party will start at dusk and will finish
at dawn. You know, the end-of-the-year madness.”
“Yea,
I heard something like that.”
“And
Pablo still doesn’t know anything?” intervened Sofia.
“He
thinks it’ll just be us celebrating his birthday.”
“It’ll
be a big surprise, then. If that doesn’t make him fall off his surf
board, I don’t know what will!”
“You
said it,” laughed Diana.
Pablo’s
and Thomas’s excited cries reached them from the shore. They were
dictating orders to each other and laughing hysterically when the
waves caused the opponent to fall.
Diana
jumped up, picked up everything she could carry and went inside the
house. Shortly after, she came out barefoot with a towel over her
shoulders and crossed the small forest of weeds that wrangled with
the sandy beach in a couple of long strides. She dropped her towel by
those of her friends and impatiently undressed herself.
The
water was cold and kept her stranded on the shore for a while, with
her ankles submerged and her hair standing on end. There, the smell
of saltpeter was much stronger and stickier. Every once in a while,
some algae would adhere to her skin like dark tattoos, and she would
splash around until she managed to unstick them from her feet.
The
fishermen slid their boats into the ocean and faced the waves, ready
to climb over them. Their pants were rolled and their torsos were
bare, showing off their almond-colored skin. The older ones
demonstrated the same vitality as the younger ones, for what they
lacked in physical strength they made up in experience. They
immediately established control and organized themselves, each with a
specific position and assignment, and turned towards the ocean. Diana
walked in the direction of the departing boat, forgetting the low
temperature of the water, and only waved it goodbye when it was a
grey brushstroke in the great blue ocean.
But
the fishermen’s boats usually leave at night, and she didn’t
understand why that particular one was doing so in the morning. She
thought of asking Pablo, who knew more about the customs of that
coastal town, but she forgot to as soon as she heard her name, “Hey,
Diana! Come on, put your head in already and join us.”
Diana
turned with a smile, “I’m coming, wait for me.”
“Aren’t
you bringing a board?” shouted Pablo from his.
“Me?
You’ll have to teach me if you want me to even try.” She took a
deep breath and submerged herself, containing the urge to run out of
the water. When she popped back out, she surprised Pablo standing
right next to her. Brushing her hair from her face, she took his hand
to ride the waves with him.
“Let’s
throw Thomas from his board,” she suggested.
From
the cliff, Cristina listened to their laughter like a faint noise in
the distance. She remembered the summers in that house with the white
walls and the open doors. Something bitter remained in the scenic
landscape, although she hoped with all her heart that it would
eventually disappear after all those years.
Texto traducido por: Carolina Rodríguez García.
Texto traducido por: Carolina Rodríguez García.
Es como abrir una ventana....y contemplar todo lo que ocurre,pero bañado de luz,de armonia,de belleza.Pepi
ResponderEliminarParece una película, me ha gustado mucho, como siempre muy real!!! Por cierto, estabas muy guapa y se te veía feliz.. Besos.
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