Nunca me habían rozado las palabras con semejante
estrépito. Nunca, ni siquiera las rosas muertas de Bobin, ni sus rayos de luz,
ni su niña sin infancia. Había en aquellas líneas, en aquella voz trémula, más
amor del que había bebido en tantas páginas.
Los minutos se sobrecogieron al derecho del silencio
y me quedé en blanco, sobrevolando con sus alas de nuevo todas las palabras.
Como un águila que se descubre llorando porque desea el mundo, pero el mundo es
tan grande que solo puede contemplarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario