Ella era un punto y a parte en el cielo. El comienzo de todas las frases hermosas. El beso que sella, invisible, una carta.
Y yo tenía las manos frías, muy frías, aún más frías que de costumbre.
La miré sin discreción, parada en mitad de la carretera, y no me importó la lluvia, ni los coches, ni el no sentir de mis dedos.
Tenía en frente, floreciendo sobre la ciudad, una tierna promesa de amor.
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