¿Te atreves a soñar?

viernes, 12 de agosto de 2016

Un columpio de guerra

Asía con firmeza las cuerdas del columpio. Quizá pensaba que el viento, tan suave que apenas movía las briznas de hierba, podría despertar de pronto y empujarla hacia el cielo. Esperaba inmóvil, con los músculos tensos y la mirada perdida. Tenía la expresión del que está sin estar. Le había conmovido la conversación de sus padres en el desayuno.

Una mariposa se detuvo en su regazo, poco después echó a volar convencida de que la niña no le prestaría atención. Ni siquiera esquivó el pájaro que le rozó el pelo.

Papá se iría lejos cuando acabase el verano. Con Guillermo y Rafael, que hacía poco habían cumplido la mayoría de edad. La patria agonizaba y el honor les impedía continuar escondidos por más tiempo.

La niña lloraba sin saberlo. La luz resplandecía en el filo de sus lágrimas. Papá y los chicos se irían con el próximo amanecer, vestidos de uniforme, dispuestos a defender una guerra que estaba perdida.

Le resonaban los gritos de dolor de su madre, partida en mitad de la cocina, abrazando el suelo como si en algún momento fuera a desaparecer. Su marido, con el rostro tan serio que parecía de piedra, era incapaz de consolarla. Los brazos se le habían dormido a medio camino de su cuerpo tembloroso.

No supo cuánto tiempo estuvo sentada en aquel columpio que le había regalado papá en su sexto cumpleaños, pero cuando se bajó, hacía años, alguna vez le pareció escuchar que diez, que su padre y Guillermo dormían en algún lecho de tierra.


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