El
señor alcalde se baja del coche oficial. Se detiene en mitad de una
carretera estrecha. Se recoloca la chaqueta y echa
a andar hacia la peluquería donde ha concretado cita sin despedirse
del chófer, que en seguida le sustituye al volante, y sin
preocuparse por el atasco mudo que deja detrás.
El
señor alcalde llama a la puerta de la peluquería. Son las dos de la
tarde y el local está cerrado para los ciudadanos, pero no para él.
Saluda con un gesto perezoso y algunas palabras medidas y ocupa uno
de los sillones de cuero. No tiene prisa y tampoco le importa si la
tiene el anciano Bernardo.
El
señor alcalde pregunta por la salud del negocio y Bernardo no se
atreve a reconocer que solo ha recibido a dos clientes a lo largo de
la mañana.
“Es
el mejor pueblo, con los mejores turistas, con las mejores calles y
las mejores gentes”, dice el mayor.
Bernado
discrepa, pero se traga sus protestas. Ya se quejaron otros antes y
ninguno acabó bien. Silicona en las cerraduras, basuras en la
puerta, carga y descarga... Conoce el porte traicionero del hombre al
que arregla el pelo. Muchas promesas para quienes sigan sus pasos,
mucha mierda para los que no. De modo que sonríe y calla, de vez en
cuando asiente y fuerza unas risas, pero no comenta nada sobre
aquellas calles sucias, los barriles y cajas que reducen la acera,
los meados en las esquinas de su local y de los próximos, el olor a
orine y descomposición de las mañanas calurosas.
El
señor alcalde se mira al espejo, satisfecho. Alaba el trabajo con
poca gracia y repite alguna de sus frases más ensayadas para
despedirse de Bernardo. Son las dos y media pasadas y abandona la
peluquería con la cabeza bien alta, igual que cuando entró. Cruza
la carretera y se sube a su coche negro y de buena marca.
El
chófer, que cuando llega el alcalde hace de copiloto, ha aparcado
donde su jefe le ordenó, en una zona exclusiva para la carga y
descarga de los vehículos comerciales. La zona negra de quienes no
atienden a las indicaciones, donde la policía multa más de tres
veces al día. Pero, ¿quién se lo va a reprochar? Él es el señor alcalde, el
emperador de un pueblo sometido, un vengador, un tirano contra la
democracia, un manipulador de la opinión pública, un cateto con
aires de rey.