Había un beso carmín en la
toalla. Un beso que no era mío, que no me buscaba. Un beso que se
había escapado de los labios de la mujer que amaba. Rojo sobre
blanco. Un aleteo de la coquetería, todos mis sueños. Ella con sus
rizos cortos y yo con mi corbata de siempre, la única que recibió
un piropo. Me baila su risa en mi propia garganta. Se alisa la falda
y aúpa a Juanito en los brazos. El niño adorado de Aurora, nuestra
amiga de la infancia. Le alcanza la nariz con el índice y se abrazan
los dos con las bocas abiertas. Dientes marfil ligeramente manchados
de rojo.
Y mientras, Aurora los observa
desde la cama con las sábanas bajo los brazos y una sonrisa cansada.
La medicación en la mesilla y la muerte rondándole los párpados.
Está más pálida, más callada. Hace meses que no sale de casa. Por
eso Ella hace de madre y yo asisto a su padre. Juan no se despega de
la cama. La barba afeitada, camisa impecable y las ojeras. Los cinco
años de Juanito saben que la felicidad corre invertida. A sus juegos
le pesa el silencio de sus padres.
Pero Ella ríe e inventa, sueña y
lucha con espadas de madera. Lo lleva al parque y al cine, le compra
chucherías y helados de tres bolas. Le besa los mofletes gordos, y
yo suspiro. Sus labios rojos. De nuevo sus labios rojos y sus rizos cortos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario