Tres
y veinte.
Tres
y veinte.
Tres
y veinte.
“A
la muerte de Segismundo, la dignidad imperial recayó en un príncipe
del este de Alemania, Alberto II de Habsburgo, que vivió entre los
años 1438 y 1439 y fue duque de Austria y yerno del emperador
desaparecido...”.
Tres
y veintiuno.
Tres
y veintiuno.
Tres
y veintiuuuuuuuno.
–Federico,
por favor, continúa leyendo tú.
La
voz aguda de Paola me duele. Recita cada palabra como la anterior;
sin gracia, sin alegría, sin ilusión.
“Con
Alberto II de Habsburgo se produce la primera unión dinástica de
Austria, Hungría y Bohemia, gracias al acuerdo firmado en el Trato
de Brünn que firma su familia con la de los Luxemburgo. Su programa
político...”.
Federico
no lo hace mejor. Con su lectura, cierro los ojos. He consultado la
hora antes de hacerlo y todavía son las tres y veintiuno. Cada
minuto, cada segundo me pesa en los párpados. Escucho unas risas y
me parecen mariposas. Ligeras, juguetonas, traviesas, que se cuelan
entre las palabras de Federico y colorean las agujas muertas del
reloj.
Me
incorporo con un respingo y sonrió. Mis alumnos están atentos por
una vez. Todos me miran con los labios apretados y las mejillas
rosas. Parecen contener un gusano que les hace cosquillas.
–Bien,
esta bien –murmuro, estirándome los músculos de la cara–.
Teresa, resume lo que han leído tus compañeros.
Teresa
titubea, pero no sabe contestar. Su compañero la socorre. Me hago la
despistada hojeando las páginas del libro mientras él le susurra la
respuesta.
Teresa
acierta y yo le paso el turno de lectura.
Son
las tres y veintiséis y por fin hemos cruzado el ecuador de la
clase.
“Federico
III de Estiria, que vivió entre los años 1440 y 1493, primo y
sucesor de Alberto II de Habsburgo trata de consolidar el patrimonio
familiar y estrechar las relaciones con el papado, pero...”.
Algo
va mal. No es posible que llevemos media hora combatiendo con el
sueño. De nuevo, detengo la narración.
–¿Seguro
que es así como da clases vuestra profesora?
Yo
soy la profesora de sustitución. Aún me consideran joven para
encargarme la responsabilidad de una asignatura semejante.
Los
alumnos asienten a mi pregunta. Saben por qué la formulo.
Arqueo
las cejas y vuelvo a cambiar el orden de la lectura. Esta vez elijo
una voz suave, casi infantil, con un timbre que me mantiene
intrigada. Julia lee diferente. Hay pedacitos de cristal en sus
palabras.
Tres
y... treinta y cinco, bien. Queda menos para que suene el timbre.
Nunca
había impartido una clase tan aburrida.
Federico
está distraído con el móvil, como la mitad de sus compañeros.
Teclean por debajo de la mesa como si de ese modo toda evidencia
resultase invisible. Y Teresa ha vuelto a curvarse sobre el libro de
texto.
Tres
y treinta y seis...
Cuando
den las menos cuarto voy a estallar de júbilo. Despertaré a los
alumnos con mis aplausos. Es heroico aguantar este ritmo cuatro veces
por semana.
Son
las tres y treinta y siete. Me parece que ha muerto el reloj, voy a pedir que
lo arreglen.
Jajajaja madre mía... basado en hechos reales?
ResponderEliminarNerea! Qué alegría!
EliminarEste no son hechos reales, aunque alguna experiencia parecida hubo...
Jajajaj madre mía, está es la consecuencia directa de la adaptación de una asignatura anual a tres meses a base de metralleta.
ResponderEliminarPsdata: basada en una historia real :título:entre teobaldos y demás farándula.
No exactamente. La idea fue escribir sobre "una clase aburrida". Por lo general, siempre lo vemos desde la perspectiva del alumno, pero nunca desde la del profesor. Creo que hay algunos excelentes, con unos métodos de enseñanza muy buenos, creativos o interesantes, pero también otros a los que les cuesta encontrar la forma de innovar siglos de tradición. Los alumnos cambian, la sociedad cambia... y también los profesores cambian.
EliminarCuando un profesor disfruta con lo que hace, transmite ilusión y, aunque luego habrá a quienes les guste más o menos su asignatura, tiene una fuerza que no tiene aquel que educa por educar. Un profesor puede hacer muchísimo; puede hacer que el alumno desarrolle sus habilidades, que descubra su camino... o también puede hacer que el estudiante deteste una materia, que se desmotive, que pierda la confianza...
Este relato es ficción, como la mayoría de "El Bosque de papel". Claro que me he aburrido en alguna clase, y claro que también he conocido a profesores que se han aburrido en alguna clase, pero eso entra dentro de la experiencia, de las sensaciones... "Muere el reloj" es, más bien, un acento a un punto de vista que nunca se tiene en cuenta.
Es tan real que me parece oir ese timbre que pone fin a una clase soporífera .Pero la verdad es que es muy interesante desde el punto de vista de la profesora...que se aburre.Una vez mas,de 10.El martes por la noche te busqué aqui y aun no estabas.Me ha encantado encontrarte esta mañana.Un monton de besos.Pepi
ResponderEliminarTuvimos que retrasar la reunión literaria... Pero esta semana todo sigue en orden y sin sobresaltos. Creo que en el siguiente te sorprenderás.
EliminarUn beso grande!