Daniela
se encogió en el sofá con su mejilla colorada sobre el cojín,
disimuló un bostezo e insistió.
–¿Has
terminado ya?
Pero
Mario seguía concentrado, con el pincel goteando colores sobre el
mármol y el sudor perlando su espalda.
De
nuevo su pregunta la contestó el silencio.
El
calor pesaba sobre ellos, como el olor a aguarrás y a óleo húmedo.
Daniela tenía todo esos olores en la nariz y estornudaba. Consultó
el reloj de pared, que golpeaba los segundos con un tic-tac
grave, y se sorprendió de que fuesen las seis de la tarde. Empezaba
a molestarle el estómago por el hambre y los músculos por la
postura.
–Mario...
Ya es tarde –murmuró, sin atreverse a levantarse sin su permiso–.
Déjalo para mañana.
–No
me queda mucho –replicó él sin detener el trazo.
Daniela
suspiró y se consoló pensando que el retrato sería hermoso. La
había vestido con un traje sencillo, que se ceñía bajo su busto y
resbalaba en cascada hasta sus pies. Observó la mirada concentrada
del pintor y se estremeció al descender hasta sus labios. No le
había pasado inadvertida la ternura que derramaba sobre el cuadro. Y
en el cuadro estaba ella. Se ruborizó, pero no dejó de buscarle su
alma en los ojos.
Pasó
una hora más hasta que Mario se alejó del lienzo con satisfacción.
Daniela se había quedado dormida, pero la emoción de su amigo la
despertó. Lo encontró con los ojos húmedos y riéndose para
liberar la tensión. Se incorporó lentamente, sacudiendo sus
miembros entumecidos, y se acercó al artista, que era incapaz de
hablar. Recogió su melena oscura en una trenza rápida y esperó a
que él voltease la obra. Pero Mario parecía haberla olvidado,
porque le resultaba imposible apartar la mirada de su creación.
Daniela
sonrió, cautivada por la felicidad de su amigo, y bordeó el
caballete para contemplar el resultado.
–¿Por
qué soy rubia? –fue lo único que se atrevió a decir.
Aquella
mirada dulce, aquellos labios traviesos, aquella melena brillante...
Nada de aquel rostro era suyo.
Sintió
el impulso de salpicar la pintura con el aguarrás, pero un vacío la
tragó con toda su rabia. Se desnudó detrás del biombo y recuperó
sus pantalones, su jersey y su bufanda.
–Voy
a comer algo –dijo, aunque ya no tenía hambre.
The mirrow of the soul
Daniela
curled herself up on the couch, with her rosy cheek on the cushion,
concealed a yawn and insisted, “Have you finished yet?”
But
Mario remained focused, with his brush dripping colors on the marble
and drops of sweat beading his back.
Again,
her question was answered by silence.
The
heat weighed over them, like the smell of turpentine and wet oil.
Daniela had all of these scents inside her nose and was sneezing. She
eyed the clock on the wall, which was striking the seconds with a
deep tic-tac, and was surprised to see that it was already 6
PM. She suddenly became aware of how hungry she was, and her muscles
were starting to ache from remaining in the same position for so
long.
“Mario…
it’s really late,” she murmured, not daring to get up without his
permission, “Leave it for tomorrow.”
“I’m
almost done,” he responded, without disturbing his stroke.
Daniela
sighed and consoled herself in the thought that the portrait would be
beautiful. He had dressed her in a simple dress that tightened under
her bust and slid cascade-like to her feet. She observed the
concentrated look of the painter and shuddered as she lowered her
gaze to his lips. She hadn’t ignored the tenderness he was spilling
onto the painting. And she was inside that painting. She blushed, but
didn’t stop searching for his soul in his eyes.
Another
hour went by before Mario stepped back from the canvas with a look of
satisfaction. Daniela had fallen asleep, but her friend’s
excitement woke her up. She found him with watery eyes and laughing
to relieve his tension. Slowly, she lifted herself up, shaking her
numb limbs, and approached the artist, who was incapable of speaking.
She gathered her dark hair into a quick braid and waited for him to
flip the canvas. But Mario seemed to have forgotten about her,
because he was seemingly unable to turn away from the painting.
Daniela
smiled, captivated by her friend’s happiness, and skirted the easel
to contemplate the result.
“Why
am I blond?” was the only thing she dared to say.
That
sweet gaze, those mischievous lips, that luscious hair… Nothing
about that face was hers.
She
felt the impulse to splash the painting with the turpentine, but a
sudden emptiness swallowed her rage. She undressed behind the folding
screen and recovered her pants, sweater and scarf.
“I'm
going to go grab a bite,” she said, although she was no longer
hungry.
Traducido por: Carolina Rodríguez García
Muy interesante, pero, ¿por qué Mario no la pintó a ella, en quién estaba pensando? Pobre Daniela, me ha dado mucha pena..
ResponderEliminarUn beso.
Es un final abierto a muchas interpretaciones, pero aunque Daniela suspirase por Mario, yo creo que él estaba enamorado de otra mujer.
EliminarSe me ocurre que la ha pintado como el la veia,idealizandola ¿o no ?...en cualquier caso me gusta,com todo lo que escribes.Un monton de besos.Pepi
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