Sospechad
si algún amigo os quiere regalar un iPhone, un Smartphone o
cualquier otro dispositivo móvil con posibilidad de conectarse a
Internet. Tal vez su intención no sea tan bondadosa, y lo que
realmente pretenda es deshacerse de ti.
Cada
vez encuentro más urgente referirme a este tema, porque por él se
rompen muchas relaciones. Ya saben que la tecnología es poder, pero
un poder que, si no aprendemos a controlarlo, puede llegar a acabar
con nosotros.
Hacía
días que hablaba con la pared. Una pared que respiraba, que tenía
ojos y boca, y pensaba y oía, porque ya no escucha. Pensaba con el
mecanismo de la red, un reloj de mensajes, luces y sonidos, y sonreía
con los labios de un reloj. Ya le advertí que escribiría de él, y
se rió. Ya le aseguré que no diría nada que le gustase, pero no sé
si realmente me creyó.
Lo
cierto es que no sé cuándo empezó esta epidemia, porque pasa
inadvertida, ni cuándo le hizo enfermar a mi amigo, pero recibí su
oleada con dureza cuando él empezó a hablar con la máquina delante
de mí. Empezó a depender de ese “mundo secundario” y sus
conversaciones conmigo llegaron a reducirse a monosílabos.
Apenas
comienza con un brote, inducido por la curiosidad o el aburrimiento,
y acaba atrapándote en la red de la araña virtual que es Internet.
Al principio es un juego divertido, ademas de útil. Escribes un
mensaje y te contestan al poco tiempo. No hay distancias, no hay
frenos, no necesitas esfuerzo, ni actividad física, no hace falta
desactivar la pereza, no hace falta poner una buena cara. Estás
“ahí”, en un sitio que no ve nadie, pero donde todos te sienten
y pueden comunicarse contigo. Es el juego del poder, porque controlas
tu entorno. Pero si dejas que se desate, te engulle. No tiene piedad,
porque no tiene alma ni corazón. Y te persigue, no puedes deshacerte
de él porque va contigo, en el bolsillo, en la mochila, en el
bolso... Eres tú quien lo hace parte de ti. Eres tú quien lo libera
o lo reprime. Quizá ni siquiera sea una elección consciente, pero
ocurre.
El
“pasas de mí” se convirtió en la frase del mes. No había
momento en el que no se lo dijera a mi amigo. Él sonreía y decía
que no. A veces era suficiente para que dejase de navegar con el
móvil, otras apenas se inmutaba. Pero, fuese como fuese, esta última
semana tengo que reconocer que hizo un gran esfuerzo y mejoró. Aunque aún se sienta incompleto si no consulta cada media
hora el móvil, ha entendido que esa actitud es molesta. O, por lo
menos, espero que lo haya hecho.
¿Os
gustaría estar hablando con alguien que sólo tiene ojos, boca y
pensamiento para Internet? A mí, desde luego que no.
Qué bien lo has explicado!!!todo es supercierto. A mí tampoco me gusta hablar con alguien así, hay que utilizar las cosas con cabeza.Muchos besos guapa!!
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