Han sido seis meses
conviviendo con ella. Juana y yo. Blanca y yo. Y ahora nos toca despedirnos. Ha
llegado el momento de abandonar la piel contraria, aunque aún me resista. Por
eso, el guion continúa sobre la mesa de la entrada. “Adiós, Juana”, le digo
cada vez que salgo de casa. Como si dormitara en aquellas páginas subrayadas. “Adiós,
Juana”.
Me resulta difícil
despedirme de ella porque de su mano he descubierto un mundo. Un mundo que
siempre había admirado desde la butaca, con el que a veces soñaba en bajito y
que me despertaba tanta curiosidad. Juana me ha llevado al otro lado: a los
espejos enmarcados por luces, a la oscuridad del backstage, al calor del
escenario. Juana me ha enseñado, incluso, a mirar con las manos.
Ignacio, Carlos y Juana, Elisa
y Miguelín, Doña Pepita y Don Pablo, Esperanza, Lolita, Alberto, Andrés y
Francisco. Estaban tan vivos que me los creí. En la última representación, poco
antes de que se apagasen las luces y Carlos hincase la rodilla en el suelo,
sentí la angustia de un colegio desmoralizado, las ilusiones pisoteadas, los
amores magullados, la inseguridad. Estábamos dentro, pero eran ellos, esos
personajes con los que habíamos compartido tantos ensayos, quienes nos decían
adiós.
Y arriba, Edurne y Silvia,
la directora y subdirectora de nuestra ‘Ardiente oscuridad’, las que nos
reunieron, las que crearon este elenco de amigos y esta obra que ha sido nuestro
hogar. Increíbles, como Miquel, David, Alba, Fernando, Amaia, Jorge, Leire,
Ana, Oriol, Narciso y Álvaro.
Cuando intimé con Juana, me confesó un secreto. Ella
ha sido mi primer personaje, mi primera guía en este mundo. Y por
eso, me hizo tanta ilusión cuando descubrí que mi última palabra, la que me
sacaba de escena, era de agradecimiento. “Gracias”, susurra. Y gracias son
las que quiero darle a este equipo y a Bea, que me llevó hasta el teatro. “Adiós,
Juana”… y gracias.
Qué bonito Blanca !,Y como me hubiera gustado verte !
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