¿Te atreves a soñar?

miércoles, 3 de junio de 2015

Una tarde de calor

Los gritos eran de una niña de tres años que aún no sabía hablar. Rayada por la luz del sol y la sombra del edificio en que vivía, sacudía los brazos para que la dejasen en paz. Se le mezclaba la protesta con la risa y a punto estuvo de atragantarse cuando el chorro de la manguera le impactó cerca de la boca. Sus hermanos la perseguían por la terraza blandiendo la goma sobre las cabezas.

Hacía tanto calor que hasta el abuelo había salido a empaparse. Con su bañador de flores y la gorra, daba palmas en medio del gran charco. Las carcajadas resonaban en el vecindario y algún niño se colgaba del balcón pidiéndole a sus padres que les dejasen bajar a jugar.

Amaia sonreía desde su habitación. Se había fijado en que Pablo de vez en cuando desviaba la mirada hacia su ventana. Le lanzó un beso discreto y se escondió. El día anterior, él la había buscando en el colegio para regalarle un poema de Bécquer.

—Lo estamos estudiando en clase —se excusó.

Ella había colgado el papel en su corcho y ya era capaz de recitarlo de memoria.

Las risas hicieron sonreír a Belén, que en el sexto piso se encargaba de alimentar a su madre. Aunque hacía tiempo que Nerea había perdido el habla, la hija le seguía hablando tan animosamente como si en algún momento le fuera a responder. Explicaba que Sofía, la pequeña que reía tan fuerte, balbuceaba tres idiomas y estaba echa un lío.

—Pero será una niña muy inteligente. Mira cómo juega con sus hermanos. Tiene una alegría especial. Además parece un ángel con esos ricitos. Es adorable y yo ya le digo a su madre que tiene mucha suerte. Si yo hubiera tenido una hija, la habría querido como ella.

En la última cucharada, el puré le resbaló por la barbilla. Belén le limpió y continuó el monólogo. Mientras tanto, Sofía se levantaba de las baldosas y Pablo aprovechaba la pausa para mirar de nuevo hacia el hueco donde suponía a su princesa.

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