Me ha costado
entender qué tiene Navarra para que los navarros no se quieran ir de aquí. No
hay playa, apenas sol y falta ese acento saleroso que se acompaña de gestos
despreocupados. Las calles no visten con aire de fiesta y los días de tormenta
no huelen a sal. La risa se esconde debajo de bufandas mientras que las nubes,
siempre las nubes, se empeñan en gobernar la cuenca. Mi ciudad se llama
“Mordor” para los amigos, “Pamplona” para los demás, y he aprendido a amarla
muy poco a poco, a pequeños sorbos, como dicen los viejos que se disfruta la
vida.
Antes me
gustaba preguntarle a los navarros qué tiene de especial su hogar. Pero, ¿cómo
se enseña a amar? No se puede hacer sólo con palabras. Para conocer Navarra hay
que sufrirla y reírla; hablar con su gente y pasear sus caminos; escucharla y
soñarla. Así es como se ama el mundo, en realidad cualquier lugar. Para
conocer, primero hay que despejar el corazón. Luego se descubre un mundo de
secretos. Ahora que se marchan tantos de los amigos que me enseñaron a mirar, volveré
a buscar con ojos nuevos. Navarra tiene magia, aunque jamás seré capaz de decir
completamente cuál.
me encanta!!!
ResponderEliminarQue cabroncilla!! ahora que estoy fuera tengo ganas de volver.
ResponderEliminarQue cabroncilla!! ahora que estoy fuera tengo ganas de volver.
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