“Coca-Cola pierde la chispa”, leí el otro día en El País. Y la curiosidad por lo que me
contarían después me hizo clicar la noticia. ¿Una receta nueva?
¿Un ingrediente que no funciona? Lo que no esperaba era saber que
sus inversores están intranquilos, que los ingresos globales de la
empresa han caído un 4%. La todo poderosa Coca-Cola; la misma que
nos saca sonrisas e incluso aplausos con sus anuncios, la misma que
nos hace pensar en una tarde de amigos y reencuentros. Coca-Cola está
en la cuerda floja y el motivo no es la competencia, sino el cambio
hacia hábitos más saludables.
¿Entonces es buena noticia?
¿Que la gran empresa roja y blanca caiga es buena señal? Pensando
en los azúcares y en los kilos, he acabado recordando mis tardes de
colegio. Me he acordado del juego del mate, en que esquivábamos la
pelota-bala como si fuésemos espías agilísimos y permanecer en el
campo fuera de vida o muerte. ¡Qué saltos y qué carreras! O el
juego del elástico, que sostenían dos chicas con los tobillos
mientras las demás deslizaban los suyos para formar una red y
saltarla. O la comba, o el aro, o los números de tiza que
recorríamos a la pata coja al tiempo que le dábamos puntapiés a
una piedra para dejarla en el número mayor. Arriba, abajo, arriba,
para el lado. No parábamos quietos.
Recuerdo que uno de mis trofeos
fue una lata de Coca-Cola. Mi aficionado equipo de baloncesto ganó
el primer y único partido de su historia y la entrenadora se sintió
tan orgullosa que se atrevió a prometernos una lata del refresco
-que, por cierto, nunca llegó.
La Coca-Cola era motivo de
fiesta, de risas, de los mejores momentos, de nuestra victoria.
Después de conocer que la multinacional no crece, sentí una especie
de vacío de la infancia -si en algo se distinguen, es en esa gran
personalización de su marca-. Pero luego lo pensé fríamente. Si hay que sacrificar a Coca-Cola o a la salud... Pues lo siento,
querida mía, pero la salud es lo primero. Claro que sí, porque
parece que nos hemos concienciado de la necesidad de cuidarla. Ahora
hacemos más ejercicio -por supuesto-, los niños juegan aún más que antes y pasan
la tarde en el parque -seguro-, sin intoxicaciones electrónicas ni pantallas -la duda ofende-.
Comemos mejor, más fruta y más verdura, y hemos aparcado la comida
rápida, los precocinados y los azúcares de más.
No es tu culpa,
Coca-Cola, y perdona mi ironía pero es que somos nosotros.
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