“Cuando pasen unos años,
querrás volver al colegio”, dicen los adultos. Y la adolescencia,
inocente, se ríe de la estupidez. Ella mira con envidia a los
universitarios: tan guapos, tan altos, tan libres. Ignora que su
propia libertad no tiene grandes responsabilidades ni tiempos. Y da
igual lo que digan quienes le precedieron, porque ellos no sufren las
tareas de la escuela, ni los horarios de casa, ni les tratan de
inconscientes. Pero es que la adolescencia es ligera, apasionada, y
quiere más, y es curiosa. Es la época de los errores, de los
descubrimientos, de los sueños, de las ambiciones, donde todo parece
posible. Es una época cargada de matices que se pasa con la atención
fija en la mayoría de edad.
Que no espere. Que la
adolescencia revolucione el mundo. Que la ilusión y las ganas
exploten a los 15, pero también a los 40. Que no se empañe la
mirada, que se pierdan los prejuicios, que los ojos sean libres y las
mentes, abiertas.
Los adultos soñarán hacia
atrás, con el colegio, con la universidad, con sus “años mozos”,
pero que no sea con pena. Añoranza sí, pero no nostalgia ni
sufrimiento. Los planes no están resueltos hasta que se abandonan.
El cansancio, la quemazón, la experiencia... ¿por qué, como decía
Momo, no intentamos evitar convertirnos en hombres grises?
Fotografía: Luana Fischer Ferreira
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