Una
tropa de gente y la sensación de que no cabríamos todos en el cine.
Una cola que serpenteaba por el local y la calle, que se amenizaba
por la emoción de comprar una entrada con 2'90 euros. Cientos de
cabezas, miles de conversaciones. Una muchedumbre entusiasmada y unos
empleados ajetreados pero sonrientes. ¿Es la calidad de las
películas, la piratería o el precio habitual del cine lo que, de
normal, mantiene en coma sus salas?
No
recordaba una demanda semejante desde hace bastante años, ni
siquiera en los estrenos más populares. Parecía una discoteca en
plena semana laborable. Una fiesta de salas oscuras, olor a maíz
tostado, conversaciones alegres, ilusión y arte. Supongo que los
personajes de las películas se sentirían orgullosos, honrados,
crecidos, valorados. Artistas de cine. Por fin, artistas de cine.
Una
explosión feliz que, sin embargo, me acabó produciendo rabia. Ayer
fui al cine, hoy iré otra vez. Si tuviera más horas, exprimiría
esta oferta de 2'90 euros/película en dos o tres sesiones más. Y
como yo, tanta gente, tantos románticos -porque aquellos días de
citas en el cine han quedado muy lejos-, tantos amigos, tantas
familias, tantos aventureros; tantos.
Después
de estas reuniones de multitudes, después de que el cine pareciese
un hormiguero de miradas brillantes, ¿de verdad que el problema son
las personas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario