No
sabía nada de ellos, aunque ya se había fijado la tarde anterior.
Quizá era porque su hermano mayor tenía un grupo de música, y
conocía de cerca las tardes de ensayo, de frustraciones, de trabajo,
de euforia y de alegría. O tal vez se debiera a que para ella los
Beatles tenían un significado especial. O porque los intérpretes
eran jóvenes y su escenario era la acera del Corte inglés... O
porque realmente sonaban bien. No lo sabía. Lo único que tenía
claro era que aquellos tres músicos callejeros la cautivaban como no
habían logrado los demás grupos de la calle.
Fátima
consultó la hora en su móvil. Había decidido esperar a Rosana a
una distancia prudente del improvisado concierto. Ni demasiado cerca,
ni demasiado lejos. No quería sentirse incómoda con las miradas de
tres chicos ilusionados, ni distanciarse hasta perder los matices de
aquella voz serena. Le gustaba; tenía una voz diferente.
Había
visto a acordeonistas, violinistas, guitarristas, gaiteros, bandas de
música, flamencos y payasos, pero nunca a un grupo que sonase con
tanta magia. Esa era la palabra: Magia. La magia de toda una
generación se desplegaba con ellos. Dos guitarras, una batería y la
voz.
Y
se enfrentaban a un público difícil, a un público que era prisas,
agobios, consumismo, y cada vez más inmune al valor de todos los
artistas callejeros. Y, sin embargo, parecían ilusión candente,
fuerza y entrega. No tenían amigos que les animasen en primera fila,
ni discos que los avalasen... Pero sí mucho cariño. Y talento.
Fátima
no vio aparecer a Rosana hasta que estuvo a pocos pasos y, entonces,
la cogió del brazo y le señaló a los tres chicos.
–Me
encantan –susurró.
–¿Son
los que escuchamos el otro día? Suenan muy bien –aprobó ella.
Luego miró la hora e hizo un gesto de disgusto–. Siento haberme
retrasado. Espero que no lleves mucho tiempo esperando.
–No
te preocupes. No me he movido de aquí y se me ha pasado rápido el
tiempo. ¡Ya ves que tenía una buena banda sonora!
Rosana
se rió, más tranquila, y se concentró en la letra de las canciones
que interpretaba aquel grupo. Se llevó la mano a la boca,
sorprendida, y exclamó:
–¡Son
canciones de los Beatles! –Luego se metió las manos en los
bolsillos en busca de alguna moneda suelta–. Lo hacen muy bien, voy
a ver si puedo dejarles algo...
Entonces,
a Fátima se le ocurrió una idea. Buscó en los bolsillos de su
falda y de su abrigo, y le preguntó a Rosana. Necesitaba un papel y
un bolígrafo, aunque solo encontraron algunos tiques y un paquete de
pañuelos.
–Vaya,
qué rabia –dijo Fátima, revisando por cuarta vez sus bolsillos–.
Siempre llevo algo para escribir encima... Y hoy no tengo nada.
Y
sin dudarlo, se acercó a un quiosco de dulces y preguntó por un
bolígrafo. Los dependientes, extrañados pero sin hacer preguntas,
le prestaron uno azul, y comenzó a escribir un pañuelo apoyada en
su mano.
–¿Qué
les vas a decir? –inquirió Rosana, leyendo por encima de su
hombro.
–Que
me gustan.
Las
letras bailaban poco firmes, pero lo importante era el mensaje.
Fátima no podía dejarles dinero, pero sí podía hacerles sonreír.
Quería hacerles sonreír. Quería que se sintiesen valorados,
reconocidos. Si pudiera, les regalaría alas a su sueño. Pero no
podía. No podía más que dejarle su propio tesoro, que eran las
palabras. Ella vivía en las letras como ellos lo hacían en la
música. Era lo más valioso que podía ofrecerles. Esa era su magia.
Se me acaban los adjetivos cuando te leo,me parece que me repito siempre,pero es que las primeras palabras que se me ocurren cuando leo un nuevo relato tuyo son las mismas .Escribes poesia en prosa,si no te rias, me parece precioso y tierno.Bssssssss Pepi
ResponderEliminarLo que más me gusta es que eres capaz de sacar autenticas historias con mensajes muy poderosos a partir de eventos aparentemente cotidianos y normales. Eso no creo que sea muy fácil. Por cierto, en este segundo cuatrimestre volvemos a coincidir, los lunes a las 10 y a las 6, y los jueves a las 9. Ahora mismo no recuerdo si en alguna más. Como te dije soy de 2º de historia, pero no catalán. Me suelo sentar por atrás. A ver si algún día en clase nos conocemos.
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