Los
planes siempre se desmontan, de modo que reservaré el relato que
tenía pensado publicar hoy y felicitaré a la Poesía. Hoy es el día
mundial de este arte y creo que se merece una entrada especial en El
Bosque de papel. Aunque apuro
las últimas horas de este 21 de marzo, “más vale tarde que
nunca”.
Fue una bonita sorpresa cómo recordé la fecha. Resulta que cada
año y en este día, mi Universidad se llena de papelitos de todos
los colores. Durante un tiempo, alumnos, profesores y empleados
envían sus poesías preferidas, propias o de otros autores, a
Actividades Culturales de la Universidad, y se reparten cuando llega
el aniversario de la Poesía. El resultado es una explosión de
emociones, suspiros y sonrisas. En los bancos de las facultades, en
las mesas de la entrada, en las aulas... Miles de colores y
millones de palabras.
Así
que esta mañana, cada vez que encontraba un montoncito de poemas,
corría a descubrir su contenido, entusiasmada. Bécquer, Benedetti,
Machado... Los leía con mis compañeros y los volvía a dejar donde
estaban, para el que viniera detrás. Hasta que encontré “Me basta
así”, y empecé a recitarlo una y otra vez, sin cansarme.
Enseguida supe que sería mi protagonista del día.
“Me
basta así”
Me
basta así
Si
yo fuese Dios
y
tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo
probaría
(a
la manera de los panaderos
cuando
prueban el pan, es decir:
con
la boca),
y
si el sabor fuese
igual
al tuyo, o sea
tu
mismo olos, y tu manera
de
sonreír,
y
de guardar silencio,
y
de estrechar mi mano estrictamente,
y
de besarnos sin hacernos daño
–de
eso sí estoy seguro: pongo
tanta
atneción cuando te beso–;
entonces,
si
yo fuese Dios,
podría
repetirte y repetirte,
siempre
la misma y siempre diferente,
sin
cansarme jamás del juego idéntico,
sin
desdeñar tampoco la que fuiste
por
la que ibas a ser dentro de nada;
ya
no sé si me explico, pero quiero
aclarar
que si fuese
Dios,
habría
lo
posible por ser Ángel González
para
quererte tal y como te quiero,
para
aguardar con calma
a
que te crees tú misma cada día
a
que sorprendas todas las mañanas
la
luz recién nacida con tu propia
luz,
y corras
la
cortina imapalpable que separa
el
sueño de la vida,
resucitándome
con tu palabra,
Lázaro
alegre,
yo,
mojado
todavía
de
sombras y pereza,
sorprendido
y absorto
en
la contemplación de todo aquello
que,
en unión de sí mismo,
recuperas
y salvas, mueves, dejas
abandonado
cuando –luego– callas...
(Escucho
tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo
en ti. Eres. Me basta).
Poema
de Ángel González
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