Fue
delante de una tostada de nata espesa donde descubrí que no quería despedirme
de ti. Mientras la mujer esparcía la nieve dulce sobre el cuadrado de pan de
molde y tú hablabas de palabras mal escritas, tuve tiempo de contar con los
dedos. Solamente tres… y te irías. Vi cómo caían las gotas de la mermelada de
melocotón y me parecieron tristes. Seguías moviendo los labios, así que estuve
tentada de sacar la grabadora y pedirte que me contaras un cuento para cuando
te fueras. Bebiste un sorbo de café y sonreíste. La marcha te sentaba muy bien,
desde luego. Desde que marcaste un final, todo parecía más grande: los sueños,
el futuro, nuestros desayunos. Tragué un trozo de aquella montaña y entonces preguntaste
si todo iba bien. Te mentí; respondí que me costaba tragarlo.