¿Te atreves a soñar?

sábado, 18 de enero de 2014

El catorce

La carcajada le estalló en la cara. Yolanda recogió sus carpetas de mala gana y se ató el pañuelo al cuello.
‒Pues no, no tiene nada más que decirme, no se moleste. Y no, tampoco hace falta que me indique dónde está la puerta.
La risa se estremeció con más fuerza.
‒Ay, Yoli... pero qué mal le ha sentado el comienzo de año.
La mujer refunfuñó y alzó la barbilla.
‒A mí nunca me ha gustado el catorce.
Se giró con el mismo ímpetu de sus pisadas y abrió la puerta de un tirón.
‒No se le ocurra seguirme ‒le advirtió a la risueña‒. O la denuncio.
El portazo tembló y se escapó otra carcajada. La profesora miró al niño que estaba sentado en la segunda silla del despacho y le ofreció gominolas.
‒¿El catorce te parece un número feo?
Fernando se mordió el labio y arqueó las cejas, hundió la mano en el bote de colores que le ofrecía y habló.
‒Mi mamá piensa que sí.
La profesora sonrió.
‒En ese caso... no se hable más sobre el tema.
El niño se miró las zapatillas.
‒Pero a mí me gusta... ‒murmuró.
‒¿Te gusta el catorce, por qué?
Fernando sonrió tímidamente y señaló su camiseta de fútbol.
‒Me han elegido titular para jugar en el equipo del colegio.
‒¿Ah, sí? Debes de ser muy bueno.
‒Dicen que soy pequeño.
‒Pero crecerás.
‒Eso dice el capitán.
La puerta se abrió de golpe y Yolanda buscó a su hijo.
‒Siempre te quedas atrás. Menos mal que no te has movido del sitio. Vámonos. Levántate, arriba.
Fernando suspiró fuerte y saltó al suelo. La profesora le guiñó un ojo. Le hizo un gesto para que se acercase y le susurró:
‒Para ti va a ser un gran catorce, ya lo verás.

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